Eros tiene ganas de jugar. Su destino, una peculiar comunidad de vecinos en la que nadie estará a salvo de ser alcanzado por una de sus flechas. ¿Lograrán escapar de ellas? Historias entrelazadas con un denominador común que conseguirán que disfrutes, te enamores y quieras que el pequeño dios te alcance a ti también. Cuidado, va armado y es peligroso.
Aquí dejo la historia que escribí... espero que la disfruten.
Una
noche muy larga y aburrida la de este sábado en la ciudad condal. Estoy
buscando diversión, pero no encuentro nada que me estimule. Seguramente se
estarán preguntando ¿Quién es?, una respuesta complicada… yo soy ese por el que
muchos están deseando recibir una flecha en su corazón, pero aquí en la tierra
se me conoce como Oscar.
A primera vista soy un hombre normal,
guapo, alto, rubio y con una sonrisa misteriosa, de esas que dicen, sé algo que
tú no sabes. No esperen ver alas o corazones… voy camuflado para pasar
desapercibido.
Esta noche de sábado, estoy en la
terraza comunitaria que hay en la última planta del edificio donde ejerzo de
chico de mantenimiento, una tapadera para buscar víctimas, esas que suspirarán
por alguien cuando yo lo decida. Ya he emparejado a unas cuantas… pero mi
misión es repartir el amor allá por donde vaya.
La noche esta estrellada, el cielo claro y
limpio de nubes, una noche perfecta para el amor… pero ¿A quién lanzarle mis
flechas?
Alguien viene caminando por la acera en
dirección al portal, es la vecina del 5º, Paula, la auxiliar de enfermería que
comparte apartamento con dos amigas, Ana y Valeria. Por lo que veo, le ha
tocado otra noche de guardia en el hospital. De pronto, sin apartar la mirada
de su figura, mis ojos se encienden entusiasmados al recordar al vecino
madrugador. Empiezo a sonreír porque he encontrado con quién divertirme, ¿y si
esa madrugada hago una travesura?, ¿a que vosotros también queréis divertiros?
Dice el refrán: Hay amores que matan, o
ese otro que dice: Del odio al amor solo hay un paso, pues acompañadme a ver
cómo empieza el juego y, ya metidos en faena, pensaré en algo para las
compañeras de piso.
Definitivamente
tenía que hablar con sus compañeras y ver cuál de las dos se apiadaba de ella,
y aceptaba cambiarle el cuarto, sino, terminaría teniendo un rifirrafe con su
vecino.
Cabreada,
se levantó de mala gana, sabía que no sería capaz de pegar ojo por muy cansada
que estuviera. Se dirigió al baño y se metió furibunda en la ducha, necesitaba
refrescarse. Después, fue a la cocina a tomarse un vaso de zumo mientras iba
pensando en varias torturas a las que sometería con muchas ganas al cretino de
al lado.
Sus
amigas dormían a pata suelta, algo normal que haría cualquier persona un
domingo a esas horas. Entró de nuevo en su habitación y miró con odio la pared
que la separaba de ese insensible. De pronto una idea iluminó sus ojos y,
sonriendo para sí, pensó… «Donde las dan, las toman.»
Marcelo
estaba muy relajado sentado en su cocina mientras desayunaba como hacía todos
los días. Era un hombre muy minucioso al que le encantaba el orden, y sobre
todo, aprovechar las horas desde muy temprano. El silencio de las mañanas era
su momento favorito del día, en el que su mente trabajaba mejor. De repente,
pegó un respingo que lo hizo atragantarse con el café que estaba bebiendo. Una
música atronadora venía del apartamento de al lado. Incrédulo miró el reloj que
tenía en la pared de la cocina que marcaba las 7:00 de la mañana.
—¡¿Qué
loco pone ese volumen a estas horas?! ―exclamó en voz alta.
Sonaba
a toda voz la canción Beautiful day de U2.
«Su hermoso día se estaba yendo a la
mierda», pensó Marcelo
con ironía.
―¿Cuál
de las tres locas será? ―habló para sí mismo. Estaba poniéndose de mal humor a
medida que el ruido era más estridente. Se levantó cabreado―. Se van a enterar
esas ―bramó furioso, algo muy raro en él.
En un impulso poco frecuente, se levantó, cogió sus llaves y se dirigió a hablar con las piradas que vivían en el apartamento vecino.
―¡Paula,
te has vuelto loca! ―gritó Valeria saliendo de la habitación―. Baja esa música,
joder.
―Ahora
lo hago, solo unos minutos más, es un regalito para nuestro vecino madrugador y
su puto despertador.
―Otra
vez te ha despertado, ¿pero este tío a dónde va un domingo a estas horas?
―Sí,
otra vez. Y he tenido un turno de mierda, estoy agotada y cabreada.
―¿Por
qué no hablas con él?
En ese
momento sonó el timbre de la puerta, ambas se giraron a la vez y luego
volvieron a mirarse.
―Me
parece que tienes visita, vendrá a darte las gracias por el regalito ―murmuró
riendo Valeria―. Me voy a seguir durmiendo. Que te sea leve.
Paula
apagó la música y fue como una flecha hacia la puerta, la abrió y se encontró
con un hombre bastante cabreado, además de estar buenísimo.
―Perdona,
¿crees que es normal poner la música a ese volumen un domingo a estas horas? ―preguntó
con brusquedad.
―Sí,
tan normal como poner el despertador a las seis y media de la mañana y joderle
el sueño a la gente ―replicó igual de irascible.
Marcelo
se quedó callado observando a esa pequeña fiera. Sus ojos brillaban debido a la
rabia que despedían, era bajita y rellenita, pero bien proporcionada,
voluptuosa, como solían gustarle. Pero en ese momento, ella no le gustaba ni un
pelo.
―Lamento
si mi despertador perturbó tu sueño, no tengo la culpa de que estas paredes
sean de papel, aun así, no hay comparación.
―A que
jode, ¿verdad? Pues imagínate llegar a las seis de la mañana de trabajar y
cuando estás en el primer sueño, te despierta un chirrido esperpéntico como el
que emite tu despertador. ¿No podrías cambiarlo?, usar una música más suave, tu
móvil con una canción o algo mejor que ese cacareo irritante.
―¡No
voy a cambiar mi despertador!, si tienes problemas usa tapones para tus oídos,
guapa ―respondió irónico, clavando sus ojos color ámbar en ella.
―¡Pues
muchas gracias por nada, imbécil! ―gritó cerrándole la puerta en las narices.
Marcelo
se quedó mirando como un tonto la puerta. Le acababan de cerrar la misma en
todo la cara, bufó indignado y dando media vuelta regresó a su casa; al entrar,
cerró dando un portazo para desahogar de alguna manera la furia que bullía en
su interior.
―¡Qué
se ha creído esa loca del demonio! ―gritó, algo insólito en él, un hombre más
bien tranquilo y conciliador.
En el pasillo, el chico de mantenimiento había presenciado con una sonrisa maliciosa toda la escena, estaba claro que se iba a divertir mucho con esos dos.
Paula se tumbó en el sofá
intentando calmar la rabia que corría espesa por sus venas. Ese cretino se
había ofendido, y además, le daba igual si la molestaba o no. Estaba decidida a
hablar con la propietaria del apartamento y pedirle que pusiera una queja
formal a la comunidad. Se iba a enterar el vecinito de cómo se las gastaba
ella. Eso, unido a que se le había estropeado el plan del fin de semana por
culpa de esa guardia, la tenía de muy mala leche.
Junto
con Elva, su vecina del 6º y su amiga Lucía la del 4º, había pensado escaparse
a un hotel de la costa y pasar dos días de relax disfrutando de la playa y de
un buen libro, de esos que estaban llenos de historias de amor. Pero todo se
fue al garete al tener que hacer una suplencia.
Cerró
los ojos e intentó relajarse y descansar un poco, había empezado mal ese
domingo, a ver cómo lo terminaba. Su respiración se fue ralentizando y su cuerpo,
poco a poco, fue perdiendo la tensión mientras el sueño se apoderaba de su
mente y la llevaba a los brazos de Morfeo.
Unos
ojos color ámbar, brillantes e intensos invadieron su descanso. Unas manos de
dedos largos y oscuros se acercaban a su rostro buscando tocar su piel clara.
Él avanzaba con calma hacía ella, sin dejar de mirarla, haciendo que su
temperatura corporal subiera a cada paso que lo acercaba a su cuerpo. Un jadeo
involuntario salió de entre sus labios y una excitación ya conocida recorrió su
piel. Lo deseaba, con la misma intensidad que, ¿lo odiaba?
Se
removió entre sueños y cuando estaba a punto de sentir esos labios tocar su
boca, se despertó asustada.
―¡Mierda!,
lo que me faltaba es que ahora invada mi descanso, joder, ¿pero qué hago soñando
con él? ―exclamó incorporándose en el sofá. Miró el reloj y se sorprendió de
ver que ya eran las nueve y media de la mañana.
―Buenos
días, no quise despertarte porque parecía que estabas disfrutando de tu sueño ―dijo
Valeria risueña.
―Joder,
pero si estaba soñando que el vecino me acechaba para besarme.
―Pues
ya me gustaría que ese espécimen me besara y mucho más. ¿A ti no? ―Sus ojos
brillaban con picardía.
―Ese
imbécil estará muy bueno, pero es un mal educado.
―Dejando
lo del despertador a parte, no me dirás que no está como un tren. Esa piel
oscura y esos ojos ámbar… parece una pantera.
―¿Quién
es una pantera? ―preguntó Ana que acababa de llegar.
―¿De
dónde vienes, golfa? ―soltó Paula riendo.
―De
pasar la noche con dos macizos de escándalo. Me duele todo el cuerpo, pero
valió la pena ―contestó sentándose en el sofá junto a Paula―. A ver, no se
hagan las locas y cuéntenme quién es la pantera.
―El
vecino de al lado, el del despertador ―contestó Valeria―. Nuestra Paula estaba
soñando con él.
Ana se
giró para mirar a Paula y sonrió con malicia mientras esperaba que soltara todo
con pelos y señales.
―Vamos,
cuenta, cuenta.
―Que
te cuente Val, yo me voy a desayunar que tengo hambre y estoy cansada, y todo
es por culpa de la pantera ―espetó mientras se dirigía a la cocina.
Valeria
la puso al día de lo sucedido esa mañana y Ana se partía de risa mientras
escuchaba.
―¡Paula!
Y digo yo, ¿por qué no intentamos ligarnos a la pantera como se llame? ―propuso
Ana―. Ese negro esta para echarle más de un polvo ―afirmó.
En la
cocina Paula se detuvo pensativa, y por primera vez, no le hizo gracia la
propuesta de su amiga, no quería que ellas se lo ligaran. «¿Por qué no?», se preguntó. Las tres habían compartido parejas,
habían hecho tríos y todo lo que les apetecía. Nunca habían tenido problemas
con ello, pero a Paula imaginar al vecino tocándolas y besándolas, le revolvió
el estómago.
―¿Se
puede saber qué me pasa? ―murmuró para sí.
Agotado y sin poder
descansar Jean Carlo daba vueltas en su cama. Desde hacía una semana se sentía
muy solo. Nunca pensó que Andreu terminara la relación, ellos estaban bien
juntos. «¿Por qué todo tuvo que cambiar?
¿Por qué los sentimientos complicaron una relación estupenda?», se preguntó
mientras se dejaba llevar por los recuerdos.
Todo a la mierda por un polvo. Andreu sabía de sus gustos, él era bisexual, le encantaban los hombres y las mujeres, ¿por qué no pudo entenderlo? Le gustaba jugar, el morbo, lo prohibido. Al principio parecía que los dos compartían los mismos gustos menos el tema mujeres. Andreu era gay, no le gustaban las mujeres y cuando decidieron probar a ser pareja, la cosa empeoró. Los celos y la desconfianza fueron minando una relación que antes era ideal. La bomba explotó la semana pasada en la discoteca…
Estaba
tomando una copa mientras charlaba en la puerta con Oscar, que casualmente, era
el que hacía el mantenimiento del edificio donde vivía desde hacía pocos meses.
Un tío curioso, pero simpático. Atraía a las mujeres al local y eso era bueno
para el negocio. Esa noche estaba una vecina esperando para entrar, Mabel, una
mujer muy sexual y atractiva. Iba con un par de amigas y al reconocerlo se
acercó a él.
―Hola vecino, ¿no me digas que trabajas
aquí? ―dijo sonriente―. Y tú me suenas, ¿nos conocemos de algo? ―preguntó
dirigiéndose a Oscar.
―Hola, Mabel. Sí, este es mi lugar de
trabajo y él es el chico de mantenimiento del edificio ―contestó Jean Carlo.
―¡Claro!, perdona Oscar, sabía que te
conocía, pero no recordaba de dónde. Y no me extraña, es que menudo cambio,
guapo. De usar ropa de trabajo y gorra, a traje de chaqueta y corbata. ―lo miró
de manera insinuante.
―Buenas noches, señorita Mabel. No te
preocupes, entiendo que no me asociaras. ―La miró intensamente haciendo que
ella bajara la mirada.
―Oscar, las voy a acompañar dentro
―avisó Jean Carlo.
El portero los miró avanzar y captó la
mirada de un hombre clavada en Jean Carlo, estaba celoso y eso le era
conveniente para sus planes. Hoy movería ficha y haría desaparecer a Andreu de
la vida de Jean Carlo, por la sencilla razón de que tenía otros planes para él.
Esa noche Mabel lo puso a mil coqueteando de forma descarada y rozándose con él mientras bailaba, logrando que se la llevara al privado que tenía siempre reservado. Andreu los pilló follando, lo que desató sus celos y acabó con una relación que ya duraba más de dos años. Aunque no vivían juntos, si que pasaban muchos días y noches en casa de uno u otro, solo que Jean Carlo no llegó a decidirse a dar el paso, otro tema que aumentó los conflictos entre ambos.
Ahora estaba otra vez solo
y era libre para disfrutar de todo lo que quisiera, pero se sentía raro. No
entendía por qué todo tuvo que cambiar, él nunca había ocultado sus gustos,
ambos habían participado hasta en algunos tríos con otro hombre u otra mujer,
pero de pronto, Andreu, de la noche a la mañana ya no quería compartir nada.
―¡Qué
se vaya a la mierda! ―exclamó en voz alta.
Se levantó
y decidió que la vida era corta para estar sufriendo por quien no lo merecía, y
como le dijo anoche Oscar, las cosas ocurrían por algo.
Se
duchó, desayunó, —aunque ya era tarde— y decidió que saldría a visitar a su
madre.
«Qué mejor que recibir los mimos de mamá
para sentirte querido»,
se dijo mientras salía de su apartamento.
Las
puertas del ascensor se abrieron en la planta baja y Jean Carlo se encontró con
los vecinos de 2º, Juanjo y Paco.
―Hola
chicos, ¿qué tal el domingo? ―saludó sonriendo.
―Normal.
A ti no hace falta preguntarte, se te ve muy bien ―contestó coqueto, Juanjo.
―A ti
también. ―Le guiñó un ojo Jean Carlo―. Perdonar, pero no recuerdo vuestros
nombres.
―Yo
soy Juanjo y este serio de mi derecha es Paco, mi pareja.
―Hola
―saludó Paco con mala cara.
―Pues,
nada chicos, si alguna noche quieren divertirse vayan a Hysteria y pregunten
por mí.
―¡No
me digas que trabajas allí! Es un sitio genial según me han contado ―exclamó
Juanjo encantado.
―Pues
cuando quieras estás invitado, perdón…los dos estáis invitados ―se corrigió al
instante.
Se
despidieron y Paco entró al ascensor con Juanjo detrás, nada más cerrarse las
puertas ambos se miraron de frente.
―¿Por
qué has sido tan grosero, Paco?
―¡Y tú,
por qué eres tan descarado! ―exclamó.
―He
sido simpático, no descarado.
―A
otro con ese cuento; estabais coqueteando en mi cara.
―Esos
celos tuyos me ponen como una moto, cariño ―le dijo acercándose a Paco.
―No
cambies de tema, Juanjo.
―Calla
tonto, ha sido un coqueteo sin importancia. ―Lo cogió por la nuca y le dio un
beso que los dejó sin aire a los dos.
Las
puertas del ascensor se abrieron y al separarse se encontraron con una pareja
mayor que se quedó mirándolos con la boca abierta. Saludaron y salieron con
rapidez. Entraron en su apartamento y se empezaron a reír al recordar la cara
de la pareja.
―¿Quiénes
serían? ―preguntó Juanjo.
―Los
padres de alguno de nuestros vecinos.
―Se fueron horrorizados. ¡Ya verás el cotilleo! ―comentó riendo Juanjo―. Pero a lo que iba, me has puesto como una moto, así que… ven aquí cielo mío. ―Se lanzó a sus brazos y ambos se perdieron el uno en el otro.
Al llegar al bajo, la
pareja salió del ascensor y se cruzó con la vecina cotilla, doña Paulina. Esta
venía de sacar a su perro de paseo.
―Hola,
¿visitando a la familia? ―saludó mirando la cara blanca de la mujer―. ¡¿Qué le
ocurre?! ―exclamó preocupada.
―Ha sido
la impresión del momento ―contestó el marido.
―¿Impresión?
―Es
que nos hemos topado con dos hombres en el ascensor y… estaban besándose en la
boca ―susurró.
Paulina
abrió los ojos espantada, pero enseguida supo a quiénes se referían.
―Se
refieren a Paco y Juanjo del segundo piso puerta tres. Son gays, viven juntos, pero son buenos chicos a pesar de ser raritos
―explicó Paulina―. Por qué no pasan y le doy una infusión a su señora para que
recupere el color ―invitó con ganas de cotillear.
―Acepto,
muchas gracias ―contestó el hombre aún espantado.
Cabreado como nunca y
preocupado, Marcelo regresó tarde a su apartamento. Había perdido una micro
tarjeta SD con unos vídeos un poco comprometidos, en realidad, si no fuera
porque salía en algunos de esos videos no le importaría haberla extraviado. «A
ver en qué manos caía y si no terminaba saliendo en las redes sociales o en youtube», se decía.
«Vaya
día que llevaba», pensó mientras subía en el ascensor. Lo que más temía era
haberla perdido en el edificio y que algún vecino la encontrara y descubriera
así, que le gustaba grabar a gente follando y, además, participar también en
algunos de esos encuentros.
Las
puertas del ascensor se abrieron al llegar a su piso y Marcelo sin prestar
atención, salió deprisa chocando contra alguien. Con reflejos rápidos sujetó a
la persona que se estrelló contra su pecho. Inspiró fuerte y el aroma intenso
de un perfume penetró en sus fosas nasales aturdiéndolo momentáneamente, hasta
que escuchó esa voz.
―¡Por
qué no miras por dónde vas! ―gritó Paula furiosa al darse cuenta de quién era.
Marcelo
la soltó y se la quedó observando aún aturdido por ese olor. Paula miró esos
ojos ámbar y recordó el sueño. Por un instante, ambos se quedaron, como
estatuas, contemplándose sin decir nada.
―Lo
siento, estaba distraído ―habló Marcelo.
―Vale,
no ha pasado nada, ha sido más el susto ―contestó sin dejar de mirar sus ojos―.
Por cierto, ¿cómo te llamas?
―Marcelo,
y ahora que estoy más tranquilo quiero pedirte disculpas por mi actitud de esta
mañana. No sabía que se escuchaba tanto el sonido del despertador.
―La
verdad es que te pasaste un poco. Yo solo pretendía devolverte una pizca de lo
mismo.
―Tienes
razón, perdona mis palabras de antes ―afirmó Marcelo apreciando esos ojos
negros tan expresivos―. No me has dicho tu nombre.
―Paula
―murmuró hipnotizada.
―Prometo
no molestarte con el despertador, Paula.
―Gracias.
―Se giró para entrar en el ascensor, pero Marcelo la detuvo.
―Creo
que esto es tuyo. ―Le tendió la bolsa de basura que acababa de recoger del
suelo.
Sus
dedos se tocaron y saltaron unas chispas que los hicieron dar un respingo, fue
como la electricidad estática que se siente al tocar algo. Volvieron a mirarse
extrañados y, medio aturdidos, se despidieron. Un poco apartado y sin que lo
vieran, Oscar sonreía al ver el efecto que un par de flechas bien lanzadas
podía tener en las personas.
Al entrar en su piso, Marcelo aún se preguntaba confuso qué era lo que había pasado en el pasillo. Sin llegar a comprenderlo negó con la cabeza restándole importancia y optó por no darle más vueltas a esa locura transitoria, decidió que lo mejor era despajarse con una buena ducha.
Al rato Paula entró en el
apartamento todavía ofuscada, no sabía muy bien que había pasado con el vecino,
pero era como si lo viera por primera vez.
―¿Qué
te pasa?, parece que has visto una aparición ―dijo Ana―, no te habrá estado
contando Paulina otra de sus historias sobre que aquí viven seres de otro
planeta ―comentó riendo.
―No
pasó nada, tonterías mías. ¿Qué hacéis vosotras?
―Pues
estamos organizando una pequeña fiesta para el sábado que viene, ¿no tienes
guardia, verdad? ―respondió Ana.
―No,
ese fin de semana libro.
―¡Perfecto!
―gritó Valeria―. Vamos a poner en el buzón de nuestro vecino una invitación. Se
llama Marcelo, lo he mirado. Y también vamos a invitar a Juanjo, Paco, Elva,
Lucía y Sammy. A los demás apenas los conocemos.
―¿Y
por qué al vecino?, a él tampoco lo conocemos.
―Para
limar asperezas, Paula ―aclaró con una sonrisa socarrona Ana.
―¿Qué
estáis tramando?
―Bueno,
en la fiesta vamos a intentar ligarnos a Marcelo. A ver quién se lo lleva
primero a la cama… aunque quizás le gusten los tríos, nunca se sabe ―insinuó
divertida Valeria.
―No
sé, se le ve muy serio ―comentó Paula como si nada.
―No
será que lo quieres para ti sola ―soltó Ana.
―¡Que
tonterías dices! Haced lo que queráis, pero ya veremos quién se lo lleva al
huerto. ―Las miró disimulando, pero en el fondo se sentía molesta―. Me voy a
duchar. ―Se levantó y se fue al baño.
―A
Paula le pasa algo y no sé por qué, pero creo que es nuestro vecino, la pantera
―susurró Valeria a Ana.
―Me
parece que la fiesta va a ser muy interesante.
Las
dos empezaron a reír mientras iban a preparar la cena.
Jean Carlo sonrió a ver el
WhatsApp que le había mandado Mabel
la vecina del quinto. Esa mujer era pura dinamita y lo estaba invitando para
montarse una fiesta privada en su piso.
«¿Por qué no?», se preguntó. Se detuvo
para mirar su buzón cuando Oscar lo distrajo, se saludaron y, Jean Carlo sin
mirar dio un paso hacía los buzones tropezando con Valeria, lo que provocó que
se le cayesen las tarjetas que llevaba en la mano.
Los
tres se agacharon a recogerlas y ninguno se percató de que Oscar se guardaba
una, que al momento deslizó sutilmente en el buzón del Jean Carlo.
―Perdona
mi torpeza ―pidió él cuando se incorporaron.
Valeria
se había quedado pasmada; frente a ella tenía un espécimen de anuncio de revista.
Alto, moreno, con unos ojos de un azul intenso en los que te perdías, unas
facciones perfiladas y como colofón una sonrisa que quitaba el aliento.
―Tranquilo,
no pasa nada ―consiguió decir.
―No te
conozco, ¿en qué piso vives? ―La escaneó minuciosamente con la mirada.
―Vivo
en el quinto, puerta tres ―murmuró.
―Pues
yo en el noveno, puerta uno. Para lo que necesites estoy a tú entera
disposición, encanto. ―Se despidió con guiño y subió sin abrir su buzón, no le
gustaba hacer esperar a las mujeres y había una muy ardiente, esperando.
―¿Estás
bien? ―preguntó Oscar a Valeria.
―Sí,
si… no te preocupes guapo. Por cierto, quieres venir a nuestra fiesta el
próximo sábado por la noche ―lo invitó.
―Bueno,
si puedo me paso, es que trabajo en una discoteca por las noches. Toma una
tarjeta para que tú y tus amigas vengáis a tomaros una copa.
―Gracias
y buenas noches. ―Se despidió y metió las invitaciones en los buzones, cuando
le quedaba el último se dio cuenta de que le faltaba una tarjeta y por más que
la buscó no la encontró. Al final, decidió que llamaría a la vecina y la
invitaría directamente.
Subió,
entró a su piso y todavía obnubilada les contó a las chicas el encuentro con el
Adonis del noveno.
―¿Tan
bueno esta? ―exclamó Ana.
―Más,
te garantizo que hacía mucho que un hombre no me dejaba sin palabras.
―¡Joder,
quiero conocerlo!
―Pues
subes y le pides azúcar o sal.
―Muy
graciosa Paula, seguro que no se da cuenta.
―Bueno
chicas, yo me voy a la cama que mañana empieza la semana y yo tengo mucho curro
―dijo Paula y se fue a dormir.
―La
semana no ha pasado y ya quiero que sea sábado ―exclamó Ana.
―Y yo.
Por cierto, podríamos ir alguna noche a tomar algo a este sitio. ―Valeria le
dio la tarjeta y le contó su conversación con Oscar.
―Ese
hombre es misterioso y esta buenísimo; pero no cae en las insinuaciones y mira
que me le he insinuado ―dijo Ana riendo.
―Sí,
es un poco retraído, aunque su mirada parece leerte hasta el rincón más oscuro
del alma ―afirmó Valeria.
―A ver
si va a ser él ese ser misterioso del que tanto habla Paulina.
Las
dos empezaron a reír a carcajadas solo de imaginar que Oscar fuera un ente de otro
planeta.
Mientras esperaba a que el
ascensor llegase a la planta baja, Paula charlaba con el simpático de Oscar,
era un hombre algo enigmático, pero tenía un halo que atraía a todos. La semana
estaba siendo movidita en el hospital y, a pesar de que ya era miércoles,
deseaba con ganas que llegara el fin de semana. Por otra parte, estaba
sorprendida porque Marcelo había cambiado el sonido del despertador por una
suave melodía y, además, porque casi todas las noches soñaba con él.
―Buenas
noches, Marcelo ―saludó Oscar.
―Buenas
noches ―susurró muy cerca de ella.
Paula
cerró los ojos un instante para intentar serenarse después de escuchar su voz
detrás de ella, muy cerca de su oído. Los abrió y sin hacer caso a la mirada
divertida de Oscar, se giró para saludar a su vecino que ahora la desvelaba
apareciendo en sus sueños.
―Hola
―dijo mientras sus ojos volvían a encontrarse y de nuevo algo ocurría entre
ambos.
El
ascensor llegó en esos momentos y ellos se despidieron de Oscar. Entraron y en
el instante que las puertas se cerraron, sintieron la tensión que se había
instalado entre ambos, se miraron sin saber qué decir. De pronto, un movimiento
brusco los asustó al mismo tiempo que el ascensor se detenía.
―¡No,
no y no! ―gritó Paula―. ¡Mierda de ascensor!
―Tranquila,
voy a dar a la alarma.
Al poco
tiempo se escuchó la voz de Oscar:
―¿Estáis
bien?
―Sí,
pero ¿qué ha pasado? ―preguntó Marcelo.
―Una
avería me parece, he llamado a los de mantenimiento así que tened paciencia.
Ambos
se miraron y el lugar pareció cerrarse más alrededor de ellos, era como si las
paredes se estuvieran encogiendo por momentos.
―Mejor
nos sentamos ―propuso Paula y a continuación se dejó caer hasta tocar el suelo
con sus nalgas.
Marcelo
la imitó y así, ambos, se encontraron sentados juntos con las espaldas pegadas
a la pared y sus hombros rozándose.
―Jamás
me encontré en una situación como esta ―confesó Marcelo.
―¿El
qué?, ¿atrapado junto a una loca? ―dijo divertida.
―Algo
así ―afirmó risueño.
―Tienes
una sonrisa muy bonita, lástima que no la muestres muy a menudo.
Se contemplaron
fijamente y, aunque no lo expresaron con palabras, sintieron la atracción fluir
entre ellos con intensidad.
―Reconozco
que soy muy serio, pero la vida es muy dura y la gente es muy hipócrita… no sé,
me he vuelto cauteloso.
―Te
entiendo, las personas pueden llegar a ser muy crueles ―afirmó con
conocimiento.
Marcelo
la empujó juguetón con el hombro, no le gustaba verla así, la prefería
enfurecida, con su carácter a flor de piel.
―Por
cierto, he recibido la invitación a vuestra fiesta… yo, no soy de fiestas,
aunque intentaré pasarme un rato.
Sus
ojos volvieron a encontrarse y, por un segundo, perdieron la capacidad del
habla, a medida que sus rostros se acercaban involuntariamente, la temperatura
a su alrededor iba en ascenso. En el instante que sus labios se tocaron fue
como si se desatara una tormenta. Se abrazaron y besaron con pasión. Se tocaron
desesperados mientras sus lenguas se saboreaban sin contención.
Marcelo
la sujetó por la cintura y la impulsó para subirla sobre su regazo, Paula se
acomodó a horcajadas para poder sentirlo más cerca de su cuerpo. A pesar de las
ropas, sus cuerpos se restregaban en busca de sofocar la pasión, que se había desencadenado
entre los dos con un simple beso.
De
pronto, un movimiento los sacó de la nube sensual en la que estaban flotando.
Miraron la pantalla y notaron que el ascensor empezaba a subir otra vez. Sin
decir palabra se levantaron e intentaron recomponer sus ropas. Luego, se
miraron y empezaron a reír sin saber muy bien el motivo.
Las
puertas se abrieron y, al salir, ninguno comentó nada de lo ocurrido dentro, era
como si no hubiese pasado, se dieron las buenas noches y entraron en sus
respetivos apartamentos.
Paula
se recostó contra la puerta y cerró los ojos, jamás había sentido algo tan
intenso con un simple beso. Suspiró y siguió hacia su habitación, «es una
locura», pensó.
Al
otro lado de la pared, Marcelo aún se preguntaba qué había pasado en ese
ascensor. Estaba confuso, por un lado llevaba días intrigado por su vecina
Nadine, pero ese beso con Paula había sido algo ¿fulminante?, no sabía qué
pensar.
«Al fin viernes», pensó
Jean Carlo mientras bajaba por el ascensor. Iba camino a la discoteca, pero
antes de salir del edificio aprovechó para mirar su buzón.
Al final no lo había mirado la otra noche y los demás días estuvo muy ocupado con su trabajo, además de pasar el mal rato de recibir por mensajería una caja con algunas cosas que tenía en el apartamento de Andreu. No podía negar que lo estaba pasando regular, pero a pesar de ello continuaba con su vida. Con la correspondencia en la mano se marchó hacía su coche y una vez dentro revisó por encima todo lo que había. Como siempre, eran o publicidad o facturas. Una pequeña tarjeta roja llamó su atención, la abrió y leyó su contenido:
Sábado 13, fiesta en casa de Paula, Valeria y Ana, 5º puerta 3, no te la pierdas, te esperamos a partir de las nueve.
Se
quedó extrañado releyendo la invitación, no entendía por qué lo habían
invitado. Jean Carlo recordó, en ese momento, la noche que chocó con Valeria
junto a los buzones, ella llevaba unas tarjetas como esas, lo que no llegaba a
comprender era por qué le había dejado una a él. Recordó a la rubia
despampanante y sonrió pensando en volver a verla. Era una mujer atractiva y
sensual con una figura estilizada, unos ojos de color
chocolate muy expresivos y una boca de lo más apetitosa. Tenía curiosidad por
conocer a sus compañeras y, sobre todo, por conocerla más a ella, así que
decidió aceptar la invitación.
Con
esos pensamientos se fue a trabajar, los viernes eran días de mucho movimiento
en la discoteca. Llegó y saludó a Oscar que estaba como siempre en su puesto.
Las mujeres se le insinuaban y él les sonreía sin alentarlas. A veces pensaba
que era gay, pero tampoco lo había
visto tonteando con ningún hombre.
Entró
y enseguida fue a por una copa, hoy no quería pasarse con la bebida porque
mañana tenía una fiesta y necesitaba estar despejado. Lo primero era avisar que
no vendría después de hacer su trabajo, que no era otro que cerrar negocios que
reportaran más gente bebiendo y bailando.
Con el
paso de las horas la música aumentó en intensidad y el local se abarrotó de
gente. Jean Carlo estaba junto a uno de sus amigos de correrías, Rafa y él
solían pasarlo de maravilla, pero desde que Andreu había entrado en su vida
ellos se habían distanciado.
―No es
por nada Jean, pero me alegro de que no sigas con ese tío. No era bueno para ti
―confesó Rafa―. Por su culpa tú y yo apenas nos hablábamos, y no lo niegues.
―Lo
sé, he sido un gilipollas. No sé… pensé que había más. ―Se quedó callado―. Al
parecer el amor no está hecho para mí ―afirmó.
―No
digas tonterías, el amor llegará cuando tenga que llegar.
―¿Estás
seguro, Rafa?
―Completamente.
Mira, nosotros disfrutamos del buen sexo, no desaprovechamos ninguna
oportunidad que se presente. Ahora, eso no quiere decir que no deseemos
encontrar el amor. Lo que ocurre es que las personas de quienes nos enamoremos
tienen que ser muy especiales, gustarles nuestros juegos y fantasías.
―Pues
eso es algo difícil, sino imposible. Además, a veces cuando aparece ese sentimiento
en vez de facilitar las cosas parece complicarlas más ―musitó ensimismado.
Rafa
lo miraba hasta que alguien detrás de él llamó su atención haciendo que su
expresión cambiara volviéndose adusta.
―Alguien
te busca ―habló en tono serio―. Yo… me voy a por otra copa. ―Se levantó y se
marchó.
Jean
Carlo se giró y se encontró con la mirada oscura de Andreu. Ambos se quedaron
así durante unos minutos sin saber quién de los dos hablaría primero.
―Hola,
Jean. ¿Cómo estás? ―saludó Andreu sentándose junto a él.
―Bien,
¿y tú? ―Lo miró sin inmutarse―. Por cierto, mis cosas llegaron tarde. Te
equivocaste al darles la dirección, no era Paseo de Gracia 23, sino, 13. Menos
mal que les diste mi teléfono.
―Lo
siento, no me di cuenta.
―Me
sorprende verte por aquí ―comentó Jean Carlos, algo incómodo.
―Lo
imagino, pero necesitaba verte y… ―Se acercó más a él―. Quiero que me des otra
oportunidad, yo… te quiero… pero los celos me envenenan.
Sorprendido,
Jean Carlo se quedó mirando esos ojos que parecían arrepentidos y, entonces,
comprendió que él no estaba enamorado. No había nada que rescatar por su parte.
―Lo
siento Andreu, después de que rompieras me di cuenta que por mi parte no había
un sentimiento profundo. Lamento ser así de sincero.
Hundido
se despidió de Jean Carlo deseándole suerte y a continuación se marchó. Rafa
que los había estado observando desde la barra regresó junto a su amigo.
―¿Qué
pasó?
―Me
dijo que me quería y me di cuenta de que yo a él no.
―Entonces
se acabó definitivamente.
―Sí,
se cerró ese capítulo de mi vida.
A
pesar del mal sabor de boca Jean Carlo se sintió al fin liberado. Fue ante todo
honesto consigo mismo. Y como decía su amigo, si el amor estaba por ahí
rondando, ya llegaría.
―Pues
brindemos por un nuevo comienzo ―propuso Rafa.
―Brindemos.
Chocaron
las copas y bebieron mirando la vida pasar frente a ellos, trepidante de
energía y de cuerpos en movimiento que vibraban mientras se dejaban llevar por
el ritmo de la música.
El sábado llegó y pasó en
un abrir y cerrar de ojos. La fiesta había empezado hacía solo una hora y la
gente parecía estar pasándolo muy bien, pero Paula solo podía mirar la puerta
esperando ver llegar a Marcelo. Desde ese beso no habían vuelto a encontrarse,
pero él seguía invadiendo los sueños de ella y cada vez eran unos sueños más y
más húmedos. Para completar, sentía un cosquilleó raro siempre que esos ojos se
clavaban en los suyos. Llevaba todo el día preguntándose si vendría o no
vendría.
―¿Qué
te pasa? Llevas rara todo el día. ―Paula se giró y miró a su amiga―. ¿Acaso esperas
a alguien en especial? ―preguntó Valeria con picardía.
Ana
que estaba cerca de la puerta escuchó el timbre y abrió, en la misma estaba un
hombre que la dejó impactada, y no era precisamente el que Paula esperaba. Con
los ojos abiertos como platos se giró a mirar a sus compañeras preguntándose
quién era ese bombón. Valeria no atinaba a reaccionar, lo miraba sin poder
creer que estuviera ahí.
―¿Valeria,
quién es ese Adonis? ―indagó Paula impresionada.
―Es el
vecino con el que choqué, Jean Carlo. Lo que no entiendo es quién lo invitó.
Ana
después de cruzar un par de palabras con él se acercó a Valeria.
―¡¡Madre
mía!! Val, ese es el vecino buenorro.
―El
mismo. ¿Lo invitaste tú?, confiesa que te conozco.
―¡¡No!!
Qué dices, las invitaciones las repartiste tú. ―Se giraron a devorarlo con la
mirada―. Pero la verdad es que no me importa cómo llegó hasta aquí. Esta para
hincarle el diente por todas partes ―aseveró Ana.
Contemplaron
como el susodicho se dirigió hacia ellas, las miró a las tres. «Eran todas
hermosas, pero muy distintas», afirmó para sí.
Se
acercó y saludó:
―Buenas
noches, chicas. Valeria, quería agradecerte la invitación que me dejaste en el
buzón.
Paula
y Ana la miraron y sonrieron, la muy perra pretendía engañarlas. Por qué no lo
confesó y ya, pensaron las dos.
―Perdona,
pero yo no te deje ninguna invitación ―respondió indignada por las risillas de
sus amigas.
―Pues
alguna de ustedes la dejó ―afirmó al mismo tiempo que sacaba la tarjeta del
bolsillo de su pantalón.
Las
tres se miraron confundidas porque la que se encargó de las invitaciones fue
Valeria y, por la cara que había puesto, al parecer, era verdad que no había
sido ella.
―No lo
entiendo, pero aun así, la verdad es que me alegro que hayas venido ―le dijo
coqueta. Ambos se sonrieron―. Lo primero es presentarte a Paula, y bueno, a Ana
ya la has conocido.
Las
dos devolvieron los saludos y mientras Paula fue a buscarle una copa, Valeria y
Ana coqueteaban con descaro delante del vecino cañón. Valeria se sentía rara y
nerviosa cada vez que él le clavaba la mirada.
En la
cocina, Paula pensaba que sus amigas estaban un poco locas y, por otra parte,
se alegraba de que pusieran sus miras en Jean Carlo y no en Marcelo, lo que no
entendía era el por qué de ese sentimiento de posesividad.
―Hola,
Paula. ―La voz de él la dejó paralizada, estaba justo detrás de ella y podía
sentir el calor de su cuerpo abrazando el suyo.
Con
las manos aún temblorosas se giró dejando la copa a medio hacer.
―Hola.
No pensé que vinieras ―soltó sin más.
Los
ojos ámbar de Marcelo la miraban con intensidad, no había dejado de pensar en
ese beso y estaba muy confundido. Entre el coqueteo con Nadine y ahora la
atracción que había despertado de manera violenta por su vecina, Marcelo sentía
una mezcla rara de sentimientos que parecían estar metidos en una coctelera, de
la cual no sabía lo que iba a salir.
―Sentí
un impulso ―confesó dando un paso más hacia ella―. Algo más fuerte que yo, no
sé, creo que fueron las ganas de volver a verte. ―Agachó su rostro hasta estar
a milímetros de la boca entreabierta de Paula.
―Me
gustan tus impulsos ―susurró sobre sus labios, acariciando con su aliento esa
piel sensible y suave que deseaba volver a saborear.
―¿Solo
mis impulsos, o te gusta algo más? ―Sin esperar la respuesta se dejó llevar de
nuevo por lo que su cuerpo sentía y la besó aprisionándola entre la mesa y él.
Sus
bocas hambrientas se devoraban y sus lenguas sedientas bebían una de la otra.
No sabían cómo había surgido, pero era más fuerte que sus propias voluntades,
era como un tornado arrasando con todo a su paso.
―Paula
y esa co… ¡Ay, perdón! ―exclamó Ana al interrumpir el momento.
Ambos
se separaron algo aturdidos, se miraron y, disculpándose, Marcelo tomó una
cerveza y se dirigió al salón.
―¡Vaya,
vaya con la pantera! ―soltó Ana nada más quedarse las dos solas―, un poco más y
te devora entera. ―Empezó a reír al ver la cara de Paula.
―Déjate
de cachondeo, esto que está pasando es algo que no consigo controlar. Estoy
loca por ese tío, vale ―confesó al fin.
Su
amiga la miró a los ojos y comprendió que era verdad, Paula sentía algo muy
fuerte por ese hombre. «Menos mal que Valeria y ella habían decidido ir a por
Jean Carlo», pensó.
―Una
pregunta, ¿te gusta tanto que no lo compartirías?
―Sí.
Por eso estoy muerta de miedo, porque si no puedo pensar en compartirlo con
otra, es que la cosa es más fuerte y seria que una simple atracción.
―Pues
tía, a por él. Esta buenísimo y, quién sabe, a lo mejor es tu medio pomelo.
―Será
media naranja ―corrigió Paula.
―Para
mí es pomelo, me gusta más. ―Le guiño un ojo con picardía―. Pero dejemos de
hablar y entremos en acción. ―Prepararon la copa de Jean Carlo y ambas se
fueron al salón.
Las
horas pasaron y a partir de las doce la música bajó a un sonido muy suave para
no molestar a los vecinos. Con unas baladas de soul lo que permitía una charla tranquila, los invitados se fueron
sentando en pequeños grupos. Ya quedaban pocas personas, solo un par de amigos
y algunas compañeras de trabajo de Ana y Valeria. De los vecinos se habían
marchado todos menos Marcelo, Jean Carlo, Juanjo y Paco.
Había
un grupo que se estaba divirtiendo con los chistes de Juanjo, sus risas
demostraban que lo estaban pasando muy bien. Pero Paco, de vez en cuando, le
lanzaba miradas asesinas a Jean Carlo que se reía divertido.
―¿De
qué te ríes? ―preguntó Valeria que apenas se había separado de él en toda la
noche.
―De
Paco, si las miradas mataran estarías asistiendo a mi velatorio.
―Por
qué, pero si es un cielo de hombre.
―Ya,
pero como su chico y yo hemos estado coqueteando descaradamente, pues no le
caigo muy bien que digamos.
―¡Eres
gay! ―exclamó incrédula.
―No,
soy bisexual. Me gustan tanto los hombres como las mujeres… me gusta disfrutar
del sexo libre.
Valeria
lo miró cada vez más fascinada por lo que descubría de ese hombre, solo por
imaginárselo con otro y ella observando, su respiración se alteró y su cuerpo
comenzó a excitarse. Jean Carlo la miró y adivinó enseguida la reacción que sus
palabras habían tenido en ella. Ambos se sentían muy atraídos y había un halo
intenso que los rodeaba. Para ser más claros, se había sentido sexualmente
atraído por Valeria y por Ana, pero con Valeria había algo que no sabía
explicar, notaba una intensidad distinta.
―Veo
que no te disgusta la idea ―murmuró de manera sensual acercándose a su boca.
Llevaba toda la noche deseando besarla.
―Al
contrario, me excita mucho ―afirmó insinuante―. Jean Carlo, ¿a qué esperas para
besarme? ―le lanzó sin más.
La
miró y le gustó lo que veía, una mujer decidida que iba a por lo que quería.
Decidió que no la haría esperar más. Se abalanzó sobre ella y empezó a devorar
su boca como un loco, Valeria rodeó con sus brazos su cuello y se entregó a ese
beso. No les importaba si los demás los veían, llevaban toda la noche con ese
coqueteo y ambos lo deseaban. Se soltaron porque se ahogaban y necesitaban
recuperar el aliento. Valeria, desatada, lo cogió de la mano y se lo llevó a su
cuarto, «a la mierda la fiesta», pensó. Ella se montaría la suya privada.
En la
pequeña terraza estaban charlando Paula y Marcelo, habían estado compartiendo
con los demás, pero hacía un rato decidieron tácitamente salir a tomar un poco
de aire. Desde dentro se podía escuchar la suavidad de la voz de Noora Noor y su canción Forget what I said. La noche tranquila
acompañaba la melodía, la brisa suave mecía los cabellos negros de Paula, un
movimiento que tenía hipnotizado a Marcelo. Este, sin contener el impulso de su
mano, cogió un suave rizo ondulado y lo acercó a su nariz. Inspiró con
profundidad y acarició entre sus dedos esa suavidad. Sus ojos se encontraron y
de nuevo ese fuego ardió entre ambos.
―Algo
nos pasa cuando estamos juntos ―dijo suavemente.
―Lo he
notado ―contestó nerviosa sin dejar de mirarlo.
―No sé
que es, solo sé que es muy intenso.
―Yo
tampoco lo sé ―murmuró Paula mojándose el labio inferior con la punta de la
lengua. De pronto sintió que se le había secado la garganta.
Marcelo
soltó su cabello y se giró con la silla hasta quedar frente a ella, abrió sus
piernas y arrastró la silla de Paula para pegarla a la de él. Ella estaba
sentada con las piernas cruzadas a lo indio. Fue como crear una burbuja que los
alejaba de todo. Él apoyó sus brazos en cada uno de los apoyabrazos de la silla
de ella, apresándola entre su cuerpo. Sus miradas atrapadas parecían hablar un
idioma propio.
―¿Y qué
vamos a hacer al respecto? ―preguntó él.
―Dejarnos
llevar o… ―propuso sin dejar de mirar sus ojos―, dejarlo pasar.
―Voto
por la primera opción, dejarnos llevar sin compromisos. Ver a donde nos lleva esta
atracción. ¿Qué me dices? ―indagó mientras su boca se acercaba peligrosamente a
su objetivo.
―Sin
compromisos… dejémonos llevar.
Sus
bocas volvieron a unirse y de nuevo esa explosión los abrazó a ambos. Marcelo
antes de perder el poco control que tenía le pidió:
―Pasa
la noche conmigo, vamos a mi apartamento. Te quiero solo para mí.
Sin
decir más ambos se levantaron, al entrar al salón notaron que apenas quedaban
Juanjo y Paco charlando con Ana. Les desearon buenas noches y se fueron. Ana le
guiñó un ojo a Paula y sonrió encantada, no podía negar que un poco de envidia
tenía; sus amigas se lo estaban montando cada una de fábula con dos pedazos de
monumentos.
―Vecina,
me parece que te han dejado sola esta noche, aunque aquí entre nos… las
entiendo. Chica es que esos dos tíos están para comérselos ―dijo Juanjo riendo.
―No
empieces, Juanjo ―espetó Paco.
―Ay
que sieso eres mi amor, menos mal que en la cama eres un tigre, si no, ya te
hubiese cambiado por otro ―confesó dándole un pico a su chico.
Ana
estalló en carcajadas, le encantaba el desparpajo de Juanjo, era un tío genial
y la seriedad de Paco era el complemento perfecto para su locura.
―Chicos
que les parece si seguimos la fiesta en la discoteca donde trabaja nuestro
chico de mantenimiento, Hysteria se llama. Dicen que está muy bien y yo aún
tengo ganas de fiesta.
―¡Sí!
Es la misma donde trabaja Jean Carlo, él nos dio una tarjeta hace una semana ―contestó
Juanjo.
―No lo
sabía, a nosotras nos dio la tarjeta Oscar ―explicó Ana―. Yo tengo muchas ganas
de conocer ese lugar. ¿Vamos?
―Por
mi sí, ¿qué dices amor? ―Juanjo miró a Paco con una sonrisa.
―Vale,
vamos a seguir divirtiéndonos, pero espero que te comportes.
Los
tres se rieron y Juanjo puso los ojos en blanco. Después de tantos años juntos
no entendía cómo Paco no se daba cuenta de que él era así. Solo era diversión,
nada serio.
―No
encuentro la tarjeta con la dirección, ¿la recuerdan? ―preguntó Ana.
― Yo
sí, sobre todo porque me pareció curioso que estuviera también en el número 13
como este edificio ―explicó Paco mientras salían―. Está en la calle Tuset 13.
― ¡Qué
coincidencia! ―exclamó divertida―. Entonces, ¿llamamos un taxi, chicos?
―Adelante
hermosa dama ―dijo Juanjo haciendo una venia exagerada que los hizo reír.
Luego
mientras bajaban en el ascensor cuchicheaban sobre algunos de sus vecinos más
raros. Salieron al portal y se llevaron un susto al ver abrirse la puerta de la
señora Paulina, la cotilla más grande de todas.
―De fiestita,
no ―comentó seria. Llevaba los rulos y una bata de guatiné―. Por cierto,
vecinos, a ustedes dos quería pillar. A ver si se dejan de besuqueos en las
áreas comunes que la gente no tiene por que aguantarlo.
―Pues
que no miren ―espetó Juanjo molesto.
―No se
preocupe Paulina, intentaremos no molestar la sensibilidad de ciertas personas
―contestó Paco llevándose a un Juanjo indignado―. Buenas noches.
―Buenas
noches, eres un encanto mi niño. Lástima que seas rarito. ―Le sonrió la vecina
mientras los veía marcharse―. ¡Ay! ―suspiró―. Juventud, divino tesoro ―murmuró
para sí al mismo tiempo que entraba en su casa.
6
Nada más entrar en el
apartamento Marcelo se abalanzó sobre Paula y, un enredo de manos y bocas los
llevó al traspié hasta un enorme sofá donde cayeron. Medio vestidos, se comían
a besos y se tocaban con desesperación. Pero lo que más deseaban era sentir el
calor de sus cuerpos fundirse. Las ropas terminaron desperdigadas por el salón,
no veían ni oían nada, solo sentían ese fuego que los devoraba desde dentro,
que amenazaba con incendiar todo a su alrededor.
Cuando
estuvieron desnudos cuerpo con cuerpo, observaron maravillados la diferencia
entre sus dos pieles, una tan blanca y otra tan oscura, era excitante ver ese
contraste. Y como una marea que baja dejando el mar en calma, ambos se
dedicaron a descubrirse. Caricia tras caricia, beso tras beso, fueron
descubriendo lo que más los excitaba, regalándose placer mutuamente.
Paula
observó al detalle la maravillosa erección que tenía frente a sí. Era perfecta,
larga, gruesa y sedosa al tacto. Se besaron entregándose a esa pasión que no
lograban entender, pero que no podían controlar.
Después
de deleitarse en preliminares, Marcelo decidió continuar la fiesta en la
habitación, se incorporó y la cogió por las nalgas haciendo que Paula
envolviera sus piernas alrededor de esa masculina cintura. Sin dejar de besarse
y saborearse llegaron a un cuarto donde predominaba una enorme cama. Marcelo se
dejó caer de espaldas y Paula quedó a horcajadas sobre él.
―En la
mesita hay preservativos. Quiero que me lo pongas tú, deseo sentir tus manos
deslizándolo por mi polla ―susurró mordiéndole los labios.
Ella
siguió sus instrucciones encantada, lo deseaba y ya no quería esperar más.
Gemidos y jadeos se entremezclaban con besos y caricias, Paula se incorporó y
mirándolo a los ojos tomó su pene y fue introduciéndolo despacio en su vagina,
era grande, pero sabía que se acoplaría a la perfección. Así sucedió, ambos
bailaron sincronizados ese delicioso baile, el más antiguo de la humanidad. El
baile de las sensaciones, de la pasión, el placer, y por qué no, el baile de la
magia, porque lo que ambos sentían era sublime.
Unidos
más allá de sus carnes se dejaron absorber por esa onda expansiva que iba
creciendo a cada roce, a cada embestida, a cada vaivén de sus cuerpos. Y de esa
forma, ambos explotaron gritando y aferrándose el uno al otro para compartir el
placer de la experiencia vivida.
Extenuados
se dejaron caer y se acurrucaron compartiendo el calor que sus cuerpos habían
generado. Fue en ese instante en el que los dos comprendieron la diferencia
entre follar y hacer el amor, y eso los dejó aún más confundidos que antes.
Solo que el cansancio venció y los arropó llevándolos a un sueño placentero.
Mientras
la pareja disfrutaba de un descanso, al otro lado de la pared, no muy lejos.
Valeria estaba mirando a un dormido Jean Carlo y se preguntaba qué coño había
pasado. Se levantó despacio, se puso una camiseta y salió a la terraza para
respirar un poco de aire fresco, eran las 2:30 de la mañana y la noche estaba
preciosa. Miraba el cielo y volvía a preguntarse qué era eso que había sentido
con ese bombón. A parte de ser un experto en la cama, no había sido solo sexo
del bueno, no sabría explicarlo, pero había sido algo más.
De
pronto sintió una manos de dedos largos y expertos rodearle la cintura, luego
un cuerpo cálido pegarse a su espalda.
―¿No
puedes dormir, preciosa?
―No,
menos aún con un tío tan bueno como tú en mi cama ―contestó sonriendo.
La
risa ronca y cálida de Jean Carlo la hizo temblar y él la abrazó más fuerte
contra su cuerpo.
―Pues
este tío tiene ganas de jugar otra vez. ―La hizo girar entre sus brazos hasta
tenerla de frente―. Creo que me voy a hacer adicto a ti, Valeria ―murmuró sobre
su boca.
―Yo
también a ti.
Ambos
se entregaron a ese abrazo y se comieron a besos sin reparo, a la vista de
cualquier noctámbulo que se dedicara a espiar por las ventanas.
―Me
encantaría hacer un trío contigo y otra persona, me gusta la variedad en el sexo,
los juegos, las fantasías ―le dijo mientras la desnudaba.
Cogiéndola
por las nalgas se sentó en una de las sillas de la terraza, estaba muy excitado
y no quería esperar. A pesar de la brisa que acariciaba su espalda Valeria
sentía mucho calor, todo su cuerpo ardía.
―¡Pretendes
que follemos aquí! ―Lo miró entre espantada y excitada.
―¿Por
qué no? No te parece morboso imaginar que nos están mirando.
―¡Oh,
sí! ―jadeó al sentir la lengua de Jean Carlo rodear uno de sus pezones y su
boca succionar con fuerza―. ¡Dios! Que lengua tienes, no pares… Jean el
preserva… ¡Ah, sí! ―gimió de gozo.
―En la
mesa, cógelo, amore.
Se
dejaron llevar, la pasión y el morbo del momento los hizo alcanzar un orgasmo
épico. De esos que no se olvidan con facilidad, hasta los ángeles escucharon
sus gritos.
Marcelo desayunaba como
todas las mañanas en su cocina, pero ese día estaba ensimismado pensando en dos
mujeres. En Nadine, porque aparte de intrigarle esa mujer, después de darle
vueltas al asunto de la tarjeta extraviada había pensado que quizás ella la
encontró aquel día en el ascensor. Y luego estaba Paula, esa pequeña fiera que
lo tenía subido a una montaña rusa de sensaciones que solo conseguían
confundirlo más.
Pero
lo primero era subir a casa de Nadine y hablar con ella de frente, además, así
aprovechaba y la conocía un poco más, era una mujer un tanto misteriosa.
Terminó
de desayunar y subió al apartamento de ella; frente a su puerta y a punto de
tocar el timbre la misma se abrió y ante él apareció Nadine, tan efímera como
su nombre.
―¡Qué
casualidad!, iba a buscarte, pasa ―dijo con una sonrisa aflorando a sus labios.
Sin
más comentarios y atraído por esa misteriosa sonrisa Marcelo entró sin recordar
en ese momento a qué había subido ahí.
Dos
plantas más abajo Paula hablaba por teléfono con Sammy, una chica simpática que
vivía en el séptimo piso. Le caía muy bien, era muy espontánea y alegre.
―A ver
Sammy, por qué no viniste el sábado pasado a la fiesta. Nos quedamos esperando.
―Lo
siento Paula, pero no me he encontrado bien. Por eso te llamo, tengo anemia y
me han recetado unas inyecciones de hierro. ¿Podrías ponérmelas tú todos los
días?
―Por
supuesto, cuenta conmigo. Debes cuidarte, creo que no te alimentas
correctamente.
―Ya me
leyó la cartilla el médico. Tú solo dime a qué hora puedes subir.
―En
media hora más o menos, ahora estoy con las mechas que me acaba de poner
Valeria.
―Muy
bien, te espero entonces. ―El silencio se hizo al otro lado de la línea―.
¡Joder con la vecina! Se está montando una fiesta salvaje bien temprano ―comentó
riendo.
―Pero
Sammy, ¿es qué hay hora para un buen polvo? ―indagó muerta de risa Paula.
―Tienes
razón, para eso cualquier hora es buena. Nos vemos en un rato, chau.
Paula
colgó sonriendo, con lo delgadas que eran esas paredes ya se podía imaginar el
concierto que estaba escuchando Sammy en esos momentos.
―¿De
qué te ríes golfa?
―De
Sammy, tiene concierto de sexo con la vecina de al lado.
―Si es
que es el mejor deporte ―afirmó con picardía Valeria.
Se
sentaron en el salón a tomarse un café mientras esperaban que pasara el tiempo
del tinte.
―Por
cierto, estamos a mitad de semana y no me has contado qué tal te fue con la
pantera.
―No
tengo palabras para describirlo y eso me tiene acojonada.
―¡Hostias!
Te has pillado por ese tío ―gritó Valeria.
―No sé
Val, pero si no estoy pillada estoy a punto de estarlo.
―Joder
nena todo un flechazo.
―¿Y tú
con el Adonis? ―preguntó Paula.
―Pues
estoy pilladísima, para qué voy a negarlo.
―Pues
la cosa va de flechazos y nosotras que nos reíamos de eso de Cupido y sus
flechas; hala, toma, a las dos y en pleno centro del corazón. ―Paula cerró los
ojos e inspiró fuerte―. La diferencia es que Jean Carlo te llama y viene todas
las noches a verte, se nota que está loco por ti. En cambio, Marcelo parece que
se asustó y echó el freno.
―Dale
tiempo, cada persona es distinta. Marcelo se ve que no es un hombre de impulsos
aunque contigo los haya tenido, pero yo lo veo de esos que estudia y analiza
todos los pro y los contra.
―Bueno,
no quiero comerme la cabeza pensando. Él dijo sin compromisos la otra noche y
así fue.
―Venga, vamos a quitarte el tinte y a dejarte guapa esa melena.
Le describió con todos los detalles a su amigo lo maravillosa que era su vecinita Valeria.
―Por
lo que me cuentas estás encoñado, Jean Carlo. ―Rafa lo miraba con cara de
guasa.
―Puede
ser, pero es que esa mujer me tiene loco. Es tan desinhibida y le gusta la
aventura tanto como a mí. Estoy loco por hacer un trío con ella, me pongo burro
solo de pensarlo.
―Pues
me alegro tío, de verdad. Parece que esa noche de sábado había algo fluyendo
por el aire.
―¿Por
qué dices eso?
―Porque
yo también conocí a toda una hembra y desde esa noche nos vemos todos los días.
Tengo ganas de presentártela, me gustaría que jugáramos con ella, pero ahora
que estas con Valeria no sé si vas a querer.
―Me
gustaría hablarlo con ella, es que… me pasó algo anoche y aunque fue muy
excitante, después me sentí mal.
―¿Qué
pasó?
―A
ver, me hicieron una proposición de lo más curiosa por decirlo de alguna
manera, pero como soy así y no sé decir que no y, además, era algo muy
atrevido, me lancé de cabeza.
―¡Joder,
cuenta!
―En el
segundo vive una pareja que a primera vista es muy normalita, pero la mujer
tenía una fantasía recurrente que su marido quiso satisfacer.
―Y
cual era esa fantasía, ¿qué la follara otro mientras su marido la miraba?
―No,
ella deseaba ser violada.
―¡No me jodas! ―gritó Rafa―. Y lo hiciste.
―A
ver, yo solo tenía que entrar con un pasamontañas y hacer toda la pantomima de
la violación, pero al final quien la penetró fue su marido. Participé y los vi
follar además de llevarme una gratificación.
―Jean
a ti te pasan unas cosas que yo lo flipo, tío.
―Lo
sé. Será mi encanto natural que los atrae ―dijo riendo a carcajadas.
―Ya,
pero luego te sentiste mal por hacerlo sin Valeria ―afirmó Rafa.
―¡Exacto!,
esa fue mi sorpresa, sentir que debí hacerlo con ella allí, participando o por
lo menos compartiendo el momento. ―Miró a Rafa serio―. Y eso nunca me había
pasado.
―Pues
quiero conocer a ese monumento de mujer.
―La
conocerás, pasado mañana irá a la discoteca con unas amigas.
―¡Perfecto!
Así también conoces a mi muñeca.
―Me
parece que nos tienen amarrados.
―Pues
me gusta ese amarre ―afirmó Rafa―. Ahora déjate de rollos e invítame a algo que
vaya anfitrión estás hecho.
Paula se despidió de Sammy
hasta mañana por la tarde, habían tomado algo después de inyectarla. Y está la
puso al día sobre el concierto sexual de la vecina. Según ella, aparte de
follar, había estado viendo pelis porno hasta hace poco, lo cual dedujo por los
ruidos y las voces que se escuchaban. Le dijo que parecían estar comentándolas,
cosa que les hizo mucha gracia.
Mientras
esperaba a que el ascensor subiera escuchó abrirse una puerta y por inercia se
giró, cuando vio quien salía se quedó lívida por la sorpresa. No podía creer que
el del concierto con la vecina hubiese sido Marcelo. Los vio despedirse con una
sonrisa y a ella cerrar la puerta.
Al
girarse y empezar a caminar hacia el ascensor Marcelo se quedó mirando los ojos
oscuros de Paula y, algo dentro de él se revolvió haciéndolo sentir un
miserable. Siguió caminando y llegó a su lado, no sabía qué decirle, no estaba
acostumbrado a esto. Además, sabía que lo de Nadine solo había sexo, salvaje,
pero solo sexo.
―Hola,
Paula.
―Hola
―contestó sin poder mirarlo a los ojos.
Se sentía
tan mal que solo deseaba desaparecer en ese momento, desintegrarse en el aire a
ser posible. Que ilusa había sido, pensaba que ambos habían sentido lo mismo,
pero no, como él había dicho, solo sexo sin compromiso.
―Paula,
por favor, mírame ―suplicó.
―Para
qué quieres que te mire.
―Quisiera
explicarte lo que pasó con Nadine.
―A mi
no tienes nada que explicarme, no somos nada más que vecinos que se han enrollado
en una noche de copas ―espetó muy seria aunque temblaba por dentro.
El
ascensor abrió sus puertas y Paula supo que no podría bajar con él en ese
espacio tan reducido.
―Espera
Paula, esto no es así de simple.
―Ahórrate
las palabras, me voy ―dijo y se dirigió hacia las escaleras.
―Baja
conmigo ―pidió Marcelo sujetándola por un brazo.
Ella
se revolvió furiosa al sentir el contacto de su piel y se enfrentó a él con los
ojos brillantes de rabia y lágrimas a partes iguales.
―¡Suéltame!,
olvídate de todo, solo fue un rollo, vale. Sigue con tu vida, pero sobre todo
aléjate de mí.
Se fue
corriendo por las escaleras como alma que lleva el diablo, Marcelo se pasó las
manos por el cabello despeinándose. Se sentía frustrado y, sobre todo, sentía
que de alguna manera le había fallado.
«¿Es
que se estaría volviendo loco?», se preguntó entrando en el ascensor. «¿Se
puede uno enamorar en un instante perdido en el tiempo?» Esas y otras preguntas
se hizo en el corto trayecto que tardó en llegar a su casa.
Paula
entró dando un portazo y corrió a su habitación donde se lanzó sobre la cama a
llorar como una idiota. Agradecía que en ese instante no estuvieran ni Valeria
ni Ana. No quería hablar con nadie.
Se
puso boca arriba mirando el techo mientras las lágrimas seguían rodando
traicioneras por su rostro.
―Esto
tiene que ser una epidemia, una enfermedad, nadie puede enamorarse en un
instante ―se dijo en voz alta.
Pero
su corazón latía alocado y al mismo tiempo sufría al recordar la imagen de
Marcelo saliendo de ese apartamento. Paula creía que se había hecho falsas
ilusiones y lo peor era que vivían puerta con puerta, no sabía cómo lo
soportaría.
Entonces
decidió que se iría el resto de la semana al pueblo a ver a sus padres.
Necesitaba tranquilizarse y asimilar que lo de Marcelo y ella solo fue un lío
de una noche. Llamó al hospital y dijo que por una emergencia familiar tenía
que ir a casa de sus padres. Recogió todo lo necesario para cuatro días en un troley y se marchó dejándoles una nota a
las chicas.
El sábado Ana y Valeria se
fueron juntas a la discoteca, habían quedado con Jean Carlo, además de que Ana
lo había pasado genial la otra noche. Llegaron a la entrada y se encontraron
con Oscar que al verlas las saludó y las dejó entrar, a lo que siguieron
protestas de todos los que estaban en la larga cola.
―¡Es
una pasada, Ana!
―Te
dije que te iba a encantar.
Se
adentraron en el local y caminaron buscando a Jean Carlo. Después de unos
minutos lo localizaron en la barra charlando con otro hombre igual de
atractivo.
―Hola,
guapo ―saludó Valeria acercándose a él de manera insinuante.
Este
nada más verla la tomó por la cintura y se la comió a besos.
―¡Ana,
cariño! ¿Conoces a Valeria? ―preguntó Rafa abrazándola.
Amabas
se miraron entre sí y luego volvieron a mirarlos a ellos.
―Ana,
¿este es tu hombre?
―Sí,
pero por lo que veo ellos ya se conocen.
―Dios los
cría y ellos se juntan ―afirmó mirando a esos ejemplares divinos que tenían
ante sí.
―A
ver, recapitulemos chicas ―interrumpió Jean Carlo sin salir de su asombro―. Me
estáis diciendo que el chico de Ana es mi mejor amigo y del que te hablé para
hacer un trío o intercambio de parejas.
Ambas
asintieron risueñas, pero Jean Carlo se quedó espantado pensando que ahora no
podría hacer nada porque Val no lo aceptaría.
―¿Qué
te pasa Jean, no te parece una coincidencia maravillosa? ―preguntó preocupada.
―Esto,
sí, claro… solo que.
Las
dos empezaron a reír al comprender el motivo de su cara.
―Amor,
nosotras hemos compartido parejas, hecho tríos, intercambio y todo lo que nos
ha apetecido. Lo único que tenemos claro es que los juegos son consensuados y
que fuera de ellos cada una con su chico ―explicó Valeria besándolo.
Después
de eso el ambiente se relajó y los cuatro empezaron a divertirse de verdad.
Jean Carlo y Rafa se miraron y se guiñaron un ojo mutuamente, estaban
convencidos de que habían encontrado a su pareja ideal, pero solo el tiempo les
daría la razón.
En un
momento de la noche las chicas fueron al baño. Estaban encantadas con las
atenciones de sus chicos, eran la envidia de todas las lagartas que les
lanzaban miradas asesinas y eso las tenía en una nube.
―¿Has
sabido algo de Paula?
―Nada
más que regresa mañana por la tarde ―contestó Valeria.
―Estoy
segura de que algo pasó con Marcelo ―afirmó Ana.
―Sí,
pero el capullo no quiso soltar prenda. Solo que era algo entre ellos, me dijo.
―Tiene
parte de razón, será mejor esperar y ver si pueden solucionarlo. Se nota que le
dio fuerte a nuestra pequeña ―dijo Ana.
Regresaron
con los chicos y Valeria vio a Jean Carlo hablar con su vecina Mabel, sus ojos
se incendiaron por el ataque de celos que la asaltó de pronto. La mujer se le
estaba insinuando descaradamente, algo que ella no iba a permitir.
Caminó
segura hacia su chico y se plantó frente a ellos.
―Buenas
noches, vecina. ¿Qué casualidad…? ―comentó agarrando el brazo de Jean Carlo.
―Ah,
hola niña, qué tal. Divirtiéndote. ―Mabel la miró de arriba abajo y no dejo
escapar el detalle de cómo se aferraba al hombre del que ella se había
encaprichado.
―Pues
sí, divirtiéndome mucho con unos amigos y mi chico. ¿Y tú, buscando a alguien?
Con
una sonrisa petulante no dejó ver que la habían derrotado. Jean Carlo estaba
embobado mirando a la mujer y Mabel comprendió que no tenía nada que hacer.
―Sí,
buscaba a alguien, pero no ha venido. Sigan pasándolo bien, adiós vecinos.
Se
marchó sin esperar respuesta, Valeria se giró para mirar a Jean Carlo que
aguantaba como podía la risa.
―¿Te
ha hecho gracia? ―inquirió molesta.
―Vamos,
nena. No te enfades, es que disfruté mucho de tus celos y tu territorialidad. Y
puedo decirte que es la primera vez que disfruto de ello. ―La tomó de la
cintura y la besó apasionadamente.
Se
entregaron a ese beso a pesar de la música y de la gente que los rodeaba.
Cuando estaban juntos todo lo demás desaparecía.
Entró en su apartamento y
soltó la maleta, se dirigió al sofá y se dejó caer. El silencio la recibió en
una casa vacía. Algo que la sorprendió siendo un domingo por la mañana. Paula
se quitó los zapatos e hizo un esfuerzo por levantarse y caminar hasta su cama
que la esperaba con ansias. En la orilla del colchón se dejó caer cuan larga
era y cerró los ojos. «Hogar, dulce hogar», pensó antes de quedarse dormida.
Marcelo
como era su costumbre se levantó temprano, estaba desesperado por hablar con
Paula. Había sido un tonto por no obligarla a que lo escuchara, pero no
descansaría hasta que hablaran. De pronto sintió ruidos provenientes de la
habitación de ella.
―Por
fin has regresado. Ahora solo me queda buscar la manera de acercarme a ti ―habló
en voz alta mientras pensaba.
Una
sonrisa genuina apareció en su boca por primera vez en días, caminó decidido
hacía su mesita de noche.
Paula
se removía en sueños aunque estaba muy cansada. En el pueblo tuvo que ayudar a
detener una epidemia de gripe y eso la tuvo trabajando horas y horas durante
esos días.
Un
chirrido incesante la hizo despertar dando un respingo, era el sonido atronador
del despertador de ese capullo. Se levantó echa una furia, no podía creer que
ese imbécil volviera a usar ese aparato del demonio. Es que acaso pensaba
torturarla o vengarse de ella por pasar de él, se dijo mientras caminaba
decidida a cantarle las cuarenta a la pantera. Ya podría ser como una de las
panteras de D.W. Nichols, la
escritora que había descubierto por casualidad y que la tenía atrapada con sus
historias.
Salió
dando un portazo que resonó en todo el edificio, llegó a la puerta de Marcelo y
apoyó el dedo en el timbre con todo su peso volcado en él. Esperaba que se
quedara medio sordo.
Al
momento la puerta se abrió y delante de ella estaba el hombre que continuaba
invadiendo sus sueños noche tras noche. Lo miró con toda la rabia, el deseo y
el amor que él le inspiraba.
―¿Se
puede saber qué te pasa? ―preguntó muy tranquilo, pero deseando abrazarla. Esos
días sin poder verla lo habían hecho admitir lo que aún le costaba creer. Se
había enamorado de ella, así, sin anestesia.
―¡Me
preguntas qué me pasa!, ¿tienes la osadía de preguntarme qué me pasa? Me pasas
tú, tu maldito despertador, tus ojos, tu nada de compromisos, eso es lo que me
pasa. Quiero poder vivir tranquila otra vez y para eso tengo que sacarte de mi
cabeza ―soltó sin pesar, dejó salir todo lo que llevaba dentro y luego abrió
los ojos espantada al darse cuenta de lo que había hecho.
Marcelo
sonrió al escuchar toda esa diatriba dirigida hacia él, sabía que estaba dolida
y celosa, pero se encargaría de hacerla entender que a partir de ese momento y
hasta que los astros y la tierra quisieran, ella sería la única.
―Mejor
entras y hablamos sin curiosos. Que en este edificio hay muchos cotillas.
―No
tengo nada que hablar contigo solo advertirte que dejes de usar ese maldito
despertador. ―Se giró y al llegar a su puerta resopló, luego y se dio de
cabezazos contra la misma.
―¿Se
puede saber que haces? ―preguntó Marcelo que la había seguido.
―Me
dejé las llaves dentro por tu culpa ―contestó sin fuerzas―. Ahora tendré que
quedarme aquí esperando a que lleguen las chicas, si es que llegan.
―Paula,
por favor, ven a mi casa. Tenemos que hablar. ―Ella se giró y lo miró a los
ojos―. ¿Es que no merezco la oportunidad de explicarme?
Sin
fuerzas para resistirse ella asintió, se sentía vacía después de soltar lo que
llevaba dentro. Marcelo la tomó de la mano y tiró de ella, ambos entraron en
silencio y una vez que cerró la puerta solo atinó a estrecharla entre sus
brazos.
Eso la
sorprendió con la guardia baja y de sus ojos escaparon lágrimas que arrastraban
una mezcla de sentimientos que no sabía explicar.
Se
encaminaron al salón y una vez sentados Marcelo habló:
―Paula,
cuando pasó lo de Nadine, yo aún no había podido asimilar lo que sucedió entre
tú y yo. Llevaba intrigado por esa mujer días y habíamos tenido unos encuentros
fortuitos con mucha tensión sexual. ―Se masajeó la nuca nervioso―. Cuando subí
a su piso no era con la idea de acostarme con ella. Solo quería saber si había
encontrado una micro tarjeta SD que había perdido, y como recordé que nos
habíamos cruzado en el ascensor el mismo día que la perdí, pensé que quizás
ella la tenía.
―¿Y la
tenía? ―preguntó Paula serena.
―Sí, y
había visto su contenido y… eso fue lo que no sé cómo, nos llevo a acostarnos
juntos. Estoy seguro que ella tampoco lo tenía tan claro. A lo mejor fue la
excitación de lo que se encontró y la imaginación voló libre excitando nuestros
sentidos.
―¿Qué
tiene la tarjeta? ―indagó con curiosidad.
―Videos
sexuales caseros, la mayoría, en algunos salgo yo. ―Observó como los ojos de
Paula se abrían asombrados―. Me gusta mirar, grabar mientras mantienen sexo y
luego ver las películas, me pone mucho más que una porno artificial.
―¡Joder,
Marcelo! Nunca lo hubiese imaginado de ti ―soltó, incrédula.
―Lo
sé, parezco un tío aburrido y serio, pero como verás las apariencias engañan.
―Ya, y
claro, ella estaría caliente y la cosa se fue de madre. Lo entiendo, son cosas
que pasan ―dijo tratando de quitarle hierro al asunto.
―No
voy a negar que pasó, pero tampoco voy a decirte que fue igual de intenso que
lo que compartimos. Fue solo sexo y con ello esa tensión se desvaneció. ―Se
levantó y se acuclilló frente a ella―. Paula no puedo prometerte nada, no me
gusta prometer lo que no sé si puedo cumplir. Pero lo que siento cuando estoy
contigo es tan fuerte que quiero vivirlo, no quiero dejar pasar esto. ¿Lo
intentamos?, ¿nos dejamos llevar por estos sentimientos?
Ella miró
esos ojos ámbar que poblaban sus sueños y sus deseos, sintió la fuerza de su
pasión envolviéndola y supo que no podía dejar pasar la oportunidad de amar
intensamente.
Se
lanzó a sus brazos haciéndolo perder el equilibrio, ambos cayeron al suelo
entre un amasijo de piernas y brazos. Besos desesperados, caricias intensas y
la pasión que siempre los encendía prendió y, solo pudieron dejarse llevar por
ella.
Un par
de horas más tarde, tumbados en la cama y saciados, se acariciaban
lánguidamente disfrutando de esa sensación de plenitud que llegaba después de
hacer el amor.
―Marcelo.
―Dime.
―¿Puedo
pedirte algo?
―¿El
qué?
―Ver
esas películas porno que tienes grabadas.
Marcelo
se incorporó un poco para mirarla a los ojos y se encontró con esos dos pozos
negros que brillaban picaros y su sonrisa lo desarmó.
―Solo
de pensar en verlos contigo me estoy poniendo cachondo.
―Pues
aprovechemos el momento ―dijo abrazándolo y besándolo con pasión y mucho amor.
Tres meses después…
El alboroto en portal hizo
que Paulina se asomara a la mirilla, al reconocer a las personas que hablaban y
reían abrió la puerta y salió a saludar. Vestía su desgastada bata de guatiné y
sus eternos rulos.
―Hola
parejitas, qué, ¿se van de fiesta?
―Hola
doña Paulina ―contestó Paula―. ¿Qué hace aún despierta a estas horas?
―Ay
niña, con la edad el sueño se aleja y la noche se hace eterna.
―Pues
tómese un vaso de leche templada con miel y acuéstese.
―Eres
la más encantadora de este edificio, sí señor. ―afirmó la anciana emocionada―.
Gracias preciosa, ve y disfruta de tu salida y, sobre todo, cuida a ese chico
guapo.
Los
demás la saludaron y se marcharon riendo abrazados, tres parejas que en poco
tiempo habían unido sus vidas, ojalá que fuera para siempre. Paulina como buena
romántica adoraba los finales felices.
De
repente una sombra la sobresaltó.
―¿Quién
anda ahí? ―preguntó con voz trémula.
―Soy
yo, Oscar, doña Paulina.
―¡Muchacho!,
casi me matas de un susto ―lo regañó llevándose una mano al pecho―. Ven,
acercarte, hoy no trabajas en esa discoteca.
―Hoy
es mi día de descanso.
―Muy
bien, pero por qué no sales con alguien a divertirte, eres joven y solo te veo
trabajar. ¿Es que no te diviertes, hijo?
―Yo me
divierto de otras maneras, señora ―susurró con una mirada enigmática.
―Que
chico más raro eres. Por cierto, no has notado que parece como si tuviéramos
una epidemia en el edificio.
―¿Epidemia?
―Sí,
en estos meses ha brotado el amor como si de la primavera se tratara. Fíjate en
los que se acaban de marchar. Las tres chicas del 5º; ahora, la enfermera vive
con el mulato, y las otras dos comparten el piso con esos dos chicos guapos de
los que no se separan. Y a saber que más comparten, que esta juventud de hoy en
día está muy pervertida ―cuchicheó Paulina.
―Pues
que mejor epidemia que esa, ¿no cree?
―Sí,
hijo, mejor esa que otra. Solo que a esta vieja le cuesta aceptar ciertas
cosas. En mi época todo era diferente.
―Cada
época tiene su encanto particular, señora ―afirmó Oscar.
―Por
cierto, aquí entre nos, aunque muchos piensen que estoy tarumba, yo siento que
este edificio está envuelto por un ente misterioso. Hay algo extraño
rondándonos. ¿Tú no has sentido nada raro?
―Puede
ser, pero quizás sea algo bueno… ¿no cree? ―sonrió Oscar enigmático―. Buenas
noches doña Paulina, descanse tranquila que todo está bajo control ―dijo y se
marchó guiñándole un ojo.
La
anciana abrió los ojos de manera desorbitada al ver asomar unas alas por la
espalda del chico de mantenimiento, después, como en trance entró en su piso,
cerró la puerta y al meterse en su cama ya había olvidado lo que había visto.
En su habitación,
Oscar pensaba que aún le quedaba algún que otro trabajo para poder emprender
viaje hacía otros horizontes… ¿A quién le tocaría esta vez? Sus ojos brillaron
en la oscuridad de la noche mientras elegía a sus próximas víctimas.
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