Como en casa

Mi blog vio la luz, el día 18 de octubre de 2012... Y vuelve a renacer hoy 13 de febrero de 2023. Espero que cuando me visiten se sientan como en casa, con la confianza de opinar sobre cualquier post, artículo o reseña. Se aceptan comentarios, correcciones y críticas siempre que sean escritas con educación, espero alimentarme de ustedes y viceversa. Creo en el continuo aprendizaje... aprendamos juntos.

domingo, 6 de abril de 2014

SOLAMENTE TÚ... CAPÍTULO 1



Madrid, marzo de 1997

El día amaneció soleado en la capital, el aire empezaba a oler a primavera, Pilar se despertó temprano como todos los días, y se preparó un café mientras contemplaba las calles de Madrid por la ventana de su apartamento. Aún se sentía extraña al no tener compañeras de piso, sus amigas Lola y Rocío se habían unido a su aventura, y las tres se fueron a vivir a Madrid hacía casi cinco años; pero ellas se enamoraron y se casaron una detrás de la otra, dejándola sola. Así llevaba dos años, viviendo sola, lo que por un lado era bueno, porque podía traer a cualquier hombre a casa, y por otro no tan bueno, sobre todo cuando las extrañaba como en ese momento.
Terminó de tomarse el café y miró la hora, aunque era sábado siempre se despertaba temprano. Se dirigió a su cuarto y, antes de entrar al baño para darse una ducha, se detuvo al lado de su cama.
―Leo, despierta. ―Lo sacudió por el hombro para despertarlo―. Venga, guapo, que ya es de día y yo tengo cosas que hacer ―dijo mientras lo zarandeaba.
Él se removió en la cama medio gruñendo, y abrió los ojos para encontrarse con los de Pilar que lo miraban con cara de pocos amigos.
―Pili, reina, que es sábado, por qué no vuelves a la cama y jugamos ―insinuó sonriendo.
―Puede que sea muy tentadora la invitación, pero resulta que tengo un compromiso para comer y no me gusta llegar tarde. Así que lo dejaremos para otro día, levántate si quieres usar el baño, si no, te vistes y te marchas.
Refunfuñando Leo se levantó gloriosamente desnudo, cosa que Pilar aprovechó para admirar; él recogió su ropa esparcida por el suelo y entró en el baño. Mientras esperaba a que terminara, Pilar se puso a airear la cama y abrió la ventana para que entrara aire fresco en la habitación. Leo apareció vestido y con la cara despejada, la abrazó por detrás y empezó a darle pequeños besos en el cuello.
―Eres muy dura, mira que despertarme a estas horas, después de la noche que hemos pasado ―murmuró sobre su cuello.
―Mira, Leo, lo hemos pasado muy bien juntos; pero no te equivoques, yo decido cómo, dónde, y hasta cuándo.
Se separó de él y lo miró fijamente, no le gustaban tantos arrumacos por parte de los tíos. Ella era pragmática, cuando le echaba la mirada a uno iba a por él, lo pasaban de lujo y cada uno por su lado, si quería, volvían a repetir, si no, puerta.
―Eres muy fría, todo un contraste a como eres en la cama ―afirmó.
―Esa soy yo. Y ahora te agradecería que te marches, que se me va ha hacer tarde, y odio la impuntualidad.
―¿Me llamarás?
―Quizás, nunca hago promesas que no pueda cumplir.
Lo acompañó a la puerta y se despidió de él, al volver a su cuarto cogió su bolso y sacó la tarjeta donde había apuntado su número de teléfono. «Una lástima que seas un pesao, con lo guapo que eres; al menos serás un lindo recuerdo», se dijo Pilar mientras rompía la tarjeta.


Un sonido estridente lo sacó de un profundo sueño, Mario cogió la almohada y se tapó la cabeza para dejar de escuchar el molesto timbre del teléfono. Le martilleaba el cráneo, anoche se había pasado de copas y, ahora, solo pensaba en dormir hasta recuperarse.
Al parecer alguien tenía otros planes para él, maldiciendo se levantó completamente desnudo y se dirigió al salón contestando el teléfono de mala manera.
―¿Quién narices me despierta a estas horas?
―¡Mario Alcalá!, esa es la educación que te di.
―Mamma, perdona, pero es que me pillas en mal momento ―contestó más tranquilo.
De pronto se sintió violento al estar hablando con su madre completamente desnudo, era una tontería porque ella no podía verlo , pero no podía evitarlo, así que sentó en el sofá y se tapó sus partes intimas con un cojín. «Sí mis hermanos me vieran en este momento, se reirían de lo lindo», pensó.
―¿Me estas escuchando, figlio? ―preguntó Isabella impaciente.
―Perdona, es que estoy aún medio dormido, repíteme lo que me decías, mamma.
―Te estaba recordando que hemos quedado para ir a comer todos a casa de Paolo y Carmen, ¿lo habías olvidado? Nos invitó el domingo pasado, el día del bautizo de la pequeña Daniela.
―Mierda, lo olvidé.
―¡Mario!, esa boca. Mira, será mejor que te des una ducha para despejarte, porque estás siendo muy grosero y sabes que no lo soporto.
―Sí, será lo mejor, mamma. Lo siento mucho. ¿A qué hora hemos quedado?
―A las dos, así que espero que no llegues tarde, aunque viniendo de ti… sería un milagro.
―Lo sé, mamma. Soy un impuntual, que le vamos a hacer, nadie es perfecto.
―Dejemos el tema de las perfecciones, porque creo que saldrías mal parado figlio; intenta, al menos, no llegar muy tarde.
―Un beso, lo intentaré. ―Colgó el teléfono y echó la cabeza hacia atrás en el sofá.
No tenía muchas ganas de una reunión familiar, no porque no adorara a su familia, sino, porque estaba agotado y necesitaba descansar, la noche había sido muy larga. Pero al parecer el descanso iba a tener que esperar.
Se levantó, soltó el cojín con el que se había estado tapando y se dirigió al baño para intentar ser persona.


Había amanecido un sábado esplendido en la capital, que invitaba a salir y disfrutar del día; la temperatura era tan agradable que Pilar había decidido caminar tranquilamente, para dejar que los rayos del sol acariciaran su rostro. Lo que más echaba de menos de su Málaga querida, era la playa y el clima.
 Estaba impaciente por que llegara el lunes; según Ezequiel, la reunión era muy importante. Paolo tenía que hablarles de un cambio. «¿Qué cambio sería?, había repasado los planos y todo estaba perfecto para empezar a tirar paredes inmediatamente, es más, ya iban retrasados en el comienzo», pensaba mientras caminaba.
Como el tiempo acompañaba, después de un paseo en metro, estaba caminando por las calles del barrio Buenavista, de Carabanchel; había quedado con las chicas en casa de Rocío, tenían planes para esa noche. En el portal del edificio se encontró con Auxi y Pepa.
―Hola chicas.
―¡Pili!, bruja, ¿dónde te metes?, estas más perdida que el barco del arroz ―dijo Pepa.
―Niña, una pechá de curro que ni te digo ―explicó Pilar―. ¿Y ustedes que se cuentan? ―preguntó mientras subían a casa de Rocío.
―Pues nada nuevo, trabajar, salir y ver si aparece nuestro príncipe ―respondió muy suelta Pepa.
―¿Y tú Auxi? Estas muy callada.
―La Pepa ya habla por las dos, no te parece ―afirmó riendo.
―Mira niña, menos guasa con la Pepa, que yo soy mucha Pepa.
Las tres empezaron a reír a carcajadas cuando la puerta del ascensor se abrió y Rocío y Lola las estaban esperando en el rellano.
―Vaya, pero mira que alegres vienen estas hoy. ¿Qué pasa? Les ha tocado la lotería ―comentó Rocío.
―No caerá esa breva ―soltó Pilar con un suspiro.
Las chicas se saludaron entre ellas, hacía semanas que no se reunían las cinco. Entraron en tropel a casa de Rocío y se pusieron cómodas en el salón, mientras Lola buscaba unas cervezas para todas.
―Rocío, ¿dónde está el santo de tu marido? ―preguntó Auxi.
―Se fue con sus amigos a jugar al futbol. Así que tenemos la casa para nosotras.
―Genial, y qué vamos a hacer, ¿salimos en plan picoteo o a comer en plan restaurante? ―indagó Pilar.
En ese momento entraba Lola con las cervezas en una bandeja y contestó por las demás:
―De picoteo.
Las chicas cogieron sus bebidas y alzaron los botellines en forma de brindis.
―Por el quinteto las brujas, que estemos juntas durante muchos años ―manifestó Rocío.
―¡Por las brujas! ―gritaron las demás.
Entre risas bebieron y planificaron el día, se irían de picoteo por algunos bares de la zona. Por la noche saldrían a festejar que hacía tres años, Rocío, Lola y Pilar habían conocido a Auxi y Pepa en el pub discoteca Las brujas, un lugar encantador, decorado con brujas que les regalaban los clientes al dueño. Desde esa noche, se hicieron amigas y siempre se reunían ahí cuando salían de marcha, era la primera parada obligatoria de cualquier noche, y de esa, con más razón.


Paolo pensaba en todo el trabajo acumulado que tenía, no podía continuar así, necesitaba reorganizarse para poder dedicarle más tiempo a su familia. Eso era lo más importante para él, su prioridad absoluta. Miraba por las puertas cristaleras del salón como todos estaban disfrutando de un hermoso día; y en cuanto llegará el impuntual de su hermano, podrían empezar a comer.
Una sonrisa se dibujo en su cara al ver a su madre haciéndole carantoñas a la pequeña Daniela, su hija era un ángel, con sus poco más de dos meses, era todo sonrisas.
—Paolo, mi amor, ¿en qué piensas? —preguntó Carmen, entrando en el salón.
—En todo el trabajo que tengo, los preparativos de la boda, el viaje… —La miró fijamente—. Creo que voy a pasarle la obra del hotel Princesa a Mario, no puedo dedicarle el tiempo que se merece. Es un proyecto que me gusta mucho, pero más importante es nuestra boda —dijo con una sonrisa.
—¡Paolo Alcalá!, ¿estás seguro de que es solo por eso? —preguntó dudosa—. No estarás pensando en divertirte a costa de tu hermano.
—¡Divertirme! —exclamó con fingida inocencia.
—Te conozco…, llevas tiempo queriendo presentarle a esa decoradora, Pilar Merchán.
La sonrisa de Paolo no tardó en aparecer en su rostro, se acercó a Carmen y la abrazó fuerte.
—Que bien me conoces ya, mia fatina. Pero…, no solo es por fastidiar a mi hermano, también quiero tener tiempo para mi familia, y con tantos proyectos a mi cargo no lo tendré. Así que es un poco de todo —confesó.
—¿Estás seguro de que esos dos no se matarán vivos? Por lo que me has contado de esa mujer, es de armas tomar y bueno… tu hermano es un encantador de serpientes.
—Matarse no sé, lo seguro es que habrá enfrentamiento, eso puedes apostarlo. Yo espero no perderme muchos; además, Mario necesita que le bajen un poco los humos de gran conquistador que tiene, ¿no crees? —comentó Paolo riendo.
—Pues la verdad es que no le vendría nada mal que alguna mujer lo pusiera en su sitio —afirmó risueña Carmen.
—¿Cuál es el chiste, chicos? —preguntó Mario, que acababa de llegar.
Ambos se giraron al verlo y no pudieron contener las carcajadas. Mario se quedó mirándolos con mala cara, no le gustaba que se rieran a su costa. «¿Qué se traerían entre manos?», pensó.
―¿Me lo van a contar o no? ―indagó serio.
―El chiste hermanito es tu cara y tu puntualidad. Venga vamos a comer, que estábamos esperando por ti.
―¿Qué tiene mi cara de gracioso, fratello?
―Tienes un careto de resaca que no te lo quita nadie, y lo gracioso va a ser verte aguantar el sermón de la mamma. ―Paolo se iba riendo junto a Carmen, mientras empuja a su hermano hacia el jardín.
―Joder, no me hables de mamma, que ya está bastante molesta conmigo hoy.
―¿Por qué?
―Porque le hable mal por teléfono, me despertó temprano y como has comprobado estoy hecho una mierda.
―Eso te pasa por estar hasta las tantas en la calle, mucha fiesta y mujeres, así que ahora no te quejes.
―Por cierto, ¿de qué me querías hablar el otro día?
―Del proyecto princesa, pero te lo contaré en la sobremesa, ahora vamos a comer.
Se unieron a todos en el jardín, Mario sentía la cabeza embotada y aunque intentó divertirse su cuerpo no lo acompañaba. Para rematar como bien dijo su hermano, mientras comían tipo buffet, tuvo que aguantar la regañina de su madre y su mala cara. Lo que aprovecharon sus hermanos para reírse a su costa. «¡Mierda de resaca!», pensó.
Enfurruñado como un niño pequeño, dejó a los demás y se acercó a los niños. Se sentó junto al cochecito de su ahijada, la princesa dormía como un angelito, que envidia le daba; ya le gustaría a él echarse una cabezadita.
Su móvil lo sacó de sus ensoñaciones con maravillosas siestas al aire libre.
―Hola.
―Mario, tío. Te llamo para invitarte esta noche a unas copas, no reunimos los de siempre.
―No sé Miguel, estoy agotado, hoy me ha tocado madrugar y no sé a qué hora podré escaparme de la familia.
―¡Joder tío!, venga anímate, Paco quiere llevarnos a un pub llamado las brujas, dice que está muy bien.
―¡Las brujas!, solo con el nombre me dan escalofríos, quita, quita. Hoy paso, estoy muy cansado. Lo dejamos para otra noche, lo siento Miguel, no estoy para otro trasnocho.
―Pues tú te lo pierdes, ya te contaré que tal es el lugar. Hablamos, tío.
Mario se despidió y se estiró en el sillón, cerró los ojos mientras el calor de la tarde lo iba adormeciendo.
―¿Se está a gusto aquí, verdad, hermano? ―preguntó Paolo sentándose junto a él.
―Se estaba. Tú has llegado para fastidiarme la siesta ―contestó con un gruñido y sin abrir los ojos.
―Quería aprovechar ahora que están todos tranquilos para hablarte del proyecto.
―Tú dirás.
―Mario, tú me has ayudado con todos los diseños y conoces la obra tanto como yo, necesito que te hagas cargo de ella, personalmente. Tengo que terminar unas ya empezadas y entre la mudanza, la niña y ahora los preparativos de la boda, llevo retraso de todo y no puedo seguir así. Además, quiero tiempo para estar con mi familia, y con esa obra no lo tendré apenas.
Al escucharlo se incorporó en el sillón y abrió los ojos sorprendido, su hermano adoraba ese edificio, decía que guardaba una historia trágica. Para renunciar a él debía estar bastante agobiado.
―Estás seguro, sé que sientes algo especial por ese proyecto. ―Mario se pasó las manos por el cabello―Lo tuyo te costó conseguirlo.
―Es cierto, pero más adoro a mi familia, es así de simple.
―Te entiendo ―afirmó Mario con una punzada de envidia. «¿Cómo sería querer así y, sobre todo, ser correspondido?», se preguntaba.
―Este lunes, a las 9:30 de la mañana, tengo una reunión con Ezequiel y Pilar para informarles del cambio, necesito que estés allí. Quiero presentártelos y aprovechar para poner al día la agenda de trabajo, la obra ya debería haber empezado.
―Al fin conoceré a la mujer de hielo. ¿No es así como dicen que la llaman?
―Mario, espero que te comportes. Es una mujer encantadora aunque muy directa, no se calla lo que piensa, sea bueno o malo.
―¡Tranquilo! ―exclamó alzando las palmas en señal de rendición.
―Es que te conozco, fratello, y tú tampoco eres de los que te callas.
Empezó a reírse al escuchar a su hermano, la tarde había pasado de aburrida a muy interesante en cuestión de segundos. Tenía muchas ganas de conocer a la señorita Pilar Merchán, cuando cerraba los ojos podía ver en su cabeza ese movimiento sensual de caderas al caminar.
No esperaba el momento para poder verla cara a cara, no entendía el motivo de su impaciencia. Después de escuchar hablar tanto de ella, sentía unas ganas tremendas de conocer a esa fierecilla indomable.
―Allí estaré, hermanito ―afirmó con una sonrisa en los labios.


Pilar se dirigía a la reunión con Ezequiel y Paolo; este último quería hablarles de un cambio de última hora. Además, querían aprovechar para fijar la agenda de trabajo a seguir ya que iban retrasados. Esa sería la segunda reunión que mantendría con ellos. Ese era un proyecto de gran envergadura porque, menos la estructura principal del edificio; todo lo demás se iba a tirar abajo.
Aunque como norma general siempre contrataba a su equipo para cualquier reforma, en este caso había sido el dueño quien los había contratado por separado. A Pilar como la decoradora, y a la constructora Bernardí para la reforma del edificio. Estaba tranquila porque Paolo le había caído muy bien y sabía que se entenderían sin problemas, lo que para ella era muy importante.
Mario llegaba tarde a la reunión sobre el proyecto princesa. Al fin conocería a esa mujer, estaba intrigado, algo poco común en él. Según la información obtenida, la señorita Merchán tenía un estudio de decoración con mucho prestigio, era muy profesional y exigente. Algunos decían que era fría como un tempano de hielo.
Corriendo por el hall del edificio consiguió detener, en el último segundo, la puerta del ascensor que se cerraba. Entró con el cabello revuelto y agitado debido a la carrera.
―Buenas días y gracias por parar el ascensor ―dijo entrecortadamente.
―Buenas días ―contestó una mujer.
Mario se fijó descaradamente en la morena que tenía delante, era impactante. «Lástima que todo el conjunto lo estropeé ese semblante serio y esa cara de mala leche.» Pensó sin dejar de mirarla. Algo en ella le resultaba familiar, pero estaba seguro de que si la hubiese visto antes no la hubiese olvidado.
Pilar estaba contando mentalmente, todo para no soltar ninguna de sus borderías habituales; solo que el imbécil que tenía a su lado se la estaba jugando, «¡se puede saber qué narices mira!», se decía ella a sí misma. Decidió en ese momento ser descarada como él y devolverle la mirada, así que giró la cara hacia y le clavó los ojos, fijamente.
Sorprendido por la reacción de la mujer, Mario le sostuvo la mirada, a la vez que una sonrisa pícara se dibuja en su cara, «es preciosa, pero tiene un carácter de mil demonios, la diablilla.», se decía a sí mismo; por otra parte, Pilar se estaba mordiendo la lengua para no decirle donde podía meterse esa sonrisa.
Ambos se estaban midiendo como si estuviesen en un ring de boxeo, se taladraban con la mirada, y dentro del ascensor crecía una tensión que se podía cortar con un cuchillo. Mario se estaba divirtiendo de lo lindo con la diablilla mala uva, era de armas tomar y, si no se equivocaba, estaba a punto de explotar por aguantarse las ganas de gritarle.
―Respira, diablilla, no te vayas a desmayar ―comentó riendo.
―¡¿Qué me has llamado?! Imbécil ―gritó alterada.
―¡Vaya!, que carácter tienes, diablilla. ―La miró sonriendo, porque sabía que la estaba molestando.
―¡Mira, guapo!, primero, no me llamo diablilla, segundo, no me mires y, tercero, piérdete ―contestó furiosa, señalándolo con el dedo.
En ese momento el ascensor se detuvo y empezaron a abrirse las puertas. Antes de que Pilar saliera, Mario se acercó y agarró el dedo índice con el que ella le apuntaba; se lo metió en la boca y le dio un ligero mordisco. Estupefacta, no reaccionó hasta que él la había soltado. Saliendo del ascensor se giró y le dijo:
―Al menos tu veneno no mata… hasta otra, diablilla. ―Le guiñó un ojo y se alejó riendo a carcajadas.
Aturdida, Pilar salió del ascensor sintiendo como su corazón latía acelerado. Aún no podía creer que ese imbécil se hubiera atrevido a morderle un dedo. Un escalofrío recorrió su cuerpo al recordar la sensación de su boca y, luego, sus dientes presionando con suavidad sobre su piel. Ese descarado no solo la había mordido, sino que también le había lamido el dedo con la lengua.
Necesitaba calmarse antes de encontrarse con los demás; se dirigió con paso decidido hacía los servicios, entró y  se miró al espejo sorprendiéndose al verse tan alterada. Sus ojos brillaban y sus mejillas estaban sonrojadas, no lo entendía. Ella jamás había reaccionado así ante un hombre. «Fue porque me pilló desprevenida, eso fue, no me esperaba ese comportamiento por parte de un extraño, era eso». Pensaba Pilar mientras se refrescaba el cuello y las muñecas, inspiró con fuerza, necesitaba volver a ser la de siempre.
En el despacho de Paolo, Ezequiel estrechaba la mano de Mario; estaba sorprendido por el cambio sugerido, aunque después de escuchar las explicaciones de Paolo lo entendía perfectamente y lo apoyaba en su decisión. Además, él era de los que pensaba que las cosas pasaban por algo. El hermano de Paolo le gustaba, tenía una mirada abierta y franca, además de ese toque pícaro que lo hacía sonreír, estaba convencido de que entre Pilar y Mario, habría más que palabras.
En ese momento tocaron a la puerta, Paolo invitó a entrar y la secretaria abrió y entró acompañada de Pilar Merchán.  Mario estaba mirando por la ventana sentía ganas de girarse a verla, pero algo lo detuvo. Esperó a que la puerta se cerrara y muy despacio se giró, sus ojos se abrieron sorprendidos al comprobar quien era la famosa decoradora. Ella aún no se había percatado de su presencia, estaba saludando a Paolo y a Ezequiel.
―Pilar, permíteme presentarte a mi hermano Mario; él nos acompaña hoy porque es el cambio del que quería hablar con ustedes ―explicó Paolo.
Ella se giró con una sonrisa hacía donde le habían indicado y, su cara, se quedó petrificada cuando vio de quien se trataba.
―¡Tú! ―gritó alterada, sin dejar de mirarlo a los ojos.





[1] Expresión gaditana que nació de las leyendas urbanas sobre un barco cargado de arroz que nunca llegó al puerto de Cádiz.
[2] Pechá: Mucho
[3] Curro: Trabajo
[4] Guasa: Broma, cachondeo, pitorreo.
[5] Expresión muy usada que significa, que es algo bastante improbable e inalcanzable.

1 comentario:

  1. Uyyyyyyy me encanto Ely!!!!!! esos dos son dinamita!!!!!!! Sigue porfa..........

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