Como en casa

Mi blog vio la luz, el día 18 de octubre de 2012... Y vuelve a renacer hoy 13 de febrero de 2023. Espero que cuando me visiten se sientan como en casa, con la confianza de opinar sobre cualquier post, artículo o reseña. Se aceptan comentarios, correcciones y críticas siempre que sean escritas con educación, espero alimentarme de ustedes y viceversa. Creo en el continuo aprendizaje... aprendamos juntos.

jueves, 30 de julio de 2015

RELATO O REFLEXIÓN...






LA CITA ANUAL

Como cada año, ella llegó al mismo hotel; los nervios y la excitación siempre la invadían. A pesar del tiempo que llevaba haciendo lo mismo, no podía evitar sentir que aquello no era correcto y, aun así, el sentimiento era más fuerte que su consciencia. Además, solo podía disfrutar de él un par de noches al año.

Mientras lo esperaba, Lidia pensaba que no hacía daño a nadie, tal vez a sí misma…, pero la soledad, a veces, era tan espantosa; que esa cita anual era para ella tan necesaria como el agua para un sediento. Sentada, empezó a recordar cómo llegó a su vida…

La necesidad de cariño y de pasión, se hacían acuciantes con el paso de los años, Lidia ya había olvidado lo que era sentirse mujer, atractiva y deseada…, hasta que un día, por esas casualidades de la vida, conoció a Eduardo en las redes sociales. Ambos estaban en un grupo y comenzaron dándose un me gusta a lo que subía cada uno. Dejaban comentarios, reían de las casualidades que surgían entre los dos. Así, sin saber cómo, comenzaron las charlas privadas hablando de todo y de nada. Riendo de chistes absurdos, discutiendo de temas en los que no estaban de acuerdo. Ambos compartieron miedos, sueños e inquietudes.

Lidia, sin darse cuenta, estableció con Eduardo una rutina que la llenaba. Deseaba cada noche llegar a casa y conectarse al ordenador. De las charlas, pasaron a  las videollamadas; charlaban hasta altas horas de la noche aunque, en muchas ocasiones, él no podía conectarse siempre que quería porque tenía una vida, una familia.

Ella en ningún momento quiso meterse, ni ser un problema…, solo quería un amigo, solo buscaba eso. Por ese motivo eran muy sinceros entre ellos y, Eduardo se desahogaba con ella, recibiendo, a cambio, consejos para limar asperezas, para resolver conflictos. Porque para Lidia, mientras hubiera amor entre la pareja todo se podía solucionar.

Los días se hicieron semanas, las semanas meses y los lazos entre ambos fueron creciendo; el cariño y la confianza que se fue generando noche tras noche, charla tras charla, hizo surgir una intimidad que fue creciendo, haciendo florecer en ella el deseo…, ese cosquilleó en el vientre que Lidia hacia mucho que no sentía. Ese hormigueo en el cuerpo por la necesidad de sentir el calor de otro cuerpo. Un descubrimiento que la asustó y que la hizo apartarse negando la evidencia.

Ella solo buscaba un amigo, jamás imaginó que las cosas podían llegar a un sentimiento más fuerte. No quería complicarle la vida a Eduardo. Él tenía una hermosa familia, con sus más y sus menos, como todos.

Pero ese sentimiento se fue haciendo cada vez más fuerte, más intenso…, traspasando la pantalla; hasta que un día conoció su voz, ronca y varonil…, el sonido de su risa, esa que solo imaginaba en su mente. Y fue entonces cuando todo se volvió más real y más complicado.

Por un tiempo, Lidia decidió no comunicarse con él, pero ambos lo sufrieron e inevitablemente volvieron a conectar sus vidas…, continuaron sus encuentros clandestinos en la red, encuentros que se fueron volviendo más intensos, donde exploraron sus más secretos deseos…, hasta que ya no fue suficiente; necesitaban tocarse de verdad, piel con piel…

Antes de cumplir el primer año desde que se habían conocido por internet, Eduardo le propuso verse en persona; elegir una ciudad intermedia donde nadie les conociera, donde fueran dos extraños entre miles de personas.

Lidia, al principio, no quería; ella no era una mujer que se metiera con hombres casados…, se sentía muy mal; pero, al mismo tiempo, deseaba con todo su ser verlo, abrazarlo, oler su piel, sentir su calor. Aunque, por otra parte, también pensó que quizás si se encontraban frente a frente, la fantasía chocaría con la realidad haciendo que todo desapareciera, que se diluyera en una ilusión abstracta producto de la soledad en la que vivía.

Pero nada de lo que imaginó fue lo que ocurrió en ese primer encuentro. Fue todo más fuerte aún de lo que había sido hasta ese momento. Y entonces, Lidia se dejó llevar por lo que ansiaba, por lo que sentía…, era tal ese sentimiento, que dominó su razón.

Ese primer beso fue tan perfecto. Ella había olvidado lo que se sentía con un beso, había olvidado el calor de un abrazo, la suavidad de una caricia y el placer del deseo compartido.

Todo eso fue lo que revivió en aquel primer encuentro, todo gracias a su querido amigo Eduardo, que le devolvió la ilusión y la alegría de sentirse mujer.

Hoy, cinco años después, regresaba a esa cita anual que ambos se regalaban. Ambos seguían siendo amigos y amantes en la distancia… pero sobre todo, confidentes.

Entre Eduardo y Lidia no había dolor, no había daño…, había un amor puro y sincero, esa clase de amor que entendía que no era el momento para estar juntos, pero que aún así eran afortunados de poder amarse. Esa clase de amor que animaba al otro a perseguir sus sueños, a ser feliz con la vida que eligió, y a no lamentarse por los obstáculos o por lo que no se podía tener.

Lidia pensaba que a veces no era el momento para que dos personas pudieran estar juntas, pero también creía que era mejor tener un poco de amor a nada. ¿Cuánto duraría? Quien podía saberlo… a quién le importaba. La vida era muy corta y ella solo pretendía robarle al tiempo un poco de cariño del bueno.

Sumergida en esos recuerdos, no sintió la puerta de la habitación abrirse, hasta que unos pasos la hicieron volver la cabeza y encontrarse con esos cálidos ojos que le sonreían. Se acercó a ella y la abrazó, aspiró su aroma y luego la besó con ansia.

Se miraron a los ojos, se entendían sin palabras, se respetaban. Ambos sabían que solo podían tener esos momentos robados a la vida, y daban gracias por ellos. Eran sus momentos, sagrados y solo suyos. Durante dos días vivían en una burbuja que parecía detener todo a su alrededor.

―Otro año más, preciosa ―dijo Eduardo acariciando su mejilla.

―Sí, otro más, otro recuerdo más.

―¿Será el último? ―preguntó él.

―¿Acaso importa?

―No, no importa.

Se abrazaron y se dejaron llevar por lo que sentían. La gente, el ruido, el reloj y todo a su alrededor dejó de importar, solo ellos dos y ese instante robado, eran lo único que contaba.

 

 

Elizabeth Da Silva



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