Como en casa

Mi blog vio la luz, el día 18 de octubre de 2012... Y vuelve a renacer hoy 13 de febrero de 2023. Espero que cuando me visiten se sientan como en casa, con la confianza de opinar sobre cualquier post, artículo o reseña. Se aceptan comentarios, correcciones y críticas siempre que sean escritas con educación, espero alimentarme de ustedes y viceversa. Creo en el continuo aprendizaje... aprendamos juntos.

jueves, 20 de abril de 2023

Conchita - Por Las Veces


Puedes... sí, puedes.

No tengas miedo de pedir ayuda...

Puedes...

Yo, puedo... y voy paso a paso...

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domingo, 16 de abril de 2023

Disponible en Amazon - MÁS QUE JUEGOS - La historia de amor de los personajes de Los juegos eróticos de Charles y Elisa

 


Esta es la esperada historia de Charles y Elisa, los protagonistas del libro de relatos...

Los juegos eróticos de Charles y Elisa




Sinopsis de Más que juegos:

En los juegos eróticos de Charles y Elisa, nos adentramos en su universo privado, donde nos permitieron vivir, junto a ellos, sus fantasías sexuales y sus juegos íntimos. Ahora nos contarán su historia.

Después de un año de intenso placer y disfrute de los sentidos, ambos siguen sintiendo una pasión irrefrenable; unida, también, a una confianza absoluta el uno por el otro.

El amor se sumará a esa ecuación, llegando a sus vidas y complementando una atracción explosiva. Pero la maldad de terceras personas intentará destruir la confianza que se tienen, dañando un sentimiento frágil que ninguno de los dos quiere aceptar.

¿Lograrán separarlos o ese sentimiento llamado amor será más fuerte?

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Buscando, buscando... acabé encontrando

 


 Septiembre de 2014

 

«¿En qué momento pasé de desear que me tocara la lotería a desear conseguir un trabajo?», eso me preguntaba, mientras me dirigía a la cola del paro.


            

Empezaré presentándome, mi nombre es Eulalia Ferrán ―odio ese nombre―, pero a partir de este momento, solo soy Eula; ruego y suplico encarecidamente, que borren de sus mentes el nombre con el que fui bautizada.

            Se preguntarán, ¿a quién debo el honor de llevar ese «hermoso» nombre?, entiéndase como sarcasmo total, lo de hermoso. Pues a mi querida y santa abuela materna, Sinforosa Torres, que tenía por costumbre elegir los nombres del santoral, tocara el que tocara. Y tuve yo la suerte de nacer el 12 de febrero, día de Santa Eulalia. Mi hermana, en cambio, tuvo más suerte que yo, nació el día de Santa Verónica; en fin, solo puedo decir, que en el momento en que fui lo suficiente mayor para ser consciente del horror de nombre que tenia, bueno, al menos a mi me lo parece; decidí que sería Eula, que es el menor de dos males.

            Quien me lo iba a decir a mí, yo, la primera de mi promoción de Ingeniería de Alimentos, graduada con las mejores notas. Aquí estoy, dirigiéndome a la cola del desempleo. Todavía no he podido asimilar mi despido, es que fue tan inesperado, además, eso no se hace nada más incorporarte de las vacaciones, es cruel e inhumano. Aún puedo escuchar las palabras del Sr. Rodríguez, para los demás, mi exjefe. Me llamó a su despacho y dijo:

            —Señorita Ferrán, usted sabe que estamos atravesando momentos difíciles debido a la crisis económica. La compañía ha experimentado una bajada notable en las ventas de nuestros productos, lo cual repercute en detrimento de todos los departamentos de la fábrica ―expuso muy serio.

            —Soy consciente de ello señor Rodríguez, y si necesita que nos apretemos el cinturón, por mi parte, estoy más que dispuesta a estudiar posibles mejoras en el rendimiento del departamento de calidad. Sabe que adoro mi trabajo —mentí como una bellaca.

            Mi jefe, ahora ex, me miró con cara de circunstancias, pero yo ingenua de mí, no supe ver lo que se avecinaba.

            —Agradezco sus palabras, pero lamento tener que decirle, que vamos a rescindir su contrato. —Me miró a los ojos, y sin anestesia previa, me soltó esa bomba.

            Blanca como la nieve me quedé, aunque yo juraría que más blanca aún, porque mi jefe se levantó precipitadamente de su silla y empezó a abanicarme. Al parecer, tuvo miedo de que me desplomara en su oficina.

            Después de sufrir la humillación de tener que aceptar un despido que yo no quería, y recoger mis escasas pertenencias, de la que fue mi minúscula oficina. Regresé cabizbaja a mi muy pequeño piso alquilado. Lo primero que tenía que hacer, era arreglar los papeles del desempleo, para poder cobrar la prestación a la que tenía derecho por haber trabajado durante seis años, en esa fábrica.

            Me puse mi ropa de domingo, o sea, mi viejo chándal de andar por casa y espatarrada en el mini sofá de mi salón, empecé a pensar, «estoy en el paro, parada, sin curro, sin chamba…» Y así sucesivamente, hasta que fui consciente de mi triste situación. Como hago siempre que estoy preocupada, empiezo a hablar conmigo misma en voz alta, como dicen que hacen los locos… «¿Estaré yo loca?», me pregunto muchas veces.

            Eula, debemos centrarnos en el problema inmediato, por eso lo mejor es hacer una lista. ―Tomé lápiz, papel y escribí:

 

Pasos necesarios después de un despido sorpresa:

1.                 Inscribirte en la oficina de empleo, más conocida como, apuntarte al paro.

2.                 Solicitar la prestación por desempleo, más conocida como solicitar el paro.

3.                 Actualizar tu currículo, o sea, hacerte uno, si no lo tienes o nunca te lo has hecho.

4.                 Enviar varios currículos a empresas en las que estés interesada, o sea, levantar el culo desde temprano y patearte las calles, repartiendo currículos, en busca de curro.

5.                 Rezar a los hados y desear que pronto aparezca «el trabajo», sí, que aparezca, porque por más que lo buscas no lo encuentras.

6.                 Y por último, ya desesperada… JUGAR A LA LOTERÍA.

 

            Yo, que soy más lista que nadie, decidí empezar por el sexto… Tejiendo fantasías sobre lo que haría con la millonada que me iba a tocar. Al menos, todavía soñar es gratis.

            Después de echar la lotería, me dirijo a la oficina de empleo con mi carpeta rosa de la suerte, donde llevo mi documentación. De más está decirles que la suerte de la carpeta se fue con viento fresco a otra parte.

            Me voy acercando después de caminar casi cuatro calles completas, porque no encontré otro lugar donde aparcar mi coche de juguete; vamos, que el de Ken, el novio de barbie, es más grande. ¡Ya lo sé!, soy un poco exagerada, bueno vale, muy exagerada.

            A lo que iba, estoy llegando a la oficina de empleo y cuando me quedan unos pocos metros, diviso a lo lejos una cola que daba la vuelta a la manzana. Me detengo, y horrorizada mi mente grita: «¿¡¡Qué es eso!!? Pues qué va a ser», —le contesto bastante borde—; «que tenemos aquí para hartarnos».

  Con paso lento llego y, muy lanzada pregunto a la última persona de la fila:

  ―Disculpe, ¿está es la única cola? ―le sonrío con mi mejor sonrisa.

  ―¿Es que acaso ve otra? ―dice la simpática mujer.

  ―No estaba segura, por eso lo preguntaba ―respondo con educación y otra de mis mejores sonrisas, mientras mi mente despotrica de lo lindo sobre la educación de ciertas personas.

  ―Para que tiene los ojos en la cara, ¿de adorno? ―fue la simpática respuesta de la buena mujer.

  ―Perdone si la molesté, pero es que creo que debería haber al menos dos colas. Una para los que tienen preparación superior, y otra para los que no la tienen.

  ―¡Pero miren a la finolis! Mira bonita, aquí no hay ni más estudiados, ni menos… Aquí todos somos currantes, y el que llega se coloca en la cola. ¿Entendiste o te lo deletreo? ―espeta la energúmena que tengo delante de mí.

  ―Entendido señora ―respondo sin ninguna sonrisa.

  ―¡Señorita! ―exclama ofendida.

  ―Señorita ―dije suavemente y respirando, un, dos, tres… para no lanzarme a su yugular.

  De pie en la kilométrica cola, aprovecho para meditar sobre mi vida, os lo recomiendo; conclusiones pocas, pero matar el tiempo eso seguro. No podéis imaginaros lo que da de sí una conversación con una misma.

  Pensaba primero, en lo estúpida que fui al ponerme los mega tacones para verme más alta y parecer más profesional, luego, pensaba que ya no podría ir de rebajas porque estaba en el paro, después, me puse a discutir por qué no estudié algo con más salida laboral… Y así, hasta que cuando me di cuenta, llegó mi turno.

  Me acerqué al mostrador y coloqué mi prolija carpeta, rosa chicle, sobre el mismo, la abrí y procedí a extraer todos los documentos que me habían entregado en la empresa.

  ―Buenos días, ¿qué desea? ―pregunta la empleada de turno.

  ―Buenos días, quiero solicitar la prestación por desempleo ―contesté muy resuelta.

  ―Para solicitar el paro, rellene este formulario, adjunte la documentación que se indica en el dorso de este, y por último, póngase en la cola de la derecha.

            ―¡¿Tengo que hacer otra fila?!―cuestioné espantada.

  ―Exactamente, y ahora por favor deje pasar al siguiente.

  ―Pero no me parece correcto, ya llevamos mucho tiempo esperando ―le dije molesta.

  ―Vamos a ver, si le parece o no le parece correcto, a mí qué me dice, estas son las normas, así que por favor ¡deje pasar al siguiente! ―replica la antipática de turno.

  Respiré hondo y rellené el impreso, después de varias consultas a la indignada señorita, y una vez listo, me coloqué en la segunda fila.

  En esta ocasión me entretuve maldiciendo a todos los funcionarios antipáticos y maleducados y a las estúpidas normas; con lo fácil que sería que te dieran cita a una hora, y luego te atendieran tranquilamente de una sola vez… No; había que armar esta procesión de peregrinos, que es lo que parecemos todos.

  De pronto, mientras esperaba en la maldita cola que se movía más lenta que una tortuga coja, escuché una voz en la distancia:

  ―Señor Baldomero Martin, pase a la mesa seis.

  Miré sorprendida que el señor en cuestión se levanta de una silla, que tiene pinta de ser la incomodidad personificada y se dirige con prontitud hacia la mesa indicada, y yo me pregunto: «¿Por qué tiene ese privilegio?», es entonces cuando reparo en que hay más personas sentadas en sillas iguales que la deshabitada. La curiosidad y el aburrimiento, todo hay que decirlo, me llevó a preguntar en voz alta:

  ―¿Qué hacen en esas mesas?

  ―Son para las personas que han solicitado cita previa ―me responde un chico muy simpático, que estaba detrás de mí.

  ―¡¿Has dicho cita previa?! ―grité alucinada.

  ―Sí claro, ¿no lo sabías? ―me dice el chico simpático y guapo; no me había fijado hasta ese momento, todo hay que decirlo.

  ―¡Pues no! Cuando llamé para informarme de los pasos necesarios para solicitar el paro, la persona que me habló, no se dignó a decirme que había la posibilidad de solicitar ¡cita previa! ―gruñí al buenorro, porque ahora que lo veo bien, está más que bueno.

  ―Por lo que veo, es tu primer paro, ¿verdad? ―comenta riendo.

  ―¿Tanto se nota? ―contesté, embelesada con su sonrisa de anuncio de dentífrico.

  ―Un poco nada más, guapa. ―En ese momento olvidé todas mis penurias.

  ―Gra… gracias ―balbuceé.

  ―Espero que no tengas que venir muchas veces, pero si tienes el infortunio de volver a quedarte sin curro, recuerda pedir cita previa, porque creo que dentro de poco esa será la única manera de solicitar el paro, o simplemente de inscribirse ―explica amablemente, el bombón que estaba junto a mí.

  ―Muchas gracias por decírmelo, aunque espero no tener que vivir esta experiencia otra vez ―comenté con mi sonrisa especial, la que guardo para ocasiones importantes, y créanme, esta lo era.

  ―Disculpa mis modales, mi nombre es Cipri, ¿y el tuyo?

  ―El mío Eula, encantada. ―Extendí mi mano en señal de saludo y, cuando el hombre más guapo que nunca soñé encontrarme en una cola del paro, la coge con la suya, sentí que mis piernas eran de blandiblú, y por poco me caigo derretida en el suelo.

  ―¡Que nombre más curioso! ―comenta dulcemente, o eso me lo parece.

  ―Sí, muy curioso… Igual que el tuyo ―afirmé para intentar cambiar el tema de los nombres.

  ―En realidad el mío es más feo que curioso, pero mi madre adora el santoral. Con eso ya te he dicho todo ―explica con cara de circunstancias.

  Lo miro y pienso que es una señal, porque encontrarte con otra pobre víctima del santoral no es algo común, y menos en una oficina de empleo.

            Entonces, mi mente empieza a fantasear con casitas blancas, jardines llenos de flores, niños correteando felices, y mi hermoso Cipri llegando del trabajo con un ramo de rosas frescas, para su adorada Eula. «¡Para, Eula!», grita mi mente, «deja de soñar despierta, que los cuentos de princesas solo son para niñas, además de ser una triste mentira que nos inculcan en nuestras inocentes y crédulas cabecitas

            Para darle apoyo al guapo de Cipri, decidí decirle que no era el único que padecía el mal del santoral.

  ―No eres el único, mi abuela es fanática del santoral, da igual el santo o santa que te toque, no te salva nadie ―expuse ante él, mi más sórdido secreto.

  ―Entonces somos víctimas del santoral ―me dice amablemente, y yo, caí enamorada en ese momento.

  ―Totalmente ―afirmé sin saber qué más decir, ese hombre acababa de dejar mi mente en blanco.

  ―Entonces, como padecemos el mismo infierno, te confesaré que mi nombre es Cipriano. ―Me regala otra de sus sonrisas de dentífrico feliz.

  ―El mío, y solo lo diré una vez… prométeme que no lo repetirás nunca. ―asiente con la cabeza y una mirada divertida―. Me llamo Eulalia.

  ―Encantado Eula, y ya es tu turno ―me indica con su voz de locutor de radio.

  ―Gracias Cipri. ―Le regalo mi maravillosa sonrisa, esa que casi nuca asoma en mi cara.

  Conocerlo despejó las nubes negras de ese día, transformándolo en un día hermoso y soleado, ya nada me molestó, ni la eterna cola, ni los tacones, de lo cual ya no me arrepentí; vamos, que ni estar desempleada puede empañar este momento.

  Una vez que terminé todos los trámites para poder disponer de mi prestación, o sea, para poder subsistir hasta que encuentre un nuevo trabajo, me dispuse a despedirme con tristeza de ese adonis, porque sinceramente no me atrevo a pedirle el teléfono, ya ven, mucho estudiar, mucho modernismo y cuando tengo que ser lanzada, me quedo más cortada que las mangas de un chaleco.

  ―Bueno Cipri, encantada de conocerte, espero que consigas pronto un trabajo ―me despido con melancolía, solo me faltaba suspirar.

  ―Eula, ¿puedes esperarme? ―me dice el bombón, y me deja paralizada de la emoción―. ¿Me gustaría invitarte a comer? ―Estoy en una nube, flotando, incrédula y pienso, «¡esto es mejor que la lotería!»

  Cipri me está mirando, espera mi respuesta, pero yo estoy como ida, no atino a decir esta boca es mía, hasta que alguien me grita:

  ―Vamos finolis, decídete que la gente que está en la cola no tiene todo el día, y tú, guapo, si ella no quiere ir contigo, yo estoy lista y encantada te acompaño. ―La impresentable maleducada al ataque otra vez.

  Salgo de mi estado hipnótico tras escuchar los alaridos de la loca esa.

  ―Acepto encantada Cipri. ―Contesté satisfecha, mientras espero a que ese pedazo de hombre, que me acaba de invitar a comer, termine con su papeleo.

  Sentí la mirada envidiosa de la malhablada que me tocó de compañera de procesión, y me giré para mirarla con una de mis mejores sonrisas de…, chúpate esa, guapa. La muy descarada, me mira y sin cortarse un pelo, suelta:

  ―¡Tío bueno!, ¿para qué vas a perder el tiempo con esa repipi? Yo soy más simpática y divertida que ella, seguro; bueno, cualquiera lo es sin esforzarse mucho.

  En ese momento, la pelandrusca que habita en mí y que raras veces hace acto de presencia, sale de su estado de hibernación y se dirige a la malhablada.

  ―¡Repipi yo!¿Pero a ti qué mosca te ha picado?, eres una grosera y una deslenguada, yo me acerqué con educación, y en cambio tú has sido una borde desde el principio. Sin contar, con ser una entrometida al meterte en una conversación ajena. ¡Sabes chula!, si te aburres, búscate un mono de feria. ―Parecía yo la niña del exorcista, de la mala uva que tenía.

  ―Tranquila guapa, a palabras necias oídos sordos ―me calmó mi príncipe particular, con esa voz profunda y esos ojos risueños que me derretían por dentro.

  Como un globo pinchado me desinflé al escuchar la voz de Cipri, lo miré y solo vi simpatía y aprecio por su parte. Como dije, caí fulminada por un rayo, el rayo del amor. Porque yo, nada de flechas de Cupido, no, lo mío a lo bestia, un rayo directo al corazón y sin preaviso.

  Enseguida olvidé a la buscona, que agachó la cabeza sin rechistar, aunque creo que fue porque le dolieron más las palabras de Cipri, que la parafernalia que solté por mi boca. Acabados nuestros engorrosos trámites, nos fuimos juntos y yo la mar de feliz.

 

 

Un año después…

 

  Aquí voy de nuevo a la oficina de desempleo, me toca sellar la cartilla… pues sí, aún sigo desempleada, la puñetera crisis que nos tiene a todos pasando un calvario, a unos menos que a otros, pero a todos nos está afectando. Yo estoy aprovechando para hacer cursos y especializaciones que me permitan encontrar otra cosa, al menos algo que me guste más, pero como están las cosas de mal, está uno como para exigir mucho...

  En otro contexto, debo decir que sigo jugando a la lotería, poco, pero si no juegas nada, seguro que nada te toca… todavía soñar, después de un año, puedo afirmar que sigue siendo gratis.

  Ahora sí, no he encontrado un trabajo, ni me ha tocada el Euromillón, pero encontré algo mucho más valioso… El amor de mi Cipri, y como dicen que las penas con amor son más llevaderas, al menos de falta de cariño no me puedo quejar.

  ―¡Eulalia cariño, mueve el culo que llegamos tarde! ―grita el hombre de mis sueños.

  ―¡¡¡Cipri!!!, cuando te pille te mato. Me prometiste que jamás repetirías ese nombre. ―Eché a correr tras él.

  Cuando llegué a su lado, jadeaba por el esfuerzo y no podía ni hablar. Cipri estaba muerto de la risa mirándome y sabiendo el cabreo monumental que me había provocado.

  ―Cariño, no te enfades… al final conseguí lo que buscaba.

  ―¿El qué? ―dije entre jadeos.

  ―Que te dieras prisa ―me dice mientras se troncha de risa a mi costa.

  ―Hay momentos Cipriano, en que no me gustas nada ―suelto con mi genio mala uva.

―Pues tú a mí, me gustas siempre.

Y así, con esas palabras, consigue derretirme. Es que ese hombre es lo mejor que me ha podido tocar en una cola del paro.