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Ronda, 14 de Febrero de 2013
A mi amado Julián…
Hoy, en el día del
amor, te escribo esta carta para recordar aquella tarde de otoño de hace más de
diez años, en que nuestras miradas y nuestros corazones quedaron unidos para
siempre.
Después de todo lo vivido,
aun hoy te recuerdo caminado hacia mí, con ese
andar sensualmente varonil. Yo paseaba cerca de la plaza de Toros con mi amiga
Elena y tú hacías lo mismo con unos amigos, sin perder de vista a todas las
chicas que pasaban por allí. No pude dejar de fijarme en ti, tan alto y
atractivo, andabas con soltura, derrochando encanto y regalando sonrisas y
piropos a cuanta mujer pasaba por tu lado.
Aún no me habías visto.
Elena me instaba a que nos marcháramos antes de que tú y tus amigos se
percataran de nuestra presencia, pero yo no quería irme sin que me miraras.
Aunque sólo fuera una vez, quería sentir tu mirada sobre mí.
Por eso, seguí mi
camino sin desviarme ni un momento de la dirección que mi corazón me indicaba. Cuando
apenas nos separaban unos pasos para cruzarnos, de repente; notaste mi
presencia y dirigiste tu mirada hacia mí… Sentí como me recorrían tus ojos desde mis
pies hasta mis cabellos. Después, lentamente tu mirada fue bajando hasta
encontrarse con la mía y, en ese instante, algo mágico sucedió entre los dos.
Nos acercamos muy despacio, no me lisonjeaste como a las demás, sólo me mirabas
con el corazón en tus ojos, y en ese momento, supimos sin lugar a dudas, que
estábamos predestinados a amarnos.
Hoy, en el día en que
pocos tienen la suerte de recordar al amor, solo me cabe decirte Julián, que
esa tarde de otoño, fue la mejor tarde de mi vida, porque encontré tu mirada
inolvidable, porque te encontré a ti.
Con amor, María.
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