Estaba por tirar la toalla, nunca
imaginó que sería tan difícil conocer a alguien. Si aceptaba a alguno de los
que le habían dado un “match” a su perfil y decidía tener otra cita, sería la
número cuarenta y ocho.
Sentada
delante de su ordenador, Lara abrió por enésima vez la página a la que sus
amigas la habían apuntado. Empezó a revisar los corazones que tenía, eso
demostraba quienes estaban interesados en ella. Un poco desganada y sin
esperanzas de encontrar a alguno que le llamara la atención, seguía pasando
fotos y mirando perfiles hasta que el sonido de su móvil la distrajo. Miró el
mensaje recibido y no pudo evitar sonreír al leerlo, era su amigo del alma, ese
hermano que nunca tuvo y siempre necesitó, su apoyo en momentos difíciles y su
compañía en los instantes que decidía soltarse la melena. Mientras le
contestaba y comentaba lo que estaba haciendo, escuchó el sonido de un nuevo
“match”. Soltó el teléfono y miró, por curiosidad, quien era la persona que
acababa de darle un “me gusta”.
Un
hombre con una sonrisa que no sabría cómo definir: misteriosa..., sensual...,
seductora, o todas las palabras a la vez; se olvidó de su amigo y empezó a
leer. Se llamaba Javier, tenía cuarenta y ocho años, curiosa casualidad, pensó
con una sonrisa. Le sorprendió que se explayara en describirse y, sobre todo,
en lo que buscaba en una mujer, no era lo habitual.
Lara
no pudo más que aceptar que estaba intrigada, miraba la foto y no sabía qué
hacer. Después de todas las citas fracasadas estaba decidida a cerrar su cuenta
y olvidarse de toda esa tontería. Estaba convencida de que era rara y muy
exigente, por eso, cada vez que había quedado con alguna de sus citas, al final
no había conseguido encontrar esa conexión con la que soñaba desde muy joven.
Su
mirada seguía atrapada en esa imagen, esos ojos oscuros y esa sonrisa..., había
algo en él que la atraía y decidió que sería el último, por lo que le devolvió
el me gusta. Estaba nerviosa y ansiosa a partes iguales, se preguntaba ¿Qué lo
habría atraído de su perfil?
Aunque
seguía creyendo que eso no era para ella, había continuado intentándolo cita
tras cita y fracaso tras fracaso. Lara necesitaba además de un compañero
afín..., algo más, pasión por la vida, ganas de experimentar en todos los
niveles, sobre todo a nivel íntimo.
Era
algo que nunca había encontrado en sus dos parejas anteriores y por ello las
relaciones se enfriaban hasta acabar. Sabía que sus ex pensaban que era muy
oscura en su forma de ver y sentir el deseo, pero estaba convencida de que eso
no era verdad..., tan solo era intensa.
Quería
juego, pasión, sensualidad y entrega total. ¿Habría alguien que deseara lo
mismo? ¿Un hombre que buscase esa conexión a todos los niveles? No lo sabía,
pero deseaba encontrarlo con todas sus fuerzas y por esa razón había aceptado
esa locura de sus amigas.
El
timbre la sacó de sus pensamientos mientras continuaba mirando las fotos de
Javier, se levantó y abrió la puerta. Martina llevaba una bolsa de Starbucks y
la boca se le hizo agua, la dejó pasar arrebatándole ese tesoro al entrar. Para
Lara era su perdición, una adicta confesa a todo lo que había en esa cafetería.
—Como
te quiero Tina..., esto era exactamente lo que necesitaba.
—¿Qué
haces así vestida, todavía? —preguntó Martina.
Lara
se giró para mirarla mientras saboreaba su café latte, sus ojos se abrieron
espantados al recordar.
—¡Mierda!
Lo había olvidado. Dime el lugar y allí estaré, dame una hora. Lo siento, pero
ustedes tienen la culpa al meterme en esa página de citas. —se quejó.
—Ya
hablaremos de eso —espetó indignada Tina—. Ahora arréglate, recuerda que es la
inauguración de un club de espectáculos. Menos mal que soy amiga del dueño y me
ha dado entradas gratis. Hoy tienen aforo limitado. —explicó mientras se
dirigía a la puerta— No tardes, habrá un show erótico.
—Pásame
la dirección por WhatsApp y deja de refunfuñar.
Lara
se quedó sola y sonrió, Tina era la madraza, siempre preocupada por las demás.
Regresó al salón bebiendo poco a poco su delicioso café y se sentó. Tenía que
cerrar el ordenador y correr a la ducha. Antes de cerrarlo se dio cuenta de que
Javier había escrito, leyó detenidamente el mensaje y aunque se sorprendió, en
el fondo le encantó que fuera tan directo. Quería una cita ya, nada de charlas
por el chat o por el móvil, no. Él quería que se vieran cara a cara, bueno,
esas no habían sido sus palabras exactas..., deseaba verla, así de simple. Sin
florituras, ni rodeos, ni zalamerías, tan solo dos palabras:
“Quiero
verte”
Suspiró
y le contestó que también quería verlo. Se sentía nerviosa y excitada a partes
iguales. Sabía que tenía que cortar porque tenía el tiempo justo, pero es que
no quería dejarlo colgado y como veía que él no escribía nada..., en un impulso
alocado decidió escribirle la dirección, su número de teléfono y decirle que
estaría en ese lugar esa noche. Que fuera él quién tomara la decisión. Cerró y
salió corriendo al baño, antes de arrepentirse de ese arrebato.
*****
Javier estaba mirando la pantalla
del ordenador sin dar crédito a lo que leía. Lara había aceptado lo que era
casi un reto y, no solo eso, había lanzado el suyo. No iba a dejar pasar la
oportunidad. Guardó el número en su móvil y le escribió un mensaje:
“Estaré
allí, aunque sea el último en entrar”
No
tenía paciencia para esperar el momento perfecto, por ese motivo era siempre
tan directo y por esa razón no solía tener éxito con las mujeres. Llegó al
lugar indicado sin saber si ella estaría dentro o haciendo cola para entrar. Se
acercó a la puerta y un hombre corpulento lo miró con cara de pocos amigos.
Pasó de él porque no daba crédito a lo que estaba leyendo, era algo gracioso y
a la vez extraño. Nunca había creído en las casualidades, pero es que eso era
demasiado... “Club 48”.
Averiguó,
que al ser el día de la inauguración solo podrían entrar cuarenta y ocho
personas y que las cinco primeras eran reservas, por lo tanto, la fila empezaba
por el seis. En ese momento decidió que sería el último. Se giró y caminó
despacio mientras iba contando, cuando llegó al lado de esa persona le preguntó
cuánto quería por dejarle el lugar. Nada ni nadie impedirían que se reuniera
con Lara.
*****
Llegaba tarde, se repetía una y otra
vez al bajarse del taxi, pero es que después de arreglarse en un tiempo récord
se había quedado en shock cuando leyó el WhatsApp que había escrito Javier.
Estaría allí. Era una locura, pero había sentido esa conexión. Era instintivo,
no podía explicarlo, pero era así. Su móvil empezó a sonar y contestó sin mirar
la pantalla. Mientras le decía a Martina que estaba llegando se fijó en la
larga fila que había para entrar, estaba tan nerviosa que no quiso mirar a la
gente. Sabía que alguno de los hombres de esa larga cola era él y no quería
verlo así.
Llegó
a la entrada donde sus dos amigas la esperaban, pero antes de decir nada se
fijó en el cartel enorme que colgaba en la puerta y empezó a reírse..., tenía
que ser una broma.
Todos
la miraban y sus amigas se acercaron a preguntar que le pasaba, pero Lara solo
podía reír hasta que sintió un escalofrío recorrer su espalda, observó la larga
cola de gente y así de simple…, él, era el 48 de la fila, ella lo sabía.
Apartó
a Martina y Ana de la entrada y les explicó de manera concisa lo que estaba
ocurriendo. Ambas miraban la fila de gente y luego a ella sin dar crédito a lo
que les estaba contando. Les pidió que entraran y que cogieran dos mesas. No
muy convencidas de lo que Lara les pedía ambas entraron, todo les parecía un
despropósito.
Esperó
pacientemente a que fueran entrando uno a uno las personas que estaban en esa
larga fila que sabía, terminaría en el número cuarenta y ocho. Uno de los
porteros le preguntó si iba a entrar o no, a lo que contestó que estaba
esperando a alguien. Cuando iban quedando pocos se fijó en el último, caminaba
con total seguridad en sí mismo. Era más alto que ella, bueno, eso era un
eufemismo porque cualquiera sería más alto, aunque llevara tacones de aguja.
Pero Javier era alto, muy alto. Vestía de manera casual: vaqueros negros,
camiseta blanca y una chupa de cuero llena de parches. Era el prototipo de
chico malote y Lara tembló cuando sus ojos se clavaron en los suyos. Se acercó
a ella y le tendió la mano.
—Hola,
Lara.
Su
voz ronca la sedujo y esa sonrisa la dejó temblando de excitación. Se aferró a
esa mano extendida y el calor de su piel la traspasó entera. Javier le susurró
cerca del oído:
—Eres
perfecta. ¿Lo sabias?
—¿Esto
quiere decir que estamos locos? —preguntó ella a su vez.
—Y
no es eso lo que buscamos los dos..., locura. —afirmó— ¿Entramos?
Sin
soltarle la mano entraron juntos al club. La decoración era un sueño erótico
hecho realidad. Velas, cortinas rojas, gasas de tul adornando los centros de
mesa, paredes llenas de cuadros cada uno más atrevido que el anterior, pero
todo el conjunto a la vez rezumaba elegancia y sofisticación. Reinaba el buen
gusto en todos los detalles: candelabros, centros de rosas rojas y blancas,
copas de la mejor calidad, camareras y camareros vestidos de negro y blanco. La
pureza y la corrupción en un solo lugar. Los colores reinantes eran el rojo,
blanco y negro..., definían muy bien lo que ofrecía el local: sensualidad,
misterio y elegancia.
Lara
divisó a sus amigas y las saludo con la mano libre. Javier no la soltaba en
ningún momento. Lo curioso era que se sentía cómoda y segura.
Hizo
las presentaciones y las chicas parecieron calmarse cuando conocieron al hombre
misterioso. Las mesas estaban una al lado de la otra y podían hablar sin tener
que gritar.
Javier
y Lara se sentaron en la pequeña mesa y pidieron sus copas a la camarera que se
les acercó. Un poco más relajada, Lara le explicó lo gracioso, pero a la vez
misterioso del número cuarenta y ocho en toda esa historia. Él no sabía que esa
era su cita cuarenta y ocho y ella no recordaba que él tenía cuarenta y ocho
años. Los dos estaban cómodos, pero a la vez sentían esa tensión sexual que los
rodeaba, creando como un círculo invisible que los mantenía alejados de todo lo
que ocurría en el club. Javier se acercó más a ella y le pidió:
—Ve
al baño y quítate las bragas. ¿Te atreves a jugar aquí y ahora? —provocó de
manera tentadora.
Sin
decir nada, Lara se levantó y se fue al servicio. Cuando estaba dentro se miró
al espejo y observó con sorpresa su rostro. Sus ojos azules brillaban con intensidad,
su piel clara relucía, toda ella resplandecía y era por él. Se mojó los dedos
con agua fría y se recogió su cabello negro hacia un lado para mojarse el
cuello y refrescarse un poco. ¿Había aceptado jugar ese juego en la primera
cita? Sí, eso era lo que buscaba: intensidad, pasión, aventura. Entró en el
aseo y se quitó el tanga negro, se bajó la falda y se encaminó muy decidida a
vivir esa experiencia.
Llegó
junto a la mesa, miró a Javier que sonreía igual que en la foto de su perfil,
con esa picardía misteriosa que era tan atrayente. Se sentó sin darse cuenta de
que Martina y Ana no perdían detalle de lo que ocurría entre ellos. Las luces
se fueron apagando y los focos se centraron en el escenario. Javier había
acercado su silla a la de Lara, sus piernas se rozaban y gracias al mantel
largo y a las luces tenues, nadie podía ver, sin estar observándolos, nada de
lo que ellos decidieran hacer.
La
mano derecha de Javier se posó en la rodilla izquierda de Lara, se quedó allí
irradiando calor por todo su cuerpo. Mientras miraban el escenario donde una
pareja realizaba un baile cargado de sensualidad. Sus lentas caricias al compás
de la música hacían del show un espectáculo hipnótico. Parecían flotar.
Javier fue subiendo su mano en una suave
caricia que iba creando una excitación salvaje en Lara, en el momento en que
sus dedos tocaron su sexo, ella sintió que el mundo giraba a su alrededor. Era
una sensación embriagadora. Sentía como la estimulaban esas caricias atrevidas
mientras el baile en el escenario se volvía más erótico y, cuando estaba
llegando al momento culminante, Javier le giró el rostro con su mano libre y la
besó para tragarse su gemido al llegar al orgasmo. Lara clavó sus uñas en el
muslo al sentir como su cuerpo vibraba entero.
Él
se retiró un poco para ver su rostro y sin dejar de observarla se chupó los
dedos que habían hecho magia en su cuerpo. Ambos sentían que solo acababa de
empezar esa aventura. Las luces se encendieron al terminar el baile y,
entretanto los demás aplaudían, ellos solo se miraban. De mutuo acuerdo
decidieron seguir en otro lugar, se despidieron de las chicas que sonreían al
verlos marchar.
Cogieron
un taxi y decidieron ir a casa de Lara, ella les mando un mensaje a Martina y
Ana para que supieran donde iban. Javier le cogió la mano y se la llevó a los
labios, le dio un beso y luego mordió cada uno de sus dedos haciéndola arder
como nunca lo habían hecho en sus cuarenta años. El sonido de un mensaje la
sacó de su ensueño, tomó el móvil y leyó:
“Sabíamos
que sería perfecto para ti. No pensarías que íbamos a dejar que te fueras con
cualquier loco, ¿verdad? Perdona el engaño Lara, pero estábamos seguras de que
ibas a dejar la página de contactos y habíamos conocido a Javier en una cena de
negocios. Le hablamos de ti y él enseguida se interesó por conocerte...
Decidimos que lo hiciera de esta manera. Ahora sí, no tenemos nada que ver con
esa casualidad con el número cuarenta y ocho. Eso se lo dejaremos al destino,
disfruta amiga”
Sin
palabras, le pasó el móvil a Javier y él sonrió al leer el mensaje, soltó el
teléfono y le cogió la cara con las dos manos. La besó con suavidad y murmuro:
—No
importa el cómo, lo que importa es que nos hemos encontrado. Vivamos la mejor
aventura de nuestra vida, Lara.
Ella
le devolvió el beso.
No
importaba nada más... solo vivir cada día intensamente.