Miriam llegó a la oficina y se encontró todo
decorado con pequeñas calabazas, brujitas colgadas, fantasmas y demás adornos
típicos de Halloween. Ella sonrió ante todo ese despliegue, no era muy dada a
esas fiestas, pero participaba por sus compañeros de trabajo. Mañana por la
noche habían organizado una fiesta de disfraces, al principio se había negado
pero ante la insistencia de la mayoría no le quedó más remedio que aceptar.
—Miri, buenos días, estábamos hablando de los
disfraces de mañana, ¿de qué vas a ir tú? —preguntó su compañera Carla.
—De diabla.
—Una buena elección —contestó tras ella su jefe,
asustándola por su cercanía.
Miriam se giró y lo observó de cerca, era
un hombre impresionante, alto, atlético, con el cabello un poco
largo, no mucho, apenas llegaba a rozarle el cuello. La barba de tres o cuatro
días que siempre lucía y una mirada fiera, parecía un lobo encerrado en el cuerpo
de un hombre.
—¿Una buena elección?, ¿me estás llamando diablo?
—insinuó sería.
—No, lo estoy afirmando —replicó sin dejar de
mirarla fijamente.
Desde que trabajaba con Jaime siempre había
sentido una especie de antagonismo entre ambos, y aunque era su jefe ella no
se cortaba a la hora de replicarle, le daba igual si se cabreaba, que la
despidiera si tenía huevos, pensaba Miriam con rabia. Era la más veterana de la
asesoría y no pensaba permitir que ese capullo engreído y prepotente se
divirtiera a costa de ella por muy bueno que estuviera.
—Mejor te guardas tus opiniones si no quieres que
mi parte diabólica salga a relucir, jefe.
—No me asustas, Miri —contestó ardiendo de furia.
Jaime no soportaba cuando ella le llamaba jefe
con ese rin tintín, a veces tenía ganas de colgársela al hombro cual hombre de
las cavernas y llevársela para darle unas buenas nalgadas por su impertinencia.
No sabía que le pasaba con esa mujer, pero lo sacaba de sus casillas con una
facilidad pasmosa.
—Bueno chicas, yo me voy a mi mesa a trabajar, no
vaya a ser que el jefe se ponga en plan tirano —espetó Miriam muy suelta y
siguió hacia su despacho.
Todos se quedaron en silencio, miraban para todas
partes menos a Jaime, éste ardiendo de furia se marchó a su despacho donde
cerró dando un portazo.
Una vez sentado frente a su escritorio intentó
tranquilizarse, pero cada vez le costaba más, había días que le apetecía
despedirla solo por demostrarle que podía, pero en el fondo nunca haría algo
así. No entendía que le pasaba con esa mujer, por qué esa antipatía, ¿sería eso,
simple antipatía, o algo más? Muchas veces se imaginaba cogiéndola del cabello
y besándola salvajemente, pero eso era una locura, esa mujer era una bruja o
mejor aún, un demonio con falda.
Definitivamente tendría que pasar de ella y dejar
de provocarla, eso sería lo mejor, cada uno en su sitio y nada más, se dijo
para sí Jaime.
La noche prometía, la fiesta de Halloween tenía
todo para ser un éxito, los empleados se habían esmerado en organizarla y todos
se lo pasarían de miedo, todos menos una, Miriam. Acababa de llegar y miraba a
su alrededor, estaba de muy mal humor, el cretino con el que iba a venir la
había dejado plantada a última hora, y allí estaba ella, disfrazada y sin
pareja.
—Hola Miriam, ¡madre mía, estas fabulosa chica!
—dijo Ana, una compañera de trabajo.
—Gracias, tu también estas genial.
—Nada que ver contigo, menudo traje de diabla más
sexy… ¿Dónde tenias escondidas esas curvas chica?, vas a tener a los hombre
babeando esta noche.
—No seas boba, no tenía nada escondido, solo que
soy muy práctica a la hora de ir a trabajar.
—Pues prepárate que te van a rodear esta noche.
Tal cual predijo Ana los hombres rodearon a
Miriam como moscas, bailaban con ella, la invitaban alguna copa, coqueteaban
descaradamente. Ella estaba disfrutando muchísimo, y después del plantón le
venía muy bien a su autoestima lastimada. Además, estaba muy relajada
porque Jaime nunca asistía a las fiestas de la empresa, por lo tanto sabía que
no le estropearía la noche.
—Buenas noches, diabla —dijo una voz muy sugerente
a su espalda.
Miriam se giró hacia el dueño de esa voz, la cual
parecía miel derretida de lo cálida que era. Se encontró con un hombre lobo
espectacular, no podía reconocerlo tras la máscara, pero era todo un elemento,
un cuerpo de escándalo. Podría ser cualquiera de los invitados a la fiesta.
—Buenas noches, lobito, ¿qué tal lo estas pasando?
—Ahora mejor, me gustaría que bailaras conmigo, diablilla —habló cerca de su oído, con su cuerpo muy pegado al suyo.
Miriam sintió que la piel se le erizaba, solo un
hombre había conseguido eso, por lo tanto, que ese lobo también lo hubiese
conseguido la sorprendió. Se dejó llevar a la pista y pronto se encontró
envuelta por unos brazos que parecían de acero, sus cuerpos se pegaron uno al
otro como si encajaran a la perfección.
Se dejó llevar por la música y por una vez se
permitió sentir... el calor que desprendía el desconocido penetraba por su cuerpo
haciéndola desear algo que hacía mucho tiempo no había deseado, la intimidad
con un hombre.
—Hueles a pecado, diablilla —susurró la voz del
lobo al mismo tiempo que le mordía la oreja.
—Te estás tomando demasiadas libertades, lobo —afirmó Miriam sin dejar de bailar.
—¿Tú crees?
—Sí, lo creo…
Ambos continuaron bailando, sus cuerpos se
rozaban desprendiendo más calor, alrededor de ellos se podía sentir una tensión
dominando el ambiente.
Jaime estaba excitado como no recordaba, todavía
le parecía increíble que esa mujer que tenia derretida entre sus brazos fuese
Miriam, la mujer de hielo. Aún tenía en su retina la imagen de ella con ese
traje de diabla. ¿Dónde estaban escondidas esas curvas y esas piernas
de infarto?, se preguntaba.
La camiseta ajustada con un escote que
vislumbraba el nacimiento de unos pechos perfectos, la minifalda rojo fuego que abrazaba sus caderas suavemente terminando con dos pequeñas aberturas a
los lados, y esas medias rojas que cubrían unas piernas larguísimas que
terminaban en unas botas espectaculares. Todo el conjunto realzaba un cuerpo
para el pecado, y para completar, esa melena alborotada que caía sobre sus
hombros de manera salvaje coronada por los cuernos de diablilla; la noche en
verdad había mejorado en el momento en el que ella llegó, y él aunque intento
mantenerse apartado, no había podido, era demasiada tentación y no
era un santo..., todo lo contrario, él quería devorarla completamente.
La música terminó y ellos se separaron, Miriam se
sentía aturdida, el olor de ese hombre la embriagaba y su voz la hipnotizaba.
¿Quién sería?, se preguntaba su mente.
—¿Quieres otra copa? —preguntó.
—Pretendes emborracharme, lobito —contestó riendo
mientras se apoyaba en él con descaro.
—No es lo que pretendo, quiero que estés muy
despejada y que sepas lo que haces en todo momento.
—¿Y eso por qué?
—Porque esta noche quiero devorarte entera, diablilla, y no quiero que lo olvides.
La respuesta del lobo la despejo al instante, su
cuerpo tembló expectante ante sus palabras, solo pensar en lo que podría hacerle
había humedecido su sexo.
—Estás muy seguro de ti mismo, ¿no crees lobo?
—Si lo estoy, ¿sabes por qué? —La pegó más a su
cuerpo para que sintiera su erección palpitante—, porque tú también lo deseas... tanto como yo. —Su boca cubrió la de ella en un beso salvaje.
Se separaron jadeando y con sus miradas clavadas la una en la otra,
Jaime no podía esperar más, la deseaba, maldita sea, eso era lo que pasaba
entre ellos, nada de antagonismo; era solo un deseo feroz de dos personas con
personalidades muy fuertes y habían querido esconderlo detrás de una supuesta
antipatía.
La cogió de la mano y se la llevó a rastras, ella
se dejó llevar, estaba como ida, aún no había asimilado el beso que se habían
dado, jamás nadie la había dejado en llamas solo con un beso. Miriam no
recordaba el viaje ni en que coche se había sentado, solo era consciente del
hombre que tenía a su lado, que mientras conducía no dejaba de acariciarle la
pierna y adentrarse bajo su falta, había tocado su sexo sobre las bragas,
presionando y sintiendo la humedad que las traspasaba.
Llegaron a un enorme edificio y nada más entrar
en el ascensor, el lobo se abalanzó sobre ella como toda una fiera salvaje.
Empezó a comerle la boca desesperadamente, y Miriam no se quedó atrás, devolvía
al igual que recibía, ambos aferrados uno al otro se devoraban mutuamente. Se
separaron al sentir la puerta abrirse, Jaime la arrastró como un poseso,
necesitaba tenerla, sentirla unida a él. Su pene protestaba por el encierro al que
estaba siendo sometido.
Entraron al apartamento y nada más cerrar la
puerta se abalanzaron uno al otro, empezaron a besarse mientras se quitaban la
ropa. Todo estaba en penumbra y Jaime quería que continuara así, sabía que
tenía que decirle a Miriam que era él, pero no lo haría, ella se retraería y se
escondería en su fachada borde. Ya se enfrentaría a las consecuencias, pero
ahora solo quería poseerla, estar dentro de ella.
Terminaron en el suelo del salón, bajo una
alfombra mullida que les servía de colchón, aunque en ese momento no pensaban
en nada de eso. Jaime se había quitado todo, la mascara y la ropa, pero la
penumbra no dejaba que ella le reconociera.
La poca luz que entraba por los ventanales le
permitía ver su piel quer era como el satén... él empezó a acariciarla y besarla por
todas partes, ella se aferraba a su espalda y le clavaba las uñas, parecía una
gata salvaje, su gata, porque él lo sabía con claridad, ella era suya.
Miriam estaba en un mar de sensualidad, ese
hombre la estaba llevando a lo más alto, su vagina deseaba ser llenada con
fuerza por él, se abrazó fuerte con brazos y piernas, estás rodeando sus
caderas y empujándolo hacia su centro húmedo.
—Tranquila, diablilla, no tengas prisa, disfruta,
que yo aún no he probado tu sabor —dijo jadeando muy cerca de su oído.
Jaime fue resbalando por su cuerpo, probando y
lamiendo todo lo que se encontraba en su camino hacia ese lugar secreto, un lugar que
escondía tanto placer. Cuando estuvo a la altura de su pubis, abrió con los
dedos sus labios vaginales e inspiró el aroma a mujer, a hembra excitada, luego
empezó a torturarla con su lengua, haciéndola gemir pidiendo más; él disfrutaba de sus ruegos y suplicas para que le diera más placer.
Saboreó todo lo que quiso hasta que la sintió
temblar al borde del orgasmo, entonces se separó, no quería que llegara
sin él profundamente enterrado en ella. Se colocó rápidamente un condón,
gracias a que siempre tenía a mano en el salón.
Miriam sentía que su cuerpo iba a estallar en
millones de fragmentos, no recordaba haber sentido esto alguna vez, ese hombre,
ese desconocido... la estaba llevando a lo más alto del placer sensual.
—Mírame, Miri —susurró sobre sus labios.
Ella lo miró fijamente, sus ojos parecían querer
decirle algo, sintió como la penetraba profundamente, lo cual
la hizo gemir de puro deleite. Al momento, lo rodeó con sus piernas para incitarlo a
profundizar más y, sin dejar de mirarse, empezaron a moverse, ambos cuerpos
acompasados como si siempre hubiesen estado así de conectados.
Los movimientos los hacían gemir y jadear de lo
intenso que era el placer que se estaban prodigando, Jaime estaba subyugado por
lo que ella le estaba haciendo sentir, era perfecta, era suya, aunque aún no lo
supiera. Se besaron mientras sus cuerpos se amaban con movimientos cada vez más
intensos, la tensión los invadía como preludio del orgasmo que se
acercaba.
Miriam se aferró a sus hombros y echó la cabeza
hacia atrás gritando cuando sintió su cuerpo explotar, y en ese instante Jaime
notó como su vagina se contraía con fuerza alrededor de su pene, haciéndolo
perder el control y correrse con una fuerza inusitada. Abrazados, sus cuerpos
convulsionaban presos de un placer como nunca habían experimentado.
Sin fuerzas, Jaime se retiró de su cálido interior y se dirigió al baño, al regresar la vio dormida y la cogió en brazos, la llevó
a su cama y la acostó, a continuación el también se tumbó a su lado, se
acurrucó a su espalda y tapó ambos cuerpos con una manta, abrazado a ella se
dejó llevar por el sueño.
—¡¿Qué demonios significa esto Jaime?! —gritó
Miriam mientras salía de la cama echa una furia.
Jaime despertó aturdido con el grito de esa loca,
abrió los ojos intentando enfocarla, parecía una salvaje con el cabello
revuelto, pero estaba esplendida con esa furia ardiendo en sus ojos y ese cuerpo
desnudo solo para él.
Se recostó tranquilamente contra el cabecero de
la cama y colocó las manos detrás de la nuca en una pose muy informal y
decadente al mismo tiempo.
—Buenos días, Miri, ¿qué tal has dormido?, yo he
dormido de maravilla, diablilla. —La miraba risueño, sabía que ella no se lo iba
a poner fácil, pero no le importaba.
—¡Te he hecho una pregunta idiota! ¿Qué hago yo
en tu cama? —espetó con las manos en las caderas.
—Lo sabes bien, no creo que tengas tan mala
memoria, hemos hecho lo que en el fondo llevábamos tiempo deseando.
Miriam cerró los ojos, era cierto, había tenido
el sexo más maravilloso con Jaime, su jefe, el pedante, insoportable, altanero,
he increíblemente guapo Jaime.
—¿Desde cuándo vas a las fiestas?, y sobre todo,
¿desde cuándo te aprovechas así de la gente? —Lo miró entre indignada y
excitada—. Me engañaste al no decirme quien eras.
—Perdona, pero creo que te engañaste tu misma
porque querías, estoy seguro de que sabias que era yo, pero no quieres
reconocerlo.
Miriam le dio la espalda y cerró los ojos, era
cierto, en el fondo de su corazón ella sabia quien era ese hombre disfrazado de
lobo, y como lo deseaba tanto se dejó llevar.
De pronto sintió unas manos sobre sus hombros y
un cuerpo caliente y muy despierto pegado a su espalda.
—No podíamos seguir fingiendo más, nos deseábamos
Miri, y desde hace mucho tiempo. Por eso fui a la fiesta, porque ya no quería
seguir así, nos destrozábamos verbalmente cuando lo que deseábamos era
entregarnos el uno al otro —le dijo suavemente para a continuación besar su
cuello.
—No va a ser fácil Jaime, somos muy parecidos,
nuestros caracteres van a chocar continuamente.
—Lo sé —le habló dándole la vuelta para
enfrentarla—. Pero lo solucionaremos o moriremos en el intento.
Se besaron profundamente, Miriam sabía que él era
el único que la hacía vibrar, era su otra mitad.
—Por cierto, me ha gustado mucho ese disfraz de
lobo que llevabas.
—Me alegro, pero no me preguntes donde lo compré
porque no sabría decirte, al parecer alguno de tus compañeros quería que
asistiera a la fiesta porque me encontré el paquete en la puerta de casa.
—¡De verdad!, ¿no será que tienes alguna
admiradora secreta y la has dejado con las ganas?, ¿no había ninguna disfrazada
de mujer lobo? —preguntó con una sonrisa ladina.
—No me fije en nadie, fue verte con ese disfraz
de diabla y perder la cabeza Miri —afirmó dándole un beso.
Mientras se dejaban llevar una idea penetró en la
mente de Jaime, de pronto se separó de Miriam y la miró fijamente a los ojos.
—¡Serás bruja!, ¡fuiste tú…!, me enviaste ese
disfraz, sabías quien era yo desde el principio.
Las carcajadas de Miriam se escuchaban en toda la
habitación, Jaime la cogió en brazos y la lanzó en la cama, al momento estaba
encima de ella aprisionándola con su cuerpo.
—Eres un demonio, me engañaste haciéndome creer
que no me reconocías.
—¿Tú crees que yo me voy con un extraño, por muy
bueno que este?, lo tenía todo planeado Jefe, ya estaba harta de esperar a que
te lanzaras y lo hice a mi manera.
—Ya me doy cuenta de lo mal bicho que eres… pero
eres mi mal bicho, mi bruja, mi diabla, toda mia. —Empezó a besarla y se dejó
llevar por el deseo.
—Oh sí, mi amor…, y tú eres mi lobo particular.
—Auuuuuuuu —aulló Jaime.
Ambos riendo se dejaron llevar por la pasión que
sentían el uno por el otro.
Y recuerden... el amor puede aparecer hasta en el día de las brujas...
Jaja, Muy bueno Eli!! Me encantó ese final! Si seremos pillas las brujas, ¿eh?
ResponderEliminarMuy pillas jajajajaja
EliminarGenial este mini relato de Halloween!!! la diabla se zampó de un solo bocado al lobo!!! auuuuuuuuuuu
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