Las sensaciones que recorren mi piel cuando
él entra en la misma habitación en la que estoy yo, son como una descarga eléctrica, como estar
subida a lo más alto de una montaña rusa y descender vertiginosamente, como
saltar en paracaídas, una subida de adrenalina que me acelera la respiración,
hace que sienta como si me ahogara por falta de aire; del aire que él respira.
Todo
empieza con un escalofrió que me recorre el cuerpo, al mismo tiempo que se me
eriza la piel ocasionando que todas mis terminaciones nerviosas despierten como
de un letargo profundo. Pero ahí no termina todo, porque en el momento en que sus
ojos posan esa mirada dorada sobre los míos, siento que me voy hundiendo en un abismo
del cual solo me sostiene la fuerza de su mirada.
A partir de ese momento todo lo que me
rodea deja de existir, solo él ocupa mi espacio, mi menta, mi cuerpo y hasta mi
alma. Solo deseo sentir sus brazos rodeándome con su calor, sentir como mi
cuerpo encaja con él suyo como dos piezas de un rompecabezas, perderme en él, en su olor, su amor, su pasión.
Me maravilla que después de tantos años
juntos aun me haga sentir como el primer día que le vi frente a mí, el día que
mi vida cambio para siempre, ese día me convertí en la mujer más afortunada del
mundo y hoy después de treinta años juntos me sigo sintiendo así.
Cada amanecer a su lado le doy gracias a la
vida por el privilegio de amarnos como nos amamos.
Elizabeth
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