TÚ, MI DESTINO
Londres, 1818…
—Eloise, dime ¿Para cuándo está previsto tu
viaje a las tierras altas? —preguntó su fiel amiga Victoria.
—Según mi madre, viajaremos en dos meses, mi
boda está prevista para dentro de tres, pero como al parecer no hay necesidad
de llegar antes, mi madre cree, que con estar un mes antes de la ceremonia es
suficiente —explicó sin entusiasmo.
—Te voy a extrañar, nada será lo mismo sin ti
—susurró con el semblante triste su amiga.
—Espero que puedas visitarme a menudo. —Eloise
se acercó a Victoria—. ¡Tengo miedo, amiga! —dijo tomando sus manos en un gesto
desesperado.
—No puedo entender cómo te hacen esto tus
padres. Enviarte a esa tierra de bárbaros, a ti, que eres tan dulce.
—Te lo he contado muchas veces, el padre de
mi prometido es muy amigo de mi padre, se conocen desde muy jóvenes. Al parecer
vivió en Londres unos años mientras se formaba.
—Eloise, no pienses más en ello, disfrutemos
de nuestra última temporada juntas —pidió Victoria.
—Es mejor amiga, nada puedo hacer para
cambiarlo —confirmó, con la mirada apagada por la tristeza que su futuro le
deparaba.
Irrumpió en la sala la madre de Eloise, la
condesa de Lennox, lucía un elegante traje en color burdeos con brocados en las
mangas. Se quedó mirando a su única hija, era dulce y obediente, y como madre
se sentía muy orgullosa.
—Niñas, qué hacéis aquí de cháchara, con un
día tan esplendido para pasear por los jardines —comentó la condesa—. Por
cierto, Eloise, lamento decirte que tu prometido no vendrá.
—¡Pero Madre!, pensaba que lo conocería antes
de la ceremonia. —Sus ojos se llenaron de lágrimas de impotencia.
—Lo siento, al parecer tenía asuntos
importantes que tratar en sus tierras. —Su madre le acarició la mejilla—. No te
angusties, yo tampoco conocía a tu padre y he tenido un buen matrimonio.
—Pero no es lo mismo, ese hombre es un
escocés, y dicen que son de modales muy bastos, madre, yo… al menos pensé que
lo trataría antes. —Su mirada llena de congoja, se perdía en la infinidad del
jardín que se podía admirar por los grandes ventanales.
—Hija, deja de angustiarte. Aprovecha que
está aquí Victoria, y salgan a dar un paseo. El aire fresco te sentará bien.
—Madre, no me apetece salir, además, quiero
descansar porque esta noche es el baile en casa de los duques de Jersey —murmuró
Eloise—, vete tranquila.
—Como quieras. Entonces me marcho, he quedado
en casa de lady Hamilton para tomar el té.
Las amigas se miraron, Victoria se acercó y
estrechó en un fuerte abrazo a su amiga del alma, dejando que esta desahogara
su corazón.
El gran salón de los duques de Jersey
brillaba en una noche esplendida, la alta sociedad londinense estaba presente
en uno de los bailes más importantes de la temporada. Hombres y mujeres lucían
sus mejores galas, la música llenaba el ambiente.
Los vestidos se movían girando al compás de los
movimientos de sus bailarinas, creando así, un arcoíris de colores.
—¡Lowell!, ¿tú en un baile?, ¿es que estás
buscando esposa? —preguntó divertido el marqués de Turner.
—No seas absurdo Nicolas, estoy aquí de
acompañante de mi prima, mi madre me lo ha pedido encarecidamente, y no he
podido negarme.
—¿Ha venido lady Irene?
—¡Cuidado, Nicolas! Es mi prima, casi una
hermana.
—Lowell, por favor, sabes que jamás haría
nada incorrecto con tu prima, le tengo verdadero aprecio.
Lowell paseó su vista por el gran salón
buscando a su prima, en ese momento su mirada quedó atrapada por los ojos más
azules que jamás había visto. Lentamente observó a la mujer, era menuda, de
facciones delicadas, su rostro de pómulos sonrosados, una pequeña nariz y, una
boca apetitosa, que despertó en él unas ansias inmensas de saborearla.
—¿Quién es la mujer que está junto a Irene?
Nicolas siguió la mirada de su amigo y
reconoció lady Eloise Aldrich.
—Es lady Eloise.
—Preséntamela —dijo, y se encaminó hacia
donde estaban las mujeres sin esperar a ver si Nicolas lo seguía.
Las mujeres charlaban mientras se abanicaban,
Eloise miraba con nostalgia, como las parejas bailaban al son del vals que se
escuchaba; extrañaría Londres, sus bailes, los paseos, su vida apacible junto a
sus amigas. Su futuro incierto no la dejaba apenas dormir por las noches, cada
día, sentía que el cerco se iba cerrando a su alrededor, haciéndola prisionera
de su deber.
—Buenas noches, señoritas. —Una voz profunda
la sacó de sus cavilaciones.
—Primo, déjame que te presente a unas buenas
amigas —dijo Irene—. Lady Victoria y lady Eloise; permítanme presentarles a mi
querido primo Robert Lowell, marqués de Stratford.
Lowell saludó a ambas, pero su mirada no se
separó en ningún momento de Eloise, esta se sintió sonrojar.
—Lady Eloise, ¿me concede este baile? —pidió
tendiéndole la mano enguantada.
Con el corazón latiendo aceleradamente,
Eloise asintió y posó su mano sobre la de él, juntos se dirigieron al centro
del gran salón, se colocaron uno frente a otro, sus ojos se miraron, y en ese
momento, todo a su alrededor desapareció, solo estaban ellos dos.
La intensidad de sus miradas, parecían hablar
su propio idioma, los mantenía inmóviles, hasta que la orquesta empezó a tocar
un vals. Sus cuerpos reaccionaron acercándose y enseguida estaban girando por
el salón. Eloise se sentía flotar, su cuerpo parecía liviano en brazos de ese
hombre, nunca había sentido algo así. Era una emoción que la dejaba sin aire, «¿sería
eso de lo que hablaba lord Byron en sus poemas?», se preguntó.
—Perdone mi atrevimiento, pero en estos
momentos desearía que estuviéramos solos para probar sus labios —susurró cerca
de su oído.
Eloise sintió su cuerpo tensarse y sus
mejillas sonrojarse intensamente, ningún hombre le había hablado de esa manera
tan descarada.
—Eso es una impertinencia, milord. —Consiguió
a duras penas replicar.
—Yo lo llamo sinceridad, milady.
El baile continuó y no volvieron a cruzar
palabra, ella deseando que acabara, y él deseando poder estar a solas con ella.
El baile terminó y Lowell la acompañó junto al grupo donde estaba su prima.
—Señoritas, que sigan disfrutando del baile —les
dijo y se giró, sus ojos penetrantes mirándola con deseo—. Lady Eloise, ha sido
un verdadero placer. —Depositó un beso sobre el dorso de su mano enguantada.
Se marchó dejando a las mujeres solas,
Victoria miraba a su amiga, la notaba azorada por el comportamiento de ese
apuesto caballero.
—Eloise, acompáñame al tocador, necesito
refrescarme un poco, hace mucho calor aquí —pidió Victoria.
Se marcharon juntas, pero Eloise podía sentir
la mirada de ese hombre siguiéndola.
—¡Dios mío! Ese hombre te estaba comiendo con
la mirada, que desfachatez —comentó Victoria nada más entrar y comprobar que
estaban solas.
—Desfachatez es poco, no te puedes imaginar
lo que me ha dicho —repuso mientras se abanicaba.
—Cuéntame, es tan emocionante, no me negarás
que es un hombre muy apuesto —suspiró embelesada.
—Me dijo… que deseaba probar mi boca.
Los ojos de Victoria se abrieron entre
horrorizados y encantados.
—¡Eso te dijo! Ay, amiga, lo has
impresionado, ese hombre es el soltero más codiciado de la temporada, según he
escuchado. Aunque dicen que viaja mucho y pasa grandes temporadas fuera de
Londres.
—Pues no debería poner sus ojos en mí, lo
sabes —susurró mirándose al gran espejo, mientras recomponía uno de sus rizos
rebeldes que se había escapado de su recogido.
—Eloise, escúchame, por qué no disfrutas de
ese coqueteo, pronto te marcharás y te casarás con un hombre al que no conoces,
pues disfruta, déjate cortejar —expresó con picardía su amiga—. Al menos
tendrás ese recuerdo cuando estés en las tierras altas de Escocia.
Regresaron al baile y Eloise no dejó de
pensar en las palabras de su amiga, ¿debería dejarse llevar por lo que sentía
al estar junto a ese hombre?
Robert no podía dejar de pensar en esa mujer,
parecía un ángel, era delicada, hermosa, esos cabellos dorados espesos que enmarcaban
un rostro de piel de porcelana, pero que él estaba seguro, era mucho más cálida
que ese frio material.
—¿En qué lugar estás, hijo?
—Hola, madre, estaba pensando en mis asuntos.
—Ahora se les llama así a los asuntos de
faldas.
—¡Madre! —la miró sonriendo.
—Nada de madre, tu cara no era otra que la de
un hombre que está pensando en una mujer.
—Sabes que yo…
—No digas nada, mejor, no digas nada
—interrumpió indignada.
—De acuerdo, no diré nada, ¿me buscabas por
algo?
—Nicolas te espera en el recibidor, dice que
habéis quedado en salir a cabalgar por Hyde Park, lo cual no deja de
sorprenderme —Lo miró esperando una respuesta.
—Madre, no es por mí; es Nicolas que quiere
cortejar a Irene, voy a acompañarlos en un paseo.
—Ahora si lo puedo entender. Me gusta ese
chico para mi Irene, pero vigílalos.
Robert se despidió de su madre y se fue junto
a su amigo a buscar a su prima, el parque estaba repleto de gente, carruajes y
caballos, era la hora de mayor tránsito y el día acompañaba. Necesitaba
distraerse para dejar de pensar en ese pequeño duende que había invadido sus
sueños desde anoche.
—Lowell, lady Eloise está con tu prima.
Se giró hacia donde le indicaba su amigo, y
efectivamente, allí la vio, hermosa con un vestido de un azul tan intenso como
sus ojos. De pronto, ella giró hacia él y sus miradas quedaron atrapadas, era
como un hilo invisible que los atraía uno al otro.
Sin darse cuenta habían llegado al lado de
las mujeres, Nicolas estaba saludándolas, luego se acercó a Irene y le pidió
acompañarla en un paseo por el parque, Robert solo miraba los ojos azules que
brillaban asustados, pero sin poder apartarse de los suyos.
—Sería un placer, que aceptara dar un paseo
conmigo, milady ―pidió.
Ella miró a su amiga y esta asintió con la
cabeza, Eloise aceptó su brazo, y ambos emprendieron el camino. Al principio
ninguno de los dos habló, solo caminaban en silencio, se fueron adentrando
entre los grandes árboles, al pasar junto a un gran árbol con grandes hojas que
caían como si de una cortina se tratara. Robert la empujó contra el tronco y se
acercó a su boca.
—No puedo evitarlo, perdona mi atrevimiento,
pero tengo que probar tu boca —susurró sobre sus labios trémulos.
Eloise jadeó por la sorpresa, al sentir su cuerpo
duro apretado contra el de ella y su aliento acariciando su boca. Lo miró a los
ojos, esos misteriosos ojos grises que la miraban con fuego en sus pupilas.
La boca de Robert saboreó despacio, tentando
con la lengua los suaves labios de ella, provocándola con suaves mordiscos que
la hacían temblar, poco a poco consiguió que ella se abriera a él, y cuando sus
lenguas se tocaron un estremecimiento los hizo temblar a ambos. Eloise jamás
había sentido algo tan abrasador, sentía que se quemaba, gemía sin ser consciente.
Muy despacio, Robert fue acabando el beso,
sabía que no debía comportarse así, ella era una doncella, una dama inocente,
pero sencillamente, no podía contener las ansias de probarla.
Sus respiraciones estaban agitadas, sus
miradas se devoraban, él con un deseo abierto y ella con unas ansias
desconocidas.
—Perdona mi atrevimiento, pero no he podido
evitarlo —confesó sin pudor.
—Esto no es correcto, apenas le conozco, yo…
—Él posó un dedo sobre su boca para silenciar sus palabras.
—Lo sé, pero no puedes negar lo que pasa
cuando estamos juntos, tú también lo has sentido.
—Por favor, no me diga esas cosas, no puedo…
estoy prometida, milord; voy a casarme y este comportamiento es indecoroso.
Los ojos grises de Robert se oscurecieron al
escuchar las palabras de Eloise.
—¿Con quién estás prometida?
—No le he permitido tutearme, señor, y no
tengo por qué contestar a sus preguntas —contestó nerviosa.
—Disculpe, tiene razón lady Eloise —afirmó
retirándose.
Ella lo miró y luego salió corriendo,
dejándolo solo con sus pensamientos enredados. «¿Qué le estaba pasando?», se
preguntó aturdido.
Dos semanas
después…
Los jardines de Vauxhall estaban en todo su
esplendor esa noche, la gente reía mientras miraban el espectáculo de fuegos
que había. Eloise caminaba junto a Victoria y su hermano William, éste se
detuvo a hablar con unos amigos y ellas se alejaron un poco. Estaban admirando
toda la belleza de los jardines prohibidos, como los llamaban algunas matronas
que decían que muchas mujeres habían perdido su virtud en ellos.
—Eloise, no te muevas, lord Lowell viene
hacia nosotras —murmuró Victoria.
Su cuerpo se tensó, pero la emoción de volver
a verlo era más fuerte, todas las noches soñaba con ese beso y, aunque era una
locura, no se arrepentía porque sería un hermoso recuerdo que llevaría consigo
cuando se marchara a su nueva vida.
—Buenas noches, lady Victoria, necesito
hablar a solas con su amiga —manifestó Robert decidido.
Eloise lo miró asustada y excitada a partes
iguales, sus ojos grises estaban oscurecidos, y la determinación en su mirada
le confirmó que no desistiría de hablar con ella.
—Ve, yo distraeré a William, le diré que te
has encontrado con tus primas y estás dando un paseo con ellas.
Sin esperar respuesta, Robert la tomó de la
mano y se internó en los jardines, a cada paso que daban se alejaban del
bullicio y se adentraban más en el laberinto de pasajes oscuros. Cuando se
encontraron en un pequeño refugio apartado, él se detuvo y la abrazó contra su
cuerpo.
—Esto es una locura, lo sé. Pero llevo dos
semanas soñando contigo, nunca me había pasado nada igual, por favor, dime que
tú sientes lo mismo —murmuró cerca de su oído.
—Por favor, entiéndelo, yo debo cumplir con
mi deber de hija, yo… estoy prometida desde hace mucho. —Eloise alzó sus ojos, y
se encontró con los de él atormentados.
—¡Pero no lo entiendes! Estoy loco por ti, te
sueño, te deseo, te quiero junto a mí.
Procedió a demostrarle cuanto la deseaba, la
besó, con un beso ardiente e intenso, poseyendo su boca, dejándola sin aliento,
inerte entre sus brazos.
Ella se separó de él, su mente era un
torbellino, era una locura, nadie se enamoraba así, pero… su corazón le decía
otra cosa.
—Eloise, di mi nombre, por favor…
—Robert, yo… —Se echó a llorar abatida, sobre
su pecho.
Él envolvió su cuerpo con sus brazos, sintió
su llanto y su corazón se estrujó, no quería que esos ojos vertieran lágrimas,
quería regalarle solo sonrisas.
—Quiero que nos veamos a solas, te estaré
esperando en los establos de tu casa a medianoche. —Volvió a besarla con
pasión.
Después de esa conversación, la acompañó
junto a su amiga, se despidió recordándole en un susurro, que estaría
esperándola.
Las semanas pasaban deprisa para Eloise, ellos
se encontraban en fiestas, bailaban, y cuando tenían oportunidad se robaban
besos, Eloise sabía que no debería alentar a Robert, pero estaba perdidamente
enamorada y quería tener un recuerdo dulce que llevarse consigo. Muchas noches
se encontraban en los establos, allí conversaban y se besaban con entrega. Esa
sería la última noche que vería a Robert, él no lo sabía, ella nunca le dijo
que se marcharía para siempre.
Robert le había descubierto un mundo de deseo
y placer hasta ahora desconocido, sus caricias despertaban su piel ahí donde la
tocaban, pero cada vez que él avanzaba hacia el punto de no retorno, ella
reculaba, no podía entregar su virtud porque iba a ser la mujer de otro hombre.
La desesperación la asolaba cuando estaba
sola, pensaba que cada día que pasaba era un día menos con Robert, aún no podía
entender cómo era posible que el amor hubiese llegado de esa manera, ni él
mismo lo entendía, simplemente había ocurrido.
La noche era ya cerrada y como todas, ella se
dirigía al establo, pero esa en particular era muy dolorosa, tendría que despedirse
de él para siempre, sin siquiera decírselo, un adiós silencioso que le partiría
el corazón.
Unos brazos la rodearon por detrás haciéndola
dar un respingo que la hizo trastabillar.
—Tranquila, amor, soy yo —susurró junto a su
oído, dándole un beso en el cuello.
—Me has dado un buen susto —dijo, girando
entre sus brazos.
—Hoy has tardado en venir, estaba desesperado
por verte.
Se abrazaron y entregaron a la pasión que
cada día despertaba más intensa, a Robert le costaba contenerse para no hacerla
suya, pero jamás la forzaría. Se tumbaron como todas las noches, en el colchón
improvisado que habían hecho con pasto fresco y una manta cubriéndolo.
Estaban recostados de medio lado, uno frente
a otro, sus alientos se mezclaban mientras sus miradas se hablaban en un idioma
íntimo.
—Hoy te noto triste, ¿qué te ocurre?
—¿A dónde nos lleva esto, Robert? ¿No quiero
hacerte daño?
Él se quedó en silencio, no quería hablar de
su compromiso, no quería pensar en que ella le perteneciera a otro que no fuera
él, no quería pensar en su vida también complicada, ¿por qué el deber tenía que
estar sobre el amor?, se preguntaba.
—Cierra los ojos, no pienses y déjate llevar.
—La estrechó contra su pecho.
Empezó a besarle los parpados, la nariz, los
pómulos y luego llegó a los labios que saboreó despacio, lamió con su lengua
las comisuras y bordeó el perfil de su boca hasta hacerla gemir y abrirla para
él. Penetró en ella y la besó hasta consumirle todo el aire y más. Mientras, la
acariciaba sobre la ropa, los pechos de un tamaño perfecto para sus manos, le bajó
el escote hasta liberarlos y se apartó un poco para admirar esa belleza.
Eloise estaba sonrojada, agitada, su
respiración era errática, sabía que no era correcto, pero era la última noche,
después, su destino sería de otro. Se dejó llevar, y Robert empezó a besar su
cuello siguiendo un suave recorrido hasta sus pechos, besó y lamió cada uno de
esos botones que esperaban ansiosos su boca. Mientras lamía y mordía sus
pezones, con su mano empezó a acariciar su muslo por debajo de la falda,
subiendo suavemente, haciéndola estremecerse de placer y aferrarse a sus
hombros mientras él continuaba con sus caricias.
Metió la mano dentro de su ropa interior, sus
dedos rozaron su vello púbico y ella se tensó.
―Déjame darte placer, no tengas miedo ―pidió
entre besos.
―Robert, no puedo entregarme a ti, aunque
quisiera no puedo, por favor, entiéndelo ―balbuceó.
Alzó su mirada gris, su respiración era
agitada, su cuerpo estaba tenso por el deseo que sentía, pero jamás la
obligaría a hacer nada. Sus dedos tocaban suavemente su sexo.
―No voy a tomarte, respetaré tu petición, mi
amor. Pero quiero darte placer, quiero enseñarte lo maravilloso que puede ser,
ábrete para mí.
Eloise se abrazó fuerte a él y abrió sus
piernas, Robert deslizó sus dedos entre los pliegues que ya estaban húmedos,
con suavidad empezó a acariciar su intimidad, arrancándole jadeos de placer.
Con un dedo rozaba el botón de su clítoris y con otro penetraba en ella. La
estaba amando con lentitud, dándole todo el placer que ella merecía recibir.
Las caderas de Eloise parecían tener vida propia, se movían en la búsqueda de
ese placer que Robert le estaba regalando con sus dedos mágicos.
Los movimientos eran cada vez más intensos, y
él la besó profundamente mientras continuaba estimulando su sexo llevándola así,
a su primer orgasmo. Sintió como su cuerpo se tensaba, como su vagina se
contraía sobre su dedo y sus caderas se movían frenéticas contra este, hasta
que un grito profundo salió de su garganta, ahogado por la boca de él.
Se quedó lacia sobre la manta, el cuerpo de
Robert cubriendo el suyo, haciéndola consciente de la dureza que se apretaba
contra ella.
Sus miradas se encontraron, la de ella
satisfecha, pero avergonzada. La de él llena de deseo y amor a partes iguales.
La besó con suavidad y procedió a ayudarla a recomponerse.
―¿Estás bien?
―Sí ―dijo sin mirarlo a los ojos.
Él tomó su rostro y la obligó a mirarlo.
―No tienes de que avergonzarte, lo que hemos
hecho es amarnos, no es malo, es hermoso, tan hermoso como tú. ―Su boca rozó
sus labios hinchados.
―Nunca imaginé que podría ser así. Pero dicen
que la consumación es dolorosa.
―La primera vez, si el hombre no es cuidadoso,
es dolorosa, pero después es muy placentero.
Ella se abrazó fuerte a él, estaba
conteniendo las lágrimas que amenazaban con desbordarse como un rio. Deseaba
entregarse a Robert, que fuera el primero, pero no podía hacerlo, no podía
llegar al lecho de su esposo sin ser virgen.
Se levantaron, era tarde y él debía
marcharse, estaba inquieto, la notaba extraña y tenía miedo. De pronto, decidió
hacer una locura.
―Eloise, fuguémonos.
―¡Qué dices! ―exclamó horrorizada.
―Sí, escapemos, vayamos a Gretna Green,
casémonos. ―La miraba expectante―. Mañana prepara un pequeño bolso y nos
encontramos aquí. Podemos ser felices, si estamos juntos, en cualquier parte
podemos ser felices, mi amor.
No quería discutir con él, era la última
noche que lo vería y le había regalado una experiencia maravillosa.
―Robert, no sé, será un escándalo, mis padres
no se merecen eso.
―¿Y nuestra felicidad? ¿Nuestro amor? ¿Qué se
merecen? ―preguntó dolido.
―Lo pensaré, solo puedo prometerte eso.
La abrazó fuerte contra su cuerpo y le robó
el alma en un beso.
―Te estaré esperando ―susurró sobre su boca y
se marchó, dejándola desolada.
Dunbar, Escocia,
un mes más tarde…
El día de su boda había llegado y aún no
había conocido a su futuro marido, según su padre, estaba atendiendo una serie
de problemas en unas tierras. Al parecer era todo un señor feudal, todo un
laird de su clan, los McPherson. A Eloise no le importaba su suerte, ya nada le
inquietaba, estaba como muerta, su corazón se había quedado junto a Robert. Lo
imaginaba esperando por ella aquella noche, su corazón sangraba desde entonces
porque sabía que le había hecho daño, pero ella no podía hacerles eso a sus
padres.
Estaba vestida con un hermoso traje de novia,
parecía una princesa de cuento de hadas, su madre lloraba emocionada al verla,
y su padre sonreía orgulloso. La doncella que la atendía le cubrió el rostro
con el velo, y su padre se acercó a tomarle la mano y colocarla sobre su brazo.
Descendieron las escaleras de la mansión
donde viviría para siempre, y aunque era un lugar hermoso, para Eloise sería
una cárcel. Un carruaje los llevó a la iglesia, donde muchas personas esperaban
ansiosas a la novia, al bajar, su madre se acercó y recolocó la cola del
vestido, luego le dio un abrazo. Ella temblaba, a lo lejos divisaba unas
amplias espaldas, un hombre alto y muy elegante la esperaba en el altar,
llevaba un tartán.
No se giró para verla acercarse, y eso la
intimidó, se preguntaba si sería un hombre cruel o por el contrario, como ella,
estaba siendo obligado a cumplir con el deber, con la palabra que sus respectivos
padres habían acordado hacía tantos años. Al pensar en ello, su cuerpo se
relajó, quizás podrían ser amigos, quizás ambos estaban pasando por el mismo
calvario, porque ninguno de los dos quería esa boda… solo quizás.
Llegó sin darse cuenta junto al hombre que
sería su marido por el resto de sus días, con el que tendría que dormir, al que
tendría que dar hijos, un hombre que la tendría a ella, a su cuerpo, pero jamás
tendría su corazón, puesto que ese ya no estaba, se había quedado en Londres.
Despacio, el hombre frente a ella empezó a
girarse, parecía renuente a hacerlo, de pronto, sus miradas se encontraron y
ambos abrieron los ojos incrédulos. El gris de sus ojos y el azul de los de
ella, se devoraron, creyendo que era un sueño, una alucinación.
Robert se acercó y levantó el velo que cubría
el rostro de Eloise, tomó su mano, y la apretó sin poder creer que fuera ella,
que fuera real, y no un producto de su desesperación.
―¿Eres tú? ―preguntó aún incrédulo.
―¡No puede ser! ―susurró―. ¿Tú eres el Laird
McPherson? Pero si eres marqués ―susurró cerca de él.
―¿Ocurre algo? ―indagó el sacerdote― ¿Podemos
empezar la ceremonia?
―Sí, podemos ―afirmó un sonriente Robert.
―No es un sueño, ¿verdad?
―No mi amor, no lo es. ―La miró con los ojos
brillando de felicidad―. Casémonos y luego intentaremos entender esta
maravilla.
La sonrisa de Eloise la hacía brillar con luz
propia, no podía creerlo, era él, pero cómo, se preguntaba envuelta en una
inmensa dicha.
Con las manos entrelazadas, y mirando a un
asombrado cura, ambos tomaron los votos matrimoniales frente a familia e
invitados, sus corazones latiendo al unísono, la felicidad resplandeciendo en
sus rostros.
La ceremonia terminó y un eufórico novio,
besó a su esposa delante de todos, arrancando aplausos de los invitados.
Salieron a la calle, y fueron recibidos por gritos de alegría y deseos de
eterna felicidad. La celebración fue alegre y bulliciosa, todos brindaban por
los novios, los padres estaban sorprendidos por la reacción de sus hijos,
parecía como si se conocieran, no lo entendían, pero estaban encantados de
verlos felices.
Al empezar la noche, Robert se la llevó y
juntos escaparon de la fiesta sin decir nada, la hizo subir a un caballo y
montó detrás de Eloise, ella se recostó contra él, aún no podía creer que
estaba entre sus brazos, que él era su marido. Llegaron a una pequeña cabaña
que pertenecía a las extensas tierras de los McPherson, se bajaron del caballo
y Robert la cogió en brazos, así traspasaron el umbral de la casa. Luego la
posó en el suelo y la abrazó fuerte, aspirando su aroma a miel dulce; la había
extrañado tanto en ese mes.
Se separaron y volvieron a mirarse incrédulos
después de tantas horas, él la cogió de nuevo en brazos y la depositó sobre el
lecho.
―Este no era el lugar que habían preparado
para los desposados, pero no quería llevarte allí, quería traerte a mi pequeño
refugio.
―Es hermoso, pero por favor, explícame, no lo
entiendo, ¿eres el marqués de Sratford y el laird McPherson?
―Sí, así es, mi madre es la marquesa de
Stratford, es inglesa y se casó con mi padre Lord Lowell del clan McPherson, yo
soy el primogénito, y en Londres siempre uso el titulo que me corresponde por
parte de madre.
―Es increíble, los dos queriendo huir de un
destino impuesto, pero al parecer, este no era tal.
―Me dejaste esperando, sabías que te
marcharías, y me dejaste esperando por ti, ¿por qué? ―preguntó triste.
―Porque no quería tener un recuerdo doloroso
de nuestro último encuentro, quería que fuera algo hermoso, por mucho dolor que
me causara recordarlo.
―Estaba dispuesto a romper la palabra de mi
padre por ti, y el destino ya lo tenía todo planificado.
―Sí, mi amor ―contestó Eloise abrazándose a
él―Lo que no entiendo, es que no supieras el nombre de tu prometida.
―Solo sabía que estaba comprometido con la
hija de los condes de Lennox. Nunca pregunte como se llamaba.
―¿Por qué nunca quisiste conocerme?, bueno, a
la que era tu prometida.
―Porque me recordaba que era una imposición,
y eso me enfurecía.
―Me parece un sueño ―dijo abrazándose a él.
Después de tanto tiempo sin verse, dejaron
que sus cuerpos hablasen el idioma del amor, Robert veneró su cuerpo, cada
rincón, cada milímetro de piel, fue adorada por él a medida que la desnudaba.
Suavemente entró en ella, y despacio esperó a que remitiera su dolor, luego, el
deseo los embargó a ambos llevándolos al éxtasis.
Abrazados y acurrucados, se prodigaban
caricias.
―Te amo, jamás imaginé que se podría amar
así. Yo… no creía en el amor, hasta que miré el azul de tus ojos, y mi alma
quedó atrapada en la tuya.
―Robert, tú eras el destino que me esperaba.
―Juntos para toda la eternidad. ―dijo y ambos
se fundieron en un abrazo.