Llegó el fin de semana,
María había quedado con sus amigas para irse a mover el esqueleto a la disco
Larios de Madrid; Valeria y Paula pasarían a recogerla en una hora. Mientras,
ella miraba su armario con horror, siempre le pasaba lo mismo, cuando tenía que
salir no sabía que mierda ponerse.
Al final se decidió por
una minifalda negra, medias y ligueros; porque estos eran más prácticos para ir
a los servicios que las pantis completas, las cuales eran más incomodas, además,
con las medias con ligueros ella se sentía más sexy, y bueno, nunca se sabía dónde
podía aparecer el macho man en
cuestión. Acompañaba la minifalda, una camiseta verde esmeralda bien ajustada,
marcando pechos, que hay que lucir lo que se tiene, pensaba María. Para rematar
una botas altas de fóllame, y lista para reventar la pista de baile.
Una vez maquillada, y
con el pelo alborotado, recogió su abrigo y se sentó a esperar a las locas,
aprovechó para mandarles un whatsApp:
María: «Por donde andan
locas, estoy ready y con ganas de marcha»
Valeria: «Sal que
estamos llegando… ¡marcha, marcha, marcha…!»
María salió y las
esperó en la calle, al momento apareció en la distancia el coche de Paula, paró
y ella entró al coche, enseguida empezaron a hablar, contándose sus batallas de
la semana mientras se dirigían a la disco. Las tres tenían ganas de menear el
esqueleto, ¡marcha!, ¡marcha!, ¡marcha!
―¡Chicas estoy que me
salgo, necesito soltar adrenalina!, ja,ja,ja,ja,ja,ja ―exclamó riendo María.
―¡Oraleee nena, a
quemar esa pista! ―gritó Paula.
―¡A quemar y quemarnos!
―sentenció Valeria.
Las carcajadas de las
tres inundaban el coche que se dirigía hacia la disco. María sentía que la
noche iba a ser lo más de lo más; amanecer de música, baile y diversión.
Cantando y riendo llegaron a la Disco Café Larios, entraron y el ambiente
estaba a tope, para entrar en calor pidieron unas copas en la barra y se
sentaron a beber, no perdían detalle de todo lo que las rodeaba, la decoración
moderna y acogedora creaba un ambiente agradable.
Terminadas las copas y
con ganas de mover el cuerpo, las tres se dirigieron a la planta baja, ahí les
esperaba una pista llena de movimiento y música, donde los Dj los hacían vibrar.
Las chicas se ubicaron
en un lugar estratégico para no perderse detalle, la noche prometía; desfilaban
antes sus ojos cuerpos macizos que literalmente las hacían babear.
De pronto María se
quedó sin respiración, en la escalera estaba un cuatro por cuatro, ¡Dios mío!,
pensó mientras examinaba de arriba abajo a ese espécimen del sexo opuesto. Lo
tenía todo en su sitio, ni le sobraba, ni le faltaba nada.
―¡Chicas! Miren hacia
la escalera, estoy con taquicardia, pero ¡Qué hombre!
―¿Dónde? ―preguntaron
las dos a la vez.
―En la escalera… es el
seguridad de la disco. ¡Hummm, está para chuparse los dedos!
―¡Mare, mare, mare!,
macizo, macizo ―exclamó Paula con los ojos abiertos.
Valeria estaba muda,
comiéndoselo con los ojos, pero es que no era para menos.
―Estoy por hacer algo
solo para que se acerque, aunque sea para llamarme la atención… ―susurró María
a sus amigas.
―Bajemos de la nube
chicas, ese tío no se fijaría en nosotras ni en sueños. Además esta currando
por lo tanto, nada de ligoteo ―comentó Valeria.
―Sí, una verdadera
lástima ―afirmó María.
Las tres siguieron
admirando al susodicho, y aunque ellas pensaban que no había notado su
presencia, estaban muy equivocadas. Como buen profesional de lo suyo, Eduardo
sabia disimular sin perderse detalle de lo que le interesaba, y la chica de las
botas de fóllame, había llamado su atención. Lástima que estaba trabajando,
porque si no, estaría trabajando, pero otra cosa.
La noche seguía su
ritmo, cada vez más y más caliente, la música no paraba y los cuerpos al ritmo
se movían, unos más alegres que otros, pero todos con ganas de vivir el
momento.
María se notaba medio
alegre, debería moderar los vodkas limón que se estaba tomando, pero es que la
noche lo merecía; además de pasarlo en grande, se recreaba la vista con ese pedazo
de hombre. Mientras hacia la cola para ir al servicio, recordaba al espécimen
detalladamente. Alto, con la cabeza rapada, mandíbula fuerte, masculina, ese
pectoral escondido bajo el traje de corbata que le sentaba como un guante,
marcando a la perfección ese cuerpo esculpido para el pecado. Esa boca que
invitaba al vicio y esas manos fuertes, de dedos largos. Solo le faltaba
examinar lo bien que le sentaban los pantalones a esas nalgas, las cuales se
imaginaba prietas y apetitosas, para darles un buen mordisco. Le recordaba
mucho al actor Vin Diesel, que estaba
para moja pan.
Despertó de su
ensoñación cuando alguien la empujo sin querer, ya estaba llegando su turno y
solo podía pensar en follarse a ese bombón.
¿Dónde se había metido
esa mujer?, se preguntaba buscándola con la mirada, tenia localizadas a sus
amigas, pero de ella ni rastro. Por lo tanto el único sitio al que podría haber
ido era al servicio, porque para salir de la disco tenía que pasar por su lado,
no había otra salida.
Estaba deseando que
dieran las tres de la mañana, a esa hora acababa su turno y podría entrar en
acción, solo esperaba que no decidieran marcharse, si no, tendría que hacer
algo.
María regresó junto a
las chicas, estas estaban bailando y riendo sin parar, al final las tres
estaban achispadas. Con disimulo giró para ver si su macizo seguía en la
escalera, vigilante del orden, pero se llevó una sorpresa, el buenorro no
estaba.
―¡¿Chicas donde está el
adonis?! ―preguntó histérica.
―Caminando hacia aquí,
no te des la vuelta ―susurró Valeria cerca de María.
―¡¡Qué!!, ¿cómo que
hacia aquí? ―cuestionó en voz baja.
―Buenas noches chicas,
estos abrigos son vuestros ―dijo una voz profunda detrás de María.
Esta se quedó
paralizada al ver las caras de Paula y Valeria, muy despacio se dio la vuelta y
allí estaba el adonis cuatro por cuatro, de cerca, era aún más impresionante.
―Son nuestros, ¿Algún
problema? ―dijo María con atrevimiento, no sabía si por efecto del alcohol pero
se sintió desinhibida.
―Por que no pueden
dejarlos en la mesa, guapa ―contestó mirándola fijamente a los ojos.
María sintió esa mirada
desnudándola, mientras ella se humedecía toda. Ese hombre era una bomba de
testosterona andante, y ella tenía ganas de hincarle el diente.
―¡Oh!, lo sentimos,
pero ¿dónde podemos dejarlos? No pretenderás que movamos el cuerpo con el
abrigo puesto, ¿verdad? ―soltó
Paula y Valeria los
miraban sin perder detalle, ese pulso que estaban jugando se ponía interesante
momento a momento. Eduardo sonreía para sí, era toda una gatita con las uñas
afiladas.
―Si me acompañan les
puedo enseñar donde dejar sus abrigos ―explicó.
―María creo que no hace
falta, son las dos y media, deberíamos pensar en marcharnos —dijo Valeria.
María se giró hacia sus
compañeras y les clavó una mirada que decía, ¡Ni locas nos vamos ahora!
—Pero que prisas
tienen, si la noche es joven, y el ambiente está cada vez mejor —habló
disimuladamente, mientras les decía otra cosa con la mirada.
—Vale, nos quedamos un
rato más. Mañana es domingo y no hay que madrugar —comentó Paula que se había
mantenido muda desde que el macizo se había acercado.
—¡Perfecto! Y ahora, ¿nos
dices donde podemos dejar los abrigos? —Lo miró descaradamente.
—Acompáñenme que les
indico donde.
—María, ve tú, nostras
vamos a por otra copa —la empujó Valeria.
Sin detenerse lo siguió
y mientras caminaba detrás de él, admiraba su esplendido trasero, que como se
lo había imaginado se veía prieto y apetitoso. Eduardo sentía la mirada de la
gatita y estaba conteniéndose para no cogerla allí mismo y arrastrarla a un
lugar más privado. Menos mal que su amiga aceptó quedarse más tiempo, él no
podía hacer nada mientras durara su turno. Bueno, casi nada.
Abrió una especie de
armario y le dijo que podía colgar los abrigos allí, que nadie los tocaría, María
se dio cuenta que ese lugar era sólo para el personal, y se sorprendió por el
detalle, si no fuera porque estaba trabajando se le lanzaba directo a su
yugular. Mientras colgaba los abrigos sintió que él se le acercaba por detrás,
se quedó quieta y sin respirar, él pegó su cuerpo al de ella, y respiró sobre
su oído, haciéndola temblar.
—Gatita espero que no
te marches, dentro de poco habré terminado mi turno —susurró en su oído, y a
continuación, le lamió el lóbulo de la oreja.
Literalmente María se
sintió derretir, tuvo que contenerse para no girarse y lanzarse sobre ese
hombre. No se podía creer que de verdad le hubiese comido la oreja. Pero lo
sintió apretarse más contra ella, y esa enorme erección rozándole el trasero.
—Será mejor que
volvamos, tu olor me está volviendo loco y no debo perder el control.
Se separó de ella y
volvieron hacia la pista de baile, María sentía como si hubieran pasado mil
horas, pero solo habían transcurrido unos minutos, eso sí, muy intensos.
Mientras caminaba a su lado, ella notaba su sexo húmedo y resbaladizo.
Justo antes de llegar
junto a sus amigas, él se detuvo y le preguntó su nombre.
—Me llamo María ¿Y tú?
—Eduardo, gatita. Sigue
bailando, pero no te canses que luego vendrá la marcha de verdad.
Inspiró fuerte y
asintió con la cabeza, ese hombre la dejaba sin habla. Se fue hacia el rincón
donde estaban las chicas, ambas la miraban expectantes.
—¡Joder, joder, joder
pero como esta ese hombre! —soltó Paula nada más verla.
—¿Qué te dijo María?
—preguntó Valeria.
—Que terminaba su turno
en media hora, y que no me canse, que luego vendrá la marcha —habló como una
autómata.
—¡¡¡Qué!!! —gritaron
Paula y Valeria.
María que aún seguía
aturdida por todo lo que había pasado, pareció no escucharlas. Valeria la cogió
de un brazo, y la zarandeo para que reaccionara.
—¡Joder cuéntanos
todo!, ¿cómo se llama?, ¿qué más te dijo?, por Dios, por Dios, que me está
dando… —insistió atacada.
—Estoy alucinando
chicas, ese pedazo de hombre se me insinuó en el cuarto vestidor, al que me
llevó a dejar los abrigos… me llamó gatita, me dijo que no me marchara y…
—tembló recordando.
—¡Y qué! —exclamó Paula
ansiosa.
—Me lamió el lóbulo de
la oreja.
—¡¡¡Ah!!! Madre, madre…
¡que calor! —expresó Valeria mientras se abanicaba.
—Chicas donde esta ese
trago, lo necesito.
María se tomó la copa
lentamente, intentaba calmarse, aun sentía el aliento caliente y la humedad de
esa lengua en su oreja. Quien iba a decirle que un hombre como ese se fijaría
en ella.
—¿Todavía no nos has
dicho como se llama? —preguntó Paula
—Eduardo.
—Nena has triunfado,
menudo hombre te has ligado —soltó Valeria picarona.
—Es que no me lo creo,
definitivamente estoy soñando. —Miraba hacia las escaleras donde estaba él—.
Ese adonis no puede haberse fijado en mi ¿verdad? —preguntó a nadie en
concreto.
—Tú no me seas tonta,
aprovecha todo lo que ese pedazo de semental quiera darte… ¡Auuu! —Paula
aullaba como una loba.
—Saben que estamos de
psiquiátrico total, ¿verdad? —dijo María riéndose ya más relajada.
La música subió en
intensidad, eran las tres de la mañana y cada vez quedaba menos gente, las
chicas estaban bailando con dos guaperas que las habían sacado a la pista,
María no perdía movimiento de Eduardo y él no dejaba de mirarla a pesar de
estar controlando todo el recinto. Se terminó la copa y decidió ir al servicio
mientras Valeria y Paula seguían bailando desatadas.
Ya no había colas,
apenas quedaba gente, de hecho, ellas ya deberían haberse marchado, pero no se
que esperaban en realidad, ese hombre tenía un trabajo que hacer.
Mirándose al espejo
empezó a refrescarse el cuello con agua, estaba sudorosa por tanto bailar, su
piel caliente, le ardía. De pronto sintió dos manos fuertes sujetarla por la
cintura y girarla bruscamente, al mismo tiempo que una boca invasora se tragaba
la suya, fue tal la intensidad que María abrió su boca en busca de aire, y se
encontró con la lengua caliente de Eduardo penetrando en ella. Era como si un huracán
la estuviera arrasando, la empujó contra la pared y se pegó a ella, clavando su
cuerpo contra el de suyo. Pasado el impacto, María se aferró fuerte a su cuello
y empezaron a besarse como posesos, el descontrol de la pasión lo invadió.
Eduardo llevaba toda la
noche con la polla dura, deseando penetrarla fuerte y no podía contenerse más.
Sin dejar de comérsela a besos, empezó a acariciarle los pechos con ambas
manos, ella seguía agarrada a él, no lo soltaba, metió las manos por dentro de
la chaqueta y se la quito dejándola caer por sus brazos, lo abrazaba, lo acariciaba,
le clavaba las uñas como una gata y eso lo enardecía más. Los pantalones le
iban a reventar de lo dura que la tenía.
Se tocaban desesperados
por sentirse, él alzó la camiseta que llevaba y se la quitó por encima de la
cabeza, separándose así sus bocas unos segundos que sirvieron para que cogieran
aire, después volvieron a buscarse hambrientas, se besaban, lamian, saboreaban,
era lujuria salvaje. Eduardo le pellizcaba los pezones a través del sujetador,
ella gemía y se retorcía pegándose más a su dura erección, clavándole las uñas
a través de la camisa.
Él le bajó los tirantes
del sujetador para liberar sus tetas, y agachó la cabeza para meterse un pezón
en la boca, María inspiró fuerte, jadeaba, estaba empapada de deseo por ese
hombre, era como un tren de mercancías arrasando con ella. Eduardo lamía,
mordía y succionaba de un pecho a otro, Los pezones estaba rojos y húmedos por
su boca codiciosa. Ella desesperada por sentirlo en su piel, empezó a
desabrocharle la camisa, estaban tan fuera de control que habían olvidado que
se encontraban en un servicio público.
Consiguió desabrocharle
la camisa y sacarla de dentro de los pantalones, acarició ese pecho amplio y
fuerte, le paso las uñas por las tetas y esos pequeños pezones, haciéndolo
gruñir de placer, Eduardo se arrodilló, y le subió la minifalda hasta las caderas,
admiró el liguero tan sexy que llevaba debajo y acercó su nariz a su
entrepierna, se hundió en ella absorbiendo ese olor afrodisiaco, estaba tan
excitado que le arrancó las bragas tirando de las tiras de los lados, y expuso así
ante sus ojos ese hermoso coño, con las manos le abrió los muslos y a
continuación hundió su lengua en ese calor húmedo. Como un sediento empezó a
beber de ella, lamiendo y succionando mientras María lo agarraba de la cabeza y
gemía pidiendo más.
Valeria y Paula no
encontraban a María por ninguna parte, cada vez quedaba menos gente en la
disco; preguntaron a un empleado dónde estaba el vestidor del personal para
recoger los abrigos y buscar a su amiga que seguramente estaba en el servicio.
Una vez en su poder, se dirigieron a buscarla, abrieron la puerta y se quedaron
petrificadas ante la imagen que tenían ante sus ojos. Paralizadas no se movieron
de donde estaban, fascinadas y excitadas al mismo tiempo con lo que
presenciaban.
María sentía que las
piernas le temblaban, se caería en cualquier momento, era tanto el placer que
estaba experimentando que sabía que le quedaba poco para correrse, Eduardo tenía
una lengua mortal, ella deseaba sentirlo dentro, y le pidió que la follara.
Loco de deseo se levantó y volvió a besarla compartiendo con ella su propio
sabor, María intentaba con torpeza abrirle la bragueta del pantalón, cuando al
fin lo consiguió, metió la mano dentro del bóxer y sacó su polla caliente y
durísima a la libertad, era tan suave y dura al mismo tiempo. Empezó a
acariciarla, adelante y atrás, suave pero con presión. Sus pechos desnudos se
encontraron haciéndolos gemir a ambos.
Eduardo ya no podía
aguantar más, sacó un preservativo del bolsillo de su pantalón, lo rasgó y
separándose de ella unos milímetros se lo colocó sin que María dejara de mirar
su pene empalmado, era grande y grueso, potente como todo él. Una vez colocado
Eduardo la tomó por las nalgas y pegándola más a la pared la impulsó hacia
arriba, entró de una sola embestida haciéndola gritar y aferrarse a él abrazándolo
con brazos y piernas, así como un caballo desbocado él empezó a moverse con un
ritmo frenético, estaban demasiado excitados, sentían que pronto llegarían al éxtasis
y él quería que llegaran juntos.
María gemía, mordía,
arañaba y se movía al mismo ritmo desatado de él, era un polvo voraz, potente,
agudo. A un ritmo fuerte las envestidas se sucedían una tras otra, Eduardo le
susurraba, lo mucho que la deseaba, que lo había tenido toda la noche
empalmado, que solo pensaba en follarla una y otra vez hasta caer agotados, y
todas esas palabras, unidas al placer de sentir su polla hundirse dentro de
ella una y otra vez, la llevaron a lo más alto, para luego hacerla caer en
picado, mientras gritaba su nombre. Él con dos fuertes embestidas más, la siguió
gritando y gimiendo como si de un padecimiento se tratara.
Fundidos y enredados, se quedaron quietos y sin
moverse, intentando que el aire entrar en sus pulmones, estaban extenuados pero
satisfechos. Poco a poco María desenredo las piernas de la cintura de él y las
bajo hasta pisar el suelo con las suelas de sus botas. Aturdidos por la
intensidad del momento se separaron y Eduardo le dio un pequeño beso, la ayudó
a vestirse, ambos estaban en silencio.
—Perdona mi arrebato
gatita, pero ya no podía esperar, te deseaba como un salvaje y como tal me
comporte —dijo mientras se quitaba el preservativo y se recomponía.
—No tengo nada que
perdonarte, ha sido el polvo más salvaje y fantástico que he tenido, por lo
tanto no hay reproches —dijo María guiñándole un ojo.
Eduardo se le acercó
sonriente y le dio un beso profundo y a la vez dulce.
—¿Quieres seguir la
marcha en mi casa gatita?
—Donde quieras tigre
—contestó excitada otra vez.
—¿Y tus amigas?
―¡Joder mis amigas,
deben estar preocupadas!, ven vamos a buscarlas.
Salieron agarrados de
la mano y se encontraron de frente a dos mujeres bastante sofocadas.
―¿Estáis bien chicas?
―preguntó María extrañada.
Las dos sin poder
hablar asintieron con la cabeza, lo que acababan de ver había sido de lo más
morboso que jamás se imaginaron. Menudo empalamiento le había dado ese macizo a
María, y ellas disfrutando de ese culo en todo su esplendor y esos movimientos
de pelvis entrando y saliendo, solo de recordarlo se mojaban otra vez, estaban
empapadas y con ganas de buscar alivio inmediato.
―Me voy con Eduardo,
vamos a seguir con la marcha en privado. ―Les guiñó un ojo pícaramente―. Mañana
os cuento todo ―susurró acercándose a ellas.
María les dio un beso y
un abrazo, y se fue de la mano del adonis que se había ligado. Valeria y Paula
entraron en el servicio para refrescarse un poco con agua, se miraron a los
ojos a través del espejo y sonrieron.
―¡Joder con la marcha
de esta noche! ―dijo Paula.
―Ni que lo digas, aun
estoy hiperventilando, y ella nos dice que mañana nos contara todo ―comentó
irónicamente Valeria.
―No me pierdo la cara
de María, cuando le contemos nosotras todo lo que presenciamos ―señaló Paula.
―Oh si, esa cara será
para inmortalizarla. ―Rió Valeria.
―Por cierto Val, me
parece que vamos a tener que salir más a menudo de marcha, ¿no crees?
―Si Paula, eso creo,
porque, ¡menuda marcha!
Las dos salieron de la
discoteca Larios muertas de risa, pensando en la marcha que se estaba echando
para el cuerpo su amiga María en esos momentos.
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