Como en casa

Mi blog vio la luz, el día 18 de octubre de 2012... Y vuelve a renacer hoy 13 de febrero de 2023. Espero que cuando me visiten se sientan como en casa, con la confianza de opinar sobre cualquier post, artículo o reseña. Se aceptan comentarios, correcciones y críticas siempre que sean escritas con educación, espero alimentarme de ustedes y viceversa. Creo en el continuo aprendizaje... aprendamos juntos.

viernes, 17 de octubre de 2014

REGÁLAME TUS BESOS... CAPÍTULO 1


El avión proveniente de Viena aterrizó a la hora prevista en el aeropuerto de Málaga, el viaje había sido tranquilo, los pasajeros estaban deseando levantarse y salir del aparato. En primera clase viajaban pocas personas, entre ellas un hombre rubio de ojos azules que miraba con indiferencia por la ventanilla. En el momento en que se detuvo el avión, todos se desabrocharon el cinturón y encendieron sus dispositivos móviles al mismo tiempo que se levantaban para recoger sus efectos personales.
Leonardo Ballesteros con la calma que lo caracterizaba, se levantó y se sacudió el pantalón, tratando de borrar las arrugas que se habían formado al estar tanto tiempo sentado. Recogió su pequeño bolso de mano y sin mirar atrás salió por el pasillo que unía al avión con el aeropuerto.
No tardó en tener su maleta sobre uno de los carritos y al salir escudriñó entre la gente arremolinada frente a la puerta, para ver si había alguien con un cartel que llevara su nombre. A lo lejos lo divisó, había un hombre uniformado que llevaba una pequeña pizarra blanca con su apellido escrito en mayúsculas.
Leonardo se dirigió hacia el chofer, caminaba con elegancia y seguridad. Todas las miradas femeninas admiraban su porte alto y esbelto, sus facciones varoniles y su cabello alborotado le daban un efecto muy sexy que no pasaba desapercibido. Llegó junto al chofer y lo saludó:
—Buenas tardes.
―Buenas tardes, señor. Permítame su equipaje. ―Sin dilación el chofer tomó el carrito y lo empujó hacía el aparcamiento. Leonardo lo siguió sin prisas, como lo hacía todo.
―¿Cuánto tardaremos en llegar al Villa Padierna?
―Unos cuarenta y cinco minutos aproximadamente.
Una vez instalado en el coche cerró los ojos e intentó relajarse mientras se dirigía hacia el hotel, deseaba descansar del estrés del trabajo y, al mismo tiempo, romper un poco con la monotonía de su vida. No solía viajar a menudo al sur de España, pero aprovechó la invitación de un amigo y decidió que un poco de sol y deporte le vendría bien.
Sus fracasos matrimoniales contrastaban con sus éxitos laborales, se sentía orgulloso de continuar manteniendo en alto el buen nombre de los astilleros que en su día fundó su padre, y que con esfuerzo y sacrificio sacó adelante convirtiéndolos en lo que eran hoy. Homero Ballesteros era un hombre humilde, que empezó un sueño en 1980 al montar su pequeña empresa de construcción y reparación de buques y barcos. Hoy gracias al buen trabajo y dedicación, junto con el cuidado de los detalles y la profesionalidad, el astillero Reina de las aves en Asturias gozaba de prestigió y popularidad.
―Señor, disculpe, ¿va a querer mis servicios durante su estancia?
―No, quiero un coche de alquiler para las tres semanas que estaré aquí ―contestó sin abrir los ojos―. Avíseme cuando estemos llegando al hotel.
―Sí, señor.


—Sofía, ha llamado Nancy, al final han ingresado a su hijo para operarlo de apendicitis —explicó María.
—¡Vaya por Dios! Ahora la llamo para preguntarle. Hay que arreglar el cuadrante de hoy y los siguientes días.
—Lo sé, pero tenemos también a Patri de vacaciones lo que nos complica las cosas.
—No pasa nada, yo haré los turnos de Nancy y tú me cambias el turno de noche, yo hago el nocturno los días que no esté con las habitaciones.
—¡No puedes cargarte así de trabajo! Cuando vas a descansar —replicó ceñuda su amiga—. Siempre te sacrificas por todos, no es justo, así que yo te ayudo, nos repartimos los turnos de Nancy.
—María, no puedes venir más horas al hotel, tienes a tu madre y tu hijo en casa, y te necesitan.
—Buscaré a alguien que se quede con ellos y no hay más que hablar.
—Ya veremos, pero ahora vamos a la salita a informar a las chicas y reorganizar los cuadrantes.
―¿Por qué no lo dices a Natalia que eche una mano?
―¡Hablas en serio! ―exclamó con una mirada divertida―. La sub gobernanta Natalia Palacios no se va a rebajar a eso.
―Pues tú eres la gobernanta y no veo que se te caigan lo anillos… esa es una de las muchas diferencias que hay entre las dos y es por eso todas las compañeras te queremos y respetamos, porque no olvidas tus comienzos como una de nosotras.
―Es que siempre seré una de vosotras, solo que ahora tengo más responsabilidades.
―Eres la mejor ―afirmó María siguiéndola.
Sofía se encaminó a su reunión de todas las mañanas con las camareras de piso, allí se repartían los turnos y se informaba si había algo importante. Pasó por la lavandería y se detuvo antes para pedir una bata de su talla. No era la primera vez que sustituía a alguna de sus chicas y recordaba sus tiempos de camarera.
En pocos minutos tenía todo organizado y se fue a cambiar para empezar con sus habitaciones. Se recogió el cabello en una cola, se puso la bata rosa, abrochó la plaquita con el nombre de su compañera y se ajustó el cinturón, luego se cambió los zapatos por los suecos blancos. Decidida, tomó el papel con las habitaciones del cuadrante de Nancy y fue a la tercera planta en busca de su carrito y todo lo necesario para empezar la jornada.


Leonardo no había perdido el tiempo, después de instalarse en su suite se puso la indumentaria y se fue a jugar al pádel, necesitaba descargar el estrés acumulado por el conflicto con unos buques que se habían retrasado debido a materiales recibidos en mal estado. Después se daría una ducha, descansaría y colocaría el equipaje en el armario. Se encaminó por el pasillo de la tercera planta y pasó al lado de un carrito de limpieza, una mujer de pelo castaño estaba organizando su contenido de espaldas a él, sus ojos no dejaron de repasar el cuerpo bien definido que no escondía la bata de trabajo. Siguió su camino hacia el ascensor sin volver la mirada atrás, bajó y se encaminó hacia las pistas donde encontró una vacía en la que entró a jugar.
Sofía colocó todo lo necesario en el carrito y se dirigió hacia su primera habitación, luego repasaría las que su compañera había dejado incompletas anoche, tras la llamada urgente que recibió de su marido.
Llevaba casi una hora de trabajo y le tocaba repasar la habitación 316, llamó a la puerta, pero nadie le contestó. Al entrar se dio cuenta de que el huésped ya había llegado, vio su maleta abierta sobre la cama y ropa sobre una de las sillas. «Al parecer, se había cambiado y había salido, lo que le facilitaba el trabajo», pensó.
Respiró más tranquila, así podía revisar lo que faltaba y terminar sin que el huésped la encontrara en la habitación; salió al pasillo y cogió todo lo necesario para completar los detalles que a Nancy se le pasaron: el albornoz, las toallas y los geles de baño. Al regresar dejó la puerta entre abierta como se debía hacer y se dirigió al baño sin darse cuenta de que la misma se cerraba suavemente.
La bata que le habían dado le quedaba un poco ajustada sobre todo a la altura del pecho, algo que la incomodaba para trabajar, pero ya buscaría otra o pediría que se la arreglaran para los siguientes días. Se olvidó de todo y empezó con su trabajo y, como estaba sola, aprovecharía para dar un repaso completo al baño.


Terminado el juego Leonardo decidió regresar a su habitación y darse una ducha; después aprovecharía para dormir un poco, estaba cansado y esa noche tenía una invitación en casa de su amigo Jaime. Entró es su dormitorio y empezó a quitarse la ropa sudada dejándola desperdigada por el suelo, estaba empezando a bajarse los calzoncillos cuando de pronto un grito lo dejó paralizado.
―¡Oh, Dios mío! ―exclamó asustada Sofía.
―¡Pero, qué demonios! ¿Se puede saber que hace aquí?
Sofía no atinaba a articular palabra, estaba como hipnotizada mirando a ese hombre, hacía años que no tenía frente a sí un cuerpo masculino medio desnudo, y mucho menos, a uno como ese. Su mirada quedó atrapada en ese pecho brillante de sudor, una gota empezó a resbalar desde su cuello muy despacio hacía su vientre plano y, sin detenerse, siguió hacía el calzoncillo donde desapareció. Sus ojos se abrieron al notar el bulto que escondía la prenda. De manera inconsciente Sofía se relamió los labios, detalle que no le pasó desapercibido a Leonardo.
―Señorita, le he preguntado qué hace en mi habitación; se supone que ya debería estar limpia ―habló con la voz un poco ronca porque esa lengua rosada lo había alterado.
Ella levantó la mirada aun sin pronunciar palabra alguna, sus ojos se encontraron con los ojos azules de ese hombre y sus miradas quedaron enlazadas por unos segundos que parecieron eternos, hasta que él preguntó de forma descarada:
―¿Le gustó lo que estaba mirando?
Un rubor intenso subió por el esbelto cuello de Sofía al escuchar esa pregunta, sentía arder sus mejillas, había olvidado la última vez que se había sonrojado.
―Disculpe señor, me ha asustado. La chica del turno de noche tuvo una emergencia familiar y su habitación había quedado a medio hacer. Le pido de nuevo disculpas y me retiro.
―Espere, aún no ha contestado a mi pregunta ―dijo mientras un brillo divertido asomaba a sus ojos.
―¿Se está divirtiendo a mi costa? ―preguntó indignada.
―Para nada señorita, solo sentía curiosidad por saber si le había gustado lo que miraba tan detenidamente.
―Es un poco grosero de su parte, señor. ―Caminó decidida hacía la puerta, pero un demonio la poseyó. Se giró y dijo―: Sí, me gustó mucho. ―Salió corriendo horrorizada por su propio atrevimiento.
A lo lejos escuchaba las carcajadas del hombre mientras empujaba el carrito lo más rápido que le permitían sus temblorosas piernas. ¿En qué demonios estaba pensando para decirle eso?, se preguntaba Sofía. «Ese hombre pensaría que era una fresca o más bien una salida», se dijo.


Estaba sonriendo aún por aquella situación, al mismo tiempo que pensaba que hacía mucho que no lo miraban con esa intensidad. Se metió en la ducha y mientras el agua resbalaba por su cuerpo, recordó esa pequeña lengua rosada y húmeda que asomó por esos labios, y su miembro despertó mientras se imaginaba esa boca en ciertos lugares.
―¡Joder con la camarera!, me parece que llevo mucho tiempo sin sexo ―dijo mirando su entrepierna.
Terminó de ducharse y salió del baño secándose con una toalla, notaba el cansancio del viaje. Desnudo se tumbó en la cama y se dejó llevar por el sueño, necesitaba relajarse y al mismo tiempo divertirse, lo cual esperaba hacer durante su estancia en el hotel. Mientras el sueño lo atrapaba, a su mente regresó la imagen de la mujer en el momento en el que se relamía los labios con esa pequeña lengua. «Hacía mucho tiempo que no sentía una atracción tan fuerte; o solo sería por la falta de sexo desenfrenado», pensó cayendo en un sueño profundo.


Al fin ya había terminado su jornada de ese día extraño. Se sentó cansada en el sillón de su pequeña oficina después de una ducha revitalizante y un almuerzo ligero, por fin podía relajarse durante unos minutos. Solo tenía papeleo que organizar y el cuadrante para las chicas del turno de noche. Sofía cerró los ojos reviviendo en su cabeza la imagen del hombre casi desnudo. Leonardo Ballesteros se llamaba, era un hombre alto y muy varonil, su cuerpo irradiaba sexualidad por todos sus poros, ella jamás había sentido una atracción tan instantánea. Todavía podía sentir como sus pezones se contrajeron ante la imagen de ese cuerpo brillante y esa protuberancia, que se marcaba en esos calzoncillos que como un guante se amoldaban a su piel.
Su vida sexual era casi inexistente desde que se divorció de Pedro hacía más de diez años, apenas había tenido alguna que otra relación pasajera. Sus gemelos Sergio y Samuel ocupaban todo su tiempo, y eso añadido a su trabajo no le había dejado margen para nada más. Ahora, a sus cuarenta y dos años y con sus hijos en la universidad, Sofía se sentía sola y notaba la falta de un hombre en su vida.
Alguien llamó a la puerta haciendo que regresara al presente, esta se abrió y María, su compañera y amiga entró.
―¿Qué tal tu primer día con las habitaciones?
―Muy bien, salvo… ―Se quedó pensativa.
―¿Qué pasó?
―Tuve un encuentro un tanto peculiar con un huésped
―¿Cuéntame? ―pidió intrigada.
Sofía procedió a detallarle lo que había pasado, pero no le dijo que se había sentido muy atraída por ese hombre, tanto, que había deseado pasar su lengua por ese pecho sudado y probar el sabor salado de esa piel.
―¡Tú le dijiste eso! ―exclamó con los ojos abiertos.
―No sé qué demonio me poseyó ―explicó avergonzada.
―El demonio de la tentación ―comentó María guiñándole un ojo.
―No lo sé, pero fue una locura, es un huésped y podría presentar una queja en dirección. Te imaginas el bochorno ―comentó preocupada.
―Dudo mucho que presente ninguna queja porque fue él quien hizo una pregunta impertinente. Pero dime, ¿Esta así de bueno?
―Más ―Sofía empezó a abanicarse con una carpeta―. Te puedo asegurar que nunca tuve ante mis ojos un hombre así, como esos que salen en televisión… y además, todo sudado, no sé que me pasó por la cabeza, mis hormonas despertaron del letargo y se alborotaron como si fuera una quinceañera.
―¡Madre mía! ¿Y si te busca, qué harás?
―María no seas fantasiosa, un hombre como ese debe tener a las mujeres haciendo cola. ¿Crees qué se va a molestar por una simple camarera de piso?
―No eres una simple camarera, eres mucho más.
―Pero él no lo sabe, y eso no cambia las cosas. Ese hombre pertenece a un mundo diferente al que nos movemos las mortales como tú y yo, que tenemos que trabajar para subsistir.
―Nunca se sabe Sofía, pero si ese hombre quisiera una aventura conmigo yo me lanzaba de cabeza ―aseguró María divertida.
―Es una locura lo que dices, una locura, divina, pero una locura ―aseguró Sofía mientras un escalofrío la recorría al imaginarse entre los brazos de ese hombre.
―Espero poder verlo antes de que se marche del hotel.
―Seguro que lo verás, estará tres semanas alojado. Se llama Leonardo Ballesteros.
―¡Dios, hasta su nombre impone! ―María se levantó de la silla―. Me marcho que se me hace tarde para llegar a casa, nos vemos mañana, buenas noches y que sueñes con ese hombre ―dijo divertida.
―Buenas noches, loca.
Al quedarse sola no pudo evitar imaginarse las manos de ese hombre recorriendo su cuerpo, y el mismo, despertó excitado ante ese pensamiento. «¿Desde cuándo no sentía el calor y el aroma de un cuerpo masculino envolviéndola?», se preguntó mientras intentaba recordar cuándo fue la última vez que tuvo sexo. Sus amigas insistían que ahora era su momento de disfrutar, porque sus hijos estaban en Granada estudiando y ella estaba sola. Quizás debería pensar en salir más con ellas.
Dejando esos pensamientos se puso a trabajar para poder marcharse a su casa, hoy había sido un día peculiar y se sentía cansada. Un baño y luego un buen libro con una copa de vino, la estaban esperando.


Despertó temprano, se preparó y bajó al restaurante a desayunar. Ayer después de un descanso revitalizante, salió a cenar a casa de su amigo Jaime y de allí se fueron a tomar unas copas. A pesar de que esas serían sus primeras vacaciones en años, también tenía negocios que cerrar con algunos clientes de la costa del sol. Así que su estancia le permitiría matar dos pájaros de un tiro; pensó mientras se sentaba en una mesa de la terraza. Las vistas al campo de golf eran magnificas, tenía ganas de jugar unos hoyos y para ello invitaría a Jaime.
Tomó su desayuno mientras leía el periódico, se sentía muy a gusto en el hotel, este era un lugar elegante y acogedor, y Leonardo estaba agradecido a sus padres por habérselo recomendado. Sonrió al pensar en ellos, eran una pareja activa que disfrutaba viajando por todas partes. Ahora que su padre estaba jubilado viajaban mucho más y en esos momentos estaban en una excursión por el Cairo.
El astillero estaba bien manejado, su hermano Luis y su hermana Laura se dedicaban al igual que él a mantenerlo en lo más alto. Era el orgullo de la familia porque se había hecho desde la primera piedra, con trabajo y esfuerzo. Los Ballesteros no eran personas de rodearse con la alta sociedad, eran personas sencillas que disfrutaban de la vida sin ostentaciones.
Leonardo terminó su desayuno y dejó el periódico sobre la mesa, se levantó y se encaminó hacia la recepción, quería saber si ya tenía disponible el coche que había pedido.
―Buenos días, señorita, soy Leonardo Ballesteros de la habitación 316. ¿Quisiera saber si ya llegó el coche de alquiler que pedí ayer?
―Un momento señor, voy a comprobarlo ―contestó Natalia sin dejar de admirar al hombre que tenía enfrente―. Efectivamente ya está aquí, estas son las llaves y está aparcado en la plaza de garaje, segunda planta, número 16. Es un alfa romeo mito 2011 de color blanco.
―Gracias ―contestó cogiendo las llaves y firmando en el resguardo que le pasó Natalia.
Al levantar la vista y mirar hacía el hall de entrada, Leonardo vio a la camarera de ayer que estaba hablando o discutiendo con otro empleado. «Tiene carácter la mujer», se dijo para sí mientras observaba la escena.
Natalia siguió la mirada del hombre y su ceño se frunció al comprobar que estaba observando con interés a Sofía. No la soportaba, siempre la mejor en todo, y ahora, la muy estúpida se ponía a sustituir a Nancy, se rebajaba a limpiar habitaciones a pesar del cargo que tenía ahora. No estaba hecha para llevar esa responsabilidad, pero nadie parecía darse cuenta, todos estaban encantados con su trabajo y su dulzura. Y para rematar también llamaba la atención de los huéspedes. Natalia aprovechó que había llegado el encargado de recepción y se fue, no quería seguir presenciando como se la comía con los ojos el señor Ballesteros.
Leonardo caminó hacia donde estaba la mujer, ayer no había alcanzado a ver el nombre en su placa de identificación. Todavía no comprendía por qué le había hecho esa pregunta tan grosera, pero es que su manera de mirarlo fue tan intensa que no pudo evitarlo.
A pocos pasos detrás de ella se detuvo y esperó. El hombre con el que discutía tenía la cabeza gacha y estaba avergonzado por lo que ella le estaba recriminando. No se dio cuenta de la presencia de Leonardo, solo asintió hacia la mujer y se marchó.
―Buenos días, señorita ―saludó.
Sofía se paralizó al reconocer esa voz profunda, una voz que la torturó en sueños anoche. Se giró y lo miró directamente a los ojos, eran unos ojos amistosos, pero también misteriosos.
―Buenos días, ¿en qué puedo ayudarlo?
―Podría indicarme donde está el aparcamiento del hotel, no lo sé, y me han dejado un coche de alquiler en la plaza 16 de la segunda planta. ―Fue la primera excusa que se le ocurrió, deseaba estar a solas con ella.
―Diríjase a los ascensores y baje a la segunda planta, allí encontrará el coche, no tiene pérdida.
―Preferiría que usted me acompañara ―susurró insinuante.
―Esas no son mis funciones, señor…
―Leonardo, ese es mi nombre ―interrumpió dando un paso más hacia ella―. ¿Y el suyo es?
Sofía empezó a sentir que le faltaba el aire, ese hombre estaba como un tren de mercancías con todos los accesorios, era tan elegante y olía tan bien… a pecado, a eso olía.
―Sofía ―murmuró cada vez más nerviosa.
―Hermoso nombre, Sofía. ¿Me acompañará a buscar mi coche, por favor? ―insistió.
Sentía unas ganas locas de probar esa boca y morder ese labio inferior tal como ella lo estaba haciendo en ese momento.
No sabía que decirle, ese hombre la dejaba sin palabras, su cuerpo vibraba por su cercanía y ella solo pensaba en besarlo hasta que su sabor la embriagara.
―Está bien, sígame.
Natalia regresaba de tomarse un café cuando vio como Sofía y el señor Ballesteros se dirigían juntos al ascensor. «¿De qué habrán hablado y a dónde irán?», se preguntó intrigada.
En el ascensor el aire pareció desaparecer y la tensión se instaló reduciendo más aún el espacio. Sus miradas se encontraron y el calor abrasador del deseo los golpeó al mismo tiempo.
―¿Sabes qué es lo que deseo en estos momentos?
―No.
―Besarte sin parar ―respondió acercando su cuerpo hasta pegarlo al de ella.
Atrapada entre la pared y él, Sofía respiraba alterada, el olor de ese hombre la estaba enloqueciendo, sus sentidos despiertos y expectantes.
―Creo que no sería buena idea ―murmuró cerca de esa boca que se iba acercando cada vez más a la de ella.
―Yo creo que tú lo deseas tanto como yo. ―Su cálido aliento lamió los labios húmedos de Sofía.
―No es correcto, es una locura, por favor… ―suplicó.
―¿Por favor, qué? ―interrogó pegándose más a ella.
Sus cuerpos estaban unidos, solo las ropas obstaculizaban el camino a sus pieles deseosas de tocarse. Se miraron por un tiempo indefinido, pareció detenerse el espacio y todo a su alrededor desapareció.
―¿Por favor qué, Sofía? ―insistió, ya con sus labios rosando los de ella que temblaban.
―Bésame ―sucumbió al deseo.
Con un brillo de triunfo en sus ojos, Leonardo se lanzó a por esa boca y esa lengua que tanto deseaba probar.

REGÁLAME TUS BESOS... PRESENTACIÓN


SINOPSIS


A sus cuarenta y cinco años y con dos fracasos matrimoniales a cuestas, Leonardo ha perdido la esperanza de encontrar a la mujer que sea su complemento, su amiga, su amante… su todo.

Sofía se ha volcado en su trabajo y sus dos hijos, ahora en la madurez descubre que quiere sentirse mujer de nuevo, divertirse, disfrutar… en una palabra, vivir.

Un encuentro peculiar, un hotel, un malentendido y una atracción salvaje, unirán a Leonardo y Sofía haciéndolos vivir una aventura intensa y apasionada.

¿Puede una aventura de verano convertirse en el amor que siempre buscaste?
¿Lograrán ser felices?


A veces el único enemigo para tu felicidad, eres tú mismo…



LEONARDO BALLESTEROS

Leonardo Ballesteros era un hombre de 45 años, divorciado por segunda vez y convencido de que nunca encontrará el amor. Hombre de gustos sencillos, no solía alterarse con nada, todo lo hacía con calma, en definitiva no era hombre de impulsos.
   A pesar de haber nacido en cuna de oro, su padre no era del que daba las cosas sin ganárselas. Homero Ballesteros se labró con esfuerzo y trabajo el prestigio que tenía su empresa de astilleros. El dinero no le cayó del cielo, sino que llegó después de años de mucho sacrificio.
Por esa razón, todos sus hijos tuvieron que además de estudiar, trabajar desde abajo en los astilleros para aprender y merecer la paga que su padre les daba.
  Lamentablemente Leo, como le conocían todos, no tuvo la misma suerte que su padre al encontrar el amor. Sus dos ex mujeres resultaron ser hermosas solo por fuera, todo caparazón lleno de belleza, pero hueco por dentro. A pesar de su edad, no lamentaba el no haber tenido hijos con ninguna, eso le había permito romper todo vinculo con ambas.
Además, gracias a su abogado y consejero, se casó con separación de bienes, por lo que, a parte de una pensión compensatoria, no pudieron sacarle nada más. Ahora solo disfrutaba sin compromisos, a pesar de seguir añorando con tener un hogar propio, lleno de cariño, como el de sus padres. Él había decidido que era mejor estar solo a volver a pasar por la pesadilla de casarse con alguna de tantas frívolas que solo buscaban el dinero y la posición.


SOFÍA MARTÍNEZ

Sofía Martínez era una mujer que llevaba toda la vida dedicada a su trabajo, era la gobernanta de un hotel cinco estrellas en la costa del sol. Su dedicación era tal, que cuidaba de que hasta el más mínimo detalle estuviera perfecto, y que sus huéspedes se sintieran bien atendidos, eso la había hecho olvidarse hasta de comer muchas veces.
  Empezó como camarera de piso a los dieciocho años y por las noches estudiaba idiomas porque su sueño era ser azafata de vuelo, pero a veces lo que sueñas no siempre se consigue. En su caso no fue por otra cosa que porque se enamoró locamente de Pedro, y por ese amor renunció a volar. Se casó a los veinte años y creó su propio hogar mientras continuaba trabajando en el hotel.
  Los años fueron pasando y Sofía tuvo gemelos, dos hijos, Sergio y Samuel, eran su alegría y su energía para seguir luchando cada día. En su trabajo empezó a escalar pequeños puestos hasta que siete años después le ofrecieron la posibilidad de ser la segunda gobernanta. Se sentía satisfecha y sabía que sus estudios de idiomas la habían ayudado, junto a su dedicación al trabajo.
  Al igual que su vida laboral iba como la seda, su vida familiar era un caos, las discusiones continuas con Pedro afectaban a los pequeños, y poco a poco el amor que una vez la hizo renunciar a unos ideales, se fue apagando hasta no quedar nada. Después de doce años de matrimonio se separó y se encontró sola criando a dos hijos.
Gracias a sus padres pudo continuar trabajando, ellos cuidaban de los niños cuando ella tenía que trabajar. Así, su vida se volvió monótona, de la casa al trabajo y viceversa, se volcó en sus hijos y se olvidó de ella misma.
   Ahora, después de más de diez años divorciada, se sentía sola... sus hijos tenían 19 años y estaban en la universidad. Ella tenía 42 años y pensaba que los años se le habían escurrido entre los dedos sin darse cuenta.