Como en casa

Mi blog vio la luz, el día 18 de octubre de 2012... Y vuelve a renacer hoy 13 de febrero de 2023. Espero que cuando me visiten se sientan como en casa, con la confianza de opinar sobre cualquier post, artículo o reseña. Se aceptan comentarios, correcciones y críticas siempre que sean escritas con educación, espero alimentarme de ustedes y viceversa. Creo en el continuo aprendizaje... aprendamos juntos.

sábado, 11 de marzo de 2023

Amores, desamores y otros males...

 

En 2015, a un grupo de escritoras y esta servidora se nos ocurrió un experimento, escribir un libro en el que los vecinos de una comunidad serían los protagonistas. Entre todas estructuramos el perfecto edificio y introducimos un personaje que conectaba todo... Así empezó todo y nació 13 Flechas:

Eros tiene ganas de jugar. Su destino, una peculiar comunidad de vecinos en la que nadie estará a salvo de ser alcanzado por una de sus flechas. ¿Lograrán escapar de ellas? Historias entrelazadas con un denominador común que conseguirán que disfrutes, te enamores y quieras que el pequeño dios te alcance a ti también. Cuidado, va armado y es peligroso.



Aquí dejo la historia que escribí... espero que la disfruten.

Una noche muy larga y aburrida la de este sábado en la ciudad condal. Estoy buscando diversión, pero no encuentro nada que me estimule. Seguramente se estarán preguntando ¿Quién es?, una respuesta complicada… yo soy ese por el que muchos están deseando recibir una flecha en su corazón, pero aquí en la tierra se me conoce como Oscar.

A primera vista soy un hombre normal, guapo, alto, rubio y con una sonrisa misteriosa, de esas que dicen, sé algo que tú no sabes. No esperen ver alas o corazones… voy camuflado para pasar desapercibido.

Esta noche de sábado, estoy en la terraza comunitaria que hay en la última planta del edificio donde ejerzo de chico de mantenimiento, una tapadera para buscar víctimas, esas que suspirarán por alguien cuando yo lo decida. Ya he emparejado a unas cuantas… pero mi misión es repartir el amor allá por donde vaya.

 La noche esta estrellada, el cielo claro y limpio de nubes, una noche perfecta para el amor… pero ¿A quién lanzarle mis flechas?

Alguien viene caminando por la acera en dirección al portal, es la vecina del 5º, Paula, la auxiliar de enfermería que comparte apartamento con dos amigas, Ana y Valeria. Por lo que veo, le ha tocado otra noche de guardia en el hospital. De pronto, sin apartar la mirada de su figura, mis ojos se encienden entusiasmados al recordar al vecino madrugador. Empiezo a sonreír porque he encontrado con quién divertirme, ¿y si esa madrugada hago una travesura?, ¿a que vosotros también queréis divertiros?

Dice el refrán: Hay amores que matan, o ese otro que dice: Del odio al amor solo hay un paso, pues acompañadme a ver cómo empieza el juego y, ya metidos en faena, pensaré en algo para las compañeras de piso.


 Era domingo por la mañana y un sonido estridente despertó a Paula, quien maldijo en voz baja. «Solo eran las 6:30 de la mañana, qué narices haría el vecino a esa hora tan inhumana», pensó dando vueltas en la cama. No era la primera vez que ese idiota la despertaba y estaba harta de aguantar callada. Acababa de quedarse dormida después de un turno de guardia horrible, no era justo, ahora no lograría conciliar el sueño.

Definitivamente tenía que hablar con sus compañeras y ver cuál de las dos se apiadaba de ella, y aceptaba cambiarle el cuarto, sino, terminaría teniendo un rifirrafe con su vecino.

Cabreada, se levantó de mala gana, sabía que no sería capaz de pegar ojo por muy cansada que estuviera. Se dirigió al baño y se metió furibunda en la ducha, necesitaba refrescarse. Después, fue a la cocina a tomarse un vaso de zumo mientras iba pensando en varias torturas a las que sometería con muchas ganas al cretino de al lado.

Sus amigas dormían a pata suelta, algo normal que haría cualquier persona un domingo a esas horas. Entró de nuevo en su habitación y miró con odio la pared que la separaba de ese insensible. De pronto una idea iluminó sus ojos y, sonriendo para sí, pensó… «Donde las dan, las toman.»

Marcelo estaba muy relajado sentado en su cocina mientras desayunaba como hacía todos los días. Era un hombre muy minucioso al que le encantaba el orden, y sobre todo, aprovechar las horas desde muy temprano. El silencio de las mañanas era su momento favorito del día, en el que su mente trabajaba mejor. De repente, pegó un respingo que lo hizo atragantarse con el café que estaba bebiendo. Una música atronadora venía del apartamento de al lado. Incrédulo miró el reloj que tenía en la pared de la cocina que marcaba las 7:00 de la mañana.

—¡¿Qué loco pone ese volumen a estas horas?! ―exclamó en voz alta.

Sonaba a toda voz la canción Beautiful day de U2.

«Su hermoso día se estaba yendo a la mierda», pensó Marcelo con ironía.

―¿Cuál de las tres locas será? ―habló para sí mismo. Estaba poniéndose de mal humor a medida que el ruido era más estridente. Se levantó cabreado―. Se van a enterar esas ―bramó furioso, algo muy raro en él.

En un impulso poco frecuente, se levantó, cogió sus llaves y se dirigió a hablar con las piradas que vivían en el apartamento vecino.

―¡Paula, te has vuelto loca! ―gritó Valeria saliendo de la habitación―. Baja esa música, joder.

―Ahora lo hago, solo unos minutos más, es un regalito para nuestro vecino madrugador y su puto despertador.

―Otra vez te ha despertado, ¿pero este tío a dónde va un domingo a estas horas?

―Sí, otra vez. Y he tenido un turno de mierda, estoy agotada y cabreada.

―¿Por qué no hablas con él?

En ese momento sonó el timbre de la puerta, ambas se giraron a la vez y luego volvieron a mirarse.

―Me parece que tienes visita, vendrá a darte las gracias por el regalito ―murmuró riendo Valeria―. Me voy a seguir durmiendo. Que te sea leve.

Paula apagó la música y fue como una flecha hacia la puerta, la abrió y se encontró con un hombre bastante cabreado, además de estar buenísimo.

―Perdona, ¿crees que es normal poner la música a ese volumen un domingo a estas horas? ―preguntó con brusquedad.

―Sí, tan normal como poner el despertador a las seis y media de la mañana y joderle el sueño a la gente ―replicó igual de irascible.

Marcelo se quedó callado observando a esa pequeña fiera. Sus ojos brillaban debido a la rabia que despedían, era bajita y rellenita, pero bien proporcionada, voluptuosa, como solían gustarle. Pero en ese momento, ella no le gustaba ni un pelo.

―Lamento si mi despertador perturbó tu sueño, no tengo la culpa de que estas paredes sean de papel, aun así, no hay comparación.

―A que jode, ¿verdad? Pues imagínate llegar a las seis de la mañana de trabajar y cuando estás en el primer sueño, te despierta un chirrido esperpéntico como el que emite tu despertador. ¿No podrías cambiarlo?, usar una música más suave, tu móvil con una canción o algo mejor que ese cacareo irritante.

―¡No voy a cambiar mi despertador!, si tienes problemas usa tapones para tus oídos, guapa ―respondió irónico, clavando sus ojos color ámbar en ella.

―¡Pues muchas gracias por nada, imbécil! ―gritó cerrándole la puerta en las narices.

Marcelo se quedó mirando como un tonto la puerta. Le acababan de cerrar la misma en todo la cara, bufó indignado y dando media vuelta regresó a su casa; al entrar, cerró dando un portazo para desahogar de alguna manera la furia que bullía en su interior.

―¡Qué se ha creído esa loca del demonio! ―gritó, algo insólito en él, un hombre más bien tranquilo y conciliador.

En el pasillo, el chico de mantenimiento había presenciado con una sonrisa maliciosa toda la escena, estaba claro que se iba a divertir mucho con esos dos.

Paula se tumbó en el sofá intentando calmar la rabia que corría espesa por sus venas. Ese cretino se había ofendido, y además, le daba igual si la molestaba o no. Estaba decidida a hablar con la propietaria del apartamento y pedirle que pusiera una queja formal a la comunidad. Se iba a enterar el vecinito de cómo se las gastaba ella. Eso, unido a que se le había estropeado el plan del fin de semana por culpa de esa guardia, la tenía de muy mala leche.

Junto con Elva, su vecina del 6º y su amiga Lucía la del 4º, había pensado escaparse a un hotel de la costa y pasar dos días de relax disfrutando de la playa y de un buen libro, de esos que estaban llenos de historias de amor. Pero todo se fue al garete al tener que hacer una suplencia.

Cerró los ojos e intentó relajarse y descansar un poco, había empezado mal ese domingo, a ver cómo lo terminaba. Su respiración se fue ralentizando y su cuerpo, poco a poco, fue perdiendo la tensión mientras el sueño se apoderaba de su mente y la llevaba a los brazos de Morfeo.

Unos ojos color ámbar, brillantes e intensos invadieron su descanso. Unas manos de dedos largos y oscuros se acercaban a su rostro buscando tocar su piel clara. Él avanzaba con calma hacía ella, sin dejar de mirarla, haciendo que su temperatura corporal subiera a cada paso que lo acercaba a su cuerpo. Un jadeo involuntario salió de entre sus labios y una excitación ya conocida recorrió su piel. Lo deseaba, con la misma intensidad que, ¿lo odiaba?

Se removió entre sueños y cuando estaba a punto de sentir esos labios tocar su boca, se despertó asustada.

―¡Mierda!, lo que me faltaba es que ahora invada mi descanso, joder, ¿pero qué hago soñando con él? ―exclamó incorporándose en el sofá. Miró el reloj y se sorprendió de ver que ya eran las nueve y media de la mañana.

―Buenos días, no quise despertarte porque parecía que estabas disfrutando de tu sueño ―dijo Valeria risueña.

―Joder, pero si estaba soñando que el vecino me acechaba para besarme.

―Pues ya me gustaría que ese espécimen me besara y mucho más. ¿A ti no? ―Sus ojos brillaban con picardía.

―Ese imbécil estará muy bueno, pero es un mal educado.

―Dejando lo del despertador a parte, no me dirás que no está como un tren. Esa piel oscura y esos ojos ámbar… parece una pantera.

―¿Quién es una pantera? ―preguntó Ana que acababa de llegar.

―¿De dónde vienes, golfa? ―soltó Paula riendo.

―De pasar la noche con dos macizos de escándalo. Me duele todo el cuerpo, pero valió la pena ―contestó sentándose en el sofá junto a Paula―. A ver, no se hagan las locas y cuéntenme quién es la pantera.

―El vecino de al lado, el del despertador ―contestó Valeria―. Nuestra Paula estaba soñando con él.

Ana se giró para mirar a Paula y sonrió con malicia mientras esperaba que soltara todo con pelos y señales.

―Vamos, cuenta, cuenta.

―Que te cuente Val, yo me voy a desayunar que tengo hambre y estoy cansada, y todo es por culpa de la pantera ―espetó mientras se dirigía a la cocina.

Valeria la puso al día de lo sucedido esa mañana y Ana se partía de risa mientras escuchaba.

―¡Paula! Y digo yo, ¿por qué no intentamos ligarnos a la pantera como se llame? ―propuso Ana―. Ese negro esta para echarle más de un polvo ―afirmó.

En la cocina Paula se detuvo pensativa, y por primera vez, no le hizo gracia la propuesta de su amiga, no quería que ellas se lo ligaran. «¿Por qué no?», se preguntó. Las tres habían compartido parejas, habían hecho tríos y todo lo que les apetecía. Nunca habían tenido problemas con ello, pero a Paula imaginar al vecino tocándolas y besándolas, le revolvió el estómago.

―¿Se puede saber qué me pasa? ―murmuró para sí.


 2

Agotado y sin poder descansar Jean Carlo daba vueltas en su cama. Desde hacía una semana se sentía muy solo. Nunca pensó que Andreu terminara la relación, ellos estaban bien juntos. «¿Por qué todo tuvo que cambiar? ¿Por qué los sentimientos complicaron una relación estupenda?», se preguntó mientras se dejaba llevar por los recuerdos.

Todo a la mierda por un polvo. Andreu sabía de sus gustos, él era bisexual, le encantaban los hombres y las mujeres, ¿por qué no pudo entenderlo? Le gustaba jugar, el morbo, lo prohibido. Al principio parecía que los dos compartían los mismos gustos menos el tema mujeres. Andreu era gay, no le gustaban las mujeres y cuando decidieron probar a ser pareja, la cosa empeoró. Los celos y la desconfianza fueron minando una relación que antes era ideal. La bomba explotó la semana pasada en la discoteca…

Estaba tomando una copa mientras charlaba en la puerta con Oscar, que casualmente, era el que hacía el mantenimiento del edificio donde vivía desde hacía pocos meses. Un tío curioso, pero simpático. Atraía a las mujeres al local y eso era bueno para el negocio. Esa noche estaba una vecina esperando para entrar, Mabel, una mujer muy sexual y atractiva. Iba con un par de amigas y al reconocerlo se acercó a él.

―Hola vecino, ¿no me digas que trabajas aquí? ―dijo sonriente―. Y tú me suenas, ¿nos conocemos de algo? ―preguntó dirigiéndose a Oscar.

―Hola, Mabel. Sí, este es mi lugar de trabajo y él es el chico de mantenimiento del edificio ―contestó Jean Carlo.

―¡Claro!, perdona Oscar, sabía que te conocía, pero no recordaba de dónde. Y no me extraña, es que menudo cambio, guapo. De usar ropa de trabajo y gorra, a traje de chaqueta y corbata. ―lo miró de manera insinuante.

―Buenas noches, señorita Mabel. No te preocupes, entiendo que no me asociaras. ―La miró intensamente haciendo que ella bajara la mirada.

―Oscar, las voy a acompañar dentro ―avisó Jean Carlo.

El portero los miró avanzar y captó la mirada de un hombre clavada en Jean Carlo, estaba celoso y eso le era conveniente para sus planes. Hoy movería ficha y haría desaparecer a Andreu de la vida de Jean Carlo, por la sencilla razón de que tenía otros planes para él.

Esa noche Mabel lo puso a mil coqueteando de forma descarada y rozándose con él mientras bailaba, logrando que se la llevara al privado que tenía siempre reservado. Andreu los pilló follando, lo que desató sus celos y acabó con una relación que ya duraba más de dos años. Aunque no vivían juntos, si que pasaban muchos días y noches en casa de uno u otro, solo que Jean Carlo no llegó a decidirse a dar el paso, otro tema que aumentó los conflictos entre ambos.

Ahora estaba otra vez solo y era libre para disfrutar de todo lo que quisiera, pero se sentía raro. No entendía por qué todo tuvo que cambiar, él nunca había ocultado sus gustos, ambos habían participado hasta en algunos tríos con otro hombre u otra mujer, pero de pronto, Andreu, de la noche a la mañana ya no quería compartir nada.

―¡Qué se vaya a la mierda! ―exclamó en voz alta.

Se levantó y decidió que la vida era corta para estar sufriendo por quien no lo merecía, y como le dijo anoche Oscar, las cosas ocurrían por algo.

Se duchó, desayunó, —aunque ya era tarde— y decidió que saldría a visitar a su madre.

«Qué mejor que recibir los mimos de mamá para sentirte querido», se dijo mientras salía de su apartamento.

Las puertas del ascensor se abrieron en la planta baja y Jean Carlo se encontró con los vecinos de 2º, Juanjo y Paco.

―Hola chicos, ¿qué tal el domingo? ―saludó sonriendo.

―Normal. A ti no hace falta preguntarte, se te ve muy bien ―contestó coqueto, Juanjo.

―A ti también. ―Le guiñó un ojo Jean Carlo―. Perdonar, pero no recuerdo vuestros nombres.

―Yo soy Juanjo y este serio de mi derecha es Paco, mi pareja.

―Hola ―saludó Paco con mala cara.

―Pues, nada chicos, si alguna noche quieren divertirse vayan a Hysteria y pregunten por mí.

―¡No me digas que trabajas allí! Es un sitio genial según me han contado ―exclamó Juanjo encantado.

―Pues cuando quieras estás invitado, perdón…los dos estáis invitados ―se corrigió al instante.

Se despidieron y Paco entró al ascensor con Juanjo detrás, nada más cerrarse las puertas ambos se miraron de frente.

―¿Por qué has sido tan grosero, Paco?

―¡Y tú, por qué eres tan descarado! ―exclamó.

―He sido simpático, no descarado.

―A otro con ese cuento; estabais coqueteando en mi cara.

―Esos celos tuyos me ponen como una moto, cariño ―le dijo acercándose a Paco.

―No cambies de tema, Juanjo.

―Calla tonto, ha sido un coqueteo sin importancia. ―Lo cogió por la nuca y le dio un beso que los dejó sin aire a los dos.

Las puertas del ascensor se abrieron y al separarse se encontraron con una pareja mayor que se quedó mirándolos con la boca abierta. Saludaron y salieron con rapidez. Entraron en su apartamento y se empezaron a reír al recordar la cara de la pareja.

―¿Quiénes serían? ―preguntó Juanjo.

―Los padres de alguno de nuestros vecinos.

―Se fueron horrorizados. ¡Ya verás el cotilleo! ―comentó riendo Juanjo―. Pero a lo que iba, me has puesto como una moto, así que… ven aquí cielo mío. ―Se lanzó a sus brazos y ambos se perdieron el uno en el otro.

Al llegar al bajo, la pareja salió del ascensor y se cruzó con la vecina cotilla, doña Paulina. Esta venía de sacar a su perro de paseo.

―Hola, ¿visitando a la familia? ―saludó mirando la cara blanca de la mujer―. ¡¿Qué le ocurre?! ―exclamó preocupada.

―Ha sido la impresión del momento ―contestó el marido.

―¿Impresión?

―Es que nos hemos topado con dos hombres en el ascensor y… estaban besándose en la boca ―susurró.

Paulina abrió los ojos espantada, pero enseguida supo a quiénes se referían.

―Se refieren a Paco y Juanjo del segundo piso puerta tres. Son gays, viven juntos, pero son buenos chicos a pesar de ser raritos ―explicó Paulina―. Por qué no pasan y le doy una infusión a su señora para que recupere el color ―invitó con ganas de cotillear.

―Acepto, muchas gracias ―contestó el hombre aún espantado.


 3

Cabreado como nunca y preocupado, Marcelo regresó tarde a su apartamento. Había perdido una micro tarjeta SD con unos vídeos un poco comprometidos, en realidad, si no fuera porque salía en algunos de esos videos no le importaría haberla extraviado. «A ver en qué manos caía y si no terminaba saliendo en las redes sociales o en youtube», se decía.

«Vaya día que llevaba», pensó mientras subía en el ascensor. Lo que más temía era haberla perdido en el edificio y que algún vecino la encontrara y descubriera así, que le gustaba grabar a gente follando y, además, participar también en algunos de esos encuentros.

Las puertas del ascensor se abrieron al llegar a su piso y Marcelo sin prestar atención, salió deprisa chocando contra alguien. Con reflejos rápidos sujetó a la persona que se estrelló contra su pecho. Inspiró fuerte y el aroma intenso de un perfume penetró en sus fosas nasales aturdiéndolo momentáneamente, hasta que escuchó esa voz.

―¡Por qué no miras por dónde vas! ―gritó Paula furiosa al darse cuenta de quién era.

Marcelo la soltó y se la quedó observando aún aturdido por ese olor. Paula miró esos ojos ámbar y recordó el sueño. Por un instante, ambos se quedaron, como estatuas, contemplándose sin decir nada.

―Lo siento, estaba distraído ―habló Marcelo.

―Vale, no ha pasado nada, ha sido más el susto ―contestó sin dejar de mirar sus ojos―. Por cierto, ¿cómo te llamas?

―Marcelo, y ahora que estoy más tranquilo quiero pedirte disculpas por mi actitud de esta mañana. No sabía que se escuchaba tanto el sonido del despertador.

―La verdad es que te pasaste un poco. Yo solo pretendía devolverte una pizca de lo mismo.

―Tienes razón, perdona mis palabras de antes ―afirmó Marcelo apreciando esos ojos negros tan expresivos―. No me has dicho tu nombre.

―Paula ―murmuró hipnotizada.

―Prometo no molestarte con el despertador, Paula.

―Gracias. ―Se giró para entrar en el ascensor, pero Marcelo la detuvo.

―Creo que esto es tuyo. ―Le tendió la bolsa de basura que acababa de recoger del suelo.

Sus dedos se tocaron y saltaron unas chispas que los hicieron dar un respingo, fue como la electricidad estática que se siente al tocar algo. Volvieron a mirarse extrañados y, medio aturdidos, se despidieron. Un poco apartado y sin que lo vieran, Oscar sonreía al ver el efecto que un par de flechas bien lanzadas podía tener en las personas.

Al entrar en su piso, Marcelo aún se preguntaba confuso qué era lo que había pasado en el pasillo. Sin llegar a comprenderlo negó con la cabeza restándole importancia y optó por no darle más vueltas a esa locura transitoria, decidió que lo mejor era despajarse con una buena ducha.

Al rato Paula entró en el apartamento todavía ofuscada, no sabía muy bien que había pasado con el vecino, pero era como si lo viera por primera vez.

―¿Qué te pasa?, parece que has visto una aparición ―dijo Ana―, no te habrá estado contando Paulina otra de sus historias sobre que aquí viven seres de otro planeta ―comentó riendo.

―No pasó nada, tonterías mías. ¿Qué hacéis vosotras?

―Pues estamos organizando una pequeña fiesta para el sábado que viene, ¿no tienes guardia, verdad? ―respondió Ana.

―No, ese fin de semana libro.

―¡Perfecto! ―gritó Valeria―. Vamos a poner en el buzón de nuestro vecino una invitación. Se llama Marcelo, lo he mirado. Y también vamos a invitar a Juanjo, Paco, Elva, Lucía y Sammy. A los demás apenas los conocemos.

―¿Y por qué al vecino?, a él tampoco lo conocemos.

―Para limar asperezas, Paula ―aclaró con una sonrisa socarrona Ana.

―¿Qué estáis tramando?

―Bueno, en la fiesta vamos a intentar ligarnos a Marcelo. A ver quién se lo lleva primero a la cama… aunque quizás le gusten los tríos, nunca se sabe ―insinuó divertida Valeria.

―No sé, se le ve muy serio ―comentó Paula como si nada.

―No será que lo quieres para ti sola ―soltó Ana.

―¡Que tonterías dices! Haced lo que queráis, pero ya veremos quién se lo lleva al huerto. ―Las miró disimulando, pero en el fondo se sentía molesta―. Me voy a duchar. ―Se levantó y se fue al baño.

―A Paula le pasa algo y no sé por qué, pero creo que es nuestro vecino, la pantera ―susurró Valeria a Ana.

―Me parece que la fiesta va a ser muy interesante.

Las dos empezaron a reír mientras iban a preparar la cena.


 4

Jean Carlo sonrió a ver el WhatsApp que le había mandado Mabel la vecina del quinto. Esa mujer era pura dinamita y lo estaba invitando para montarse una fiesta privada en su piso.

«¿Por qué no?», se preguntó. Se detuvo para mirar su buzón cuando Oscar lo distrajo, se saludaron y, Jean Carlo sin mirar dio un paso hacía los buzones tropezando con Valeria, lo que provocó que se le cayesen las tarjetas que llevaba en la mano.

Los tres se agacharon a recogerlas y ninguno se percató de que Oscar se guardaba una, que al momento deslizó sutilmente en el buzón del Jean Carlo.

―Perdona mi torpeza ―pidió él cuando se incorporaron.

Valeria se había quedado pasmada; frente a ella tenía un espécimen de anuncio de revista. Alto, moreno, con unos ojos de un azul intenso en los que te perdías, unas facciones perfiladas y como colofón una sonrisa que quitaba el aliento.

―Tranquilo, no pasa nada ―consiguió decir.

―No te conozco, ¿en qué piso vives? ―La escaneó minuciosamente con la mirada.

―Vivo en el quinto, puerta tres ―murmuró.

―Pues yo en el noveno, puerta uno. Para lo que necesites estoy a tú entera disposición, encanto. ―Se despidió con guiño y subió sin abrir su buzón, no le gustaba hacer esperar a las mujeres y había una muy ardiente, esperando.

―¿Estás bien? ―preguntó Oscar a Valeria.

―Sí, si… no te preocupes guapo. Por cierto, quieres venir a nuestra fiesta el próximo sábado por la noche ―lo invitó.

―Bueno, si puedo me paso, es que trabajo en una discoteca por las noches. Toma una tarjeta para que tú y tus amigas vengáis a tomaros una copa.

―Gracias y buenas noches. ―Se despidió y metió las invitaciones en los buzones, cuando le quedaba el último se dio cuenta de que le faltaba una tarjeta y por más que la buscó no la encontró. Al final, decidió que llamaría a la vecina y la invitaría directamente.

Subió, entró a su piso y todavía obnubilada les contó a las chicas el encuentro con el Adonis del noveno.

―¿Tan bueno esta? ―exclamó Ana.

―Más, te garantizo que hacía mucho que un hombre no me dejaba sin palabras.

―¡Joder, quiero conocerlo!

―Pues subes y le pides azúcar o sal.

―Muy graciosa Paula, seguro que no se da cuenta.

―Bueno chicas, yo me voy a la cama que mañana empieza la semana y yo tengo mucho curro ―dijo Paula y se fue a dormir.

―La semana no ha pasado y ya quiero que sea sábado ―exclamó Ana.

―Y yo. Por cierto, podríamos ir alguna noche a tomar algo a este sitio. ―Valeria le dio la tarjeta y le contó su conversación con Oscar.

―Ese hombre es misterioso y esta buenísimo; pero no cae en las insinuaciones y mira que me le he insinuado ―dijo Ana riendo.

―Sí, es un poco retraído, aunque su mirada parece leerte hasta el rincón más oscuro del alma ―afirmó Valeria.

―A ver si va a ser él ese ser misterioso del que tanto habla Paulina.

Las dos empezaron a reír a carcajadas solo de imaginar que Oscar fuera un ente de otro planeta.

 

Mientras esperaba a que el ascensor llegase a la planta baja, Paula charlaba con el simpático de Oscar, era un hombre algo enigmático, pero tenía un halo que atraía a todos. La semana estaba siendo movidita en el hospital y, a pesar de que ya era miércoles, deseaba con ganas que llegara el fin de semana. Por otra parte, estaba sorprendida porque Marcelo había cambiado el sonido del despertador por una suave melodía y, además, porque casi todas las noches soñaba con él.

―Buenas noches, Marcelo ―saludó Oscar.

―Buenas noches ―susurró muy cerca de ella.

Paula cerró los ojos un instante para intentar serenarse después de escuchar su voz detrás de ella, muy cerca de su oído. Los abrió y sin hacer caso a la mirada divertida de Oscar, se giró para saludar a su vecino que ahora la desvelaba apareciendo en sus sueños.

―Hola ―dijo mientras sus ojos volvían a encontrarse y de nuevo algo ocurría entre ambos.

El ascensor llegó en esos momentos y ellos se despidieron de Oscar. Entraron y en el instante que las puertas se cerraron, sintieron la tensión que se había instalado entre ambos, se miraron sin saber qué decir. De pronto, un movimiento brusco los asustó al mismo tiempo que el ascensor se detenía.

―¡No, no y no! ―gritó Paula―. ¡Mierda de ascensor!

―Tranquila, voy a dar a la alarma.

Al poco tiempo se escuchó la voz de Oscar:

―¿Estáis bien?

―Sí, pero ¿qué ha pasado? ―preguntó Marcelo.

―Una avería me parece, he llamado a los de mantenimiento así que tened paciencia.

Ambos se miraron y el lugar pareció cerrarse más alrededor de ellos, era como si las paredes se estuvieran encogiendo por momentos.

―Mejor nos sentamos ―propuso Paula y a continuación se dejó caer hasta tocar el suelo con sus nalgas.

Marcelo la imitó y así, ambos, se encontraron sentados juntos con las espaldas pegadas a la pared y sus hombros rozándose.

―Jamás me encontré en una situación como esta ―confesó Marcelo.

―¿El qué?, ¿atrapado junto a una loca? ―dijo divertida.

―Algo así ―afirmó risueño.

―Tienes una sonrisa muy bonita, lástima que no la muestres muy a menudo.

Se contemplaron fijamente y, aunque no lo expresaron con palabras, sintieron la atracción fluir entre ellos con intensidad.

―Reconozco que soy muy serio, pero la vida es muy dura y la gente es muy hipócrita… no sé, me he vuelto cauteloso.

―Te entiendo, las personas pueden llegar a ser muy crueles ―afirmó con conocimiento.

Marcelo la empujó juguetón con el hombro, no le gustaba verla así, la prefería enfurecida, con su carácter a flor de piel.

―Por cierto, he recibido la invitación a vuestra fiesta… yo, no soy de fiestas, aunque intentaré pasarme un rato.

Sus ojos volvieron a encontrarse y, por un segundo, perdieron la capacidad del habla, a medida que sus rostros se acercaban involuntariamente, la temperatura a su alrededor iba en ascenso. En el instante que sus labios se tocaron fue como si se desatara una tormenta. Se abrazaron y besaron con pasión. Se tocaron desesperados mientras sus lenguas se saboreaban sin contención.

Marcelo la sujetó por la cintura y la impulsó para subirla sobre su regazo, Paula se acomodó a horcajadas para poder sentirlo más cerca de su cuerpo. A pesar de las ropas, sus cuerpos se restregaban en busca de sofocar la pasión, que se había desencadenado entre los dos con un simple beso.

De pronto, un movimiento los sacó de la nube sensual en la que estaban flotando. Miraron la pantalla y notaron que el ascensor empezaba a subir otra vez. Sin decir palabra se levantaron e intentaron recomponer sus ropas. Luego, se miraron y empezaron a reír sin saber muy bien el motivo.

Las puertas se abrieron y, al salir, ninguno comentó nada de lo ocurrido dentro, era como si no hubiese pasado, se dieron las buenas noches y entraron en sus respetivos apartamentos.

Paula se recostó contra la puerta y cerró los ojos, jamás había sentido algo tan intenso con un simple beso. Suspiró y siguió hacia su habitación, «es una locura», pensó.

Al otro lado de la pared, Marcelo aún se preguntaba qué había pasado en ese ascensor. Estaba confuso, por un lado llevaba días intrigado por su vecina Nadine, pero ese beso con Paula había sido algo ¿fulminante?, no sabía qué pensar.


 5

«Al fin viernes», pensó Jean Carlo mientras bajaba por el ascensor. Iba camino a la discoteca, pero antes de salir del edificio aprovechó para mirar su buzón.

Al final no lo había mirado la otra noche y los demás días estuvo muy ocupado con su trabajo, además de pasar el mal rato de recibir por mensajería una caja con algunas cosas que tenía en el apartamento de Andreu. No podía negar que lo estaba pasando regular, pero a pesar de ello continuaba con su vida. Con la correspondencia en la mano se marchó hacía su coche y una vez dentro revisó por encima todo lo que había. Como siempre, eran o publicidad o facturas. Una pequeña tarjeta roja llamó su atención, la abrió y leyó su contenido:

Sábado 13, fiesta en casa de Paula, Valeria y Ana, 5º puerta 3, no te la pierdas, te esperamos a partir de las nueve.

Se quedó extrañado releyendo la invitación, no entendía por qué lo habían invitado. Jean Carlo recordó, en ese momento, la noche que chocó con Valeria junto a los buzones, ella llevaba unas tarjetas como esas, lo que no llegaba a comprender era por qué le había dejado una a él. Recordó a la rubia despampanante y sonrió pensando en volver a verla. Era una mujer atractiva y sensual con una figura estilizada, unos ojos de color chocolate muy expresivos y una boca de lo más apetitosa. Tenía curiosidad por conocer a sus compañeras y, sobre todo, por conocerla más a ella, así que decidió aceptar la invitación.

Con esos pensamientos se fue a trabajar, los viernes eran días de mucho movimiento en la discoteca. Llegó y saludó a Oscar que estaba como siempre en su puesto. Las mujeres se le insinuaban y él les sonreía sin alentarlas. A veces pensaba que era gay, pero tampoco lo había visto tonteando con ningún hombre.

Entró y enseguida fue a por una copa, hoy no quería pasarse con la bebida porque mañana tenía una fiesta y necesitaba estar despejado. Lo primero era avisar que no vendría después de hacer su trabajo, que no era otro que cerrar negocios que reportaran más gente bebiendo y bailando.

Con el paso de las horas la música aumentó en intensidad y el local se abarrotó de gente. Jean Carlo estaba junto a uno de sus amigos de correrías, Rafa y él solían pasarlo de maravilla, pero desde que Andreu había entrado en su vida ellos se habían distanciado.

―No es por nada Jean, pero me alegro de que no sigas con ese tío. No era bueno para ti ―confesó Rafa―. Por su culpa tú y yo apenas nos hablábamos, y no lo niegues.

―Lo sé, he sido un gilipollas. No sé… pensé que había más. ―Se quedó callado―. Al parecer el amor no está hecho para mí ―afirmó.

―No digas tonterías, el amor llegará cuando tenga que llegar.

―¿Estás seguro, Rafa?

―Completamente. Mira, nosotros disfrutamos del buen sexo, no desaprovechamos ninguna oportunidad que se presente. Ahora, eso no quiere decir que no deseemos encontrar el amor. Lo que ocurre es que las personas de quienes nos enamoremos tienen que ser muy especiales, gustarles nuestros juegos y fantasías.

―Pues eso es algo difícil, sino imposible. Además, a veces cuando aparece ese sentimiento en vez de facilitar las cosas parece complicarlas más ―musitó ensimismado.

Rafa lo miraba hasta que alguien detrás de él llamó su atención haciendo que su expresión cambiara volviéndose adusta.

―Alguien te busca ―habló en tono serio―. Yo… me voy a por otra copa. ―Se levantó y se marchó.

Jean Carlo se giró y se encontró con la mirada oscura de Andreu. Ambos se quedaron así durante unos minutos sin saber quién de los dos hablaría primero.

―Hola, Jean. ¿Cómo estás? ―saludó Andreu sentándose junto a él.

―Bien, ¿y tú? ―Lo miró sin inmutarse―. Por cierto, mis cosas llegaron tarde. Te equivocaste al darles la dirección, no era Paseo de Gracia 23, sino, 13. Menos mal que les diste mi teléfono.

―Lo siento, no me di cuenta.

―Me sorprende verte por aquí ―comentó Jean Carlos, algo incómodo.

―Lo imagino, pero necesitaba verte y… ―Se acercó más a él―. Quiero que me des otra oportunidad, yo… te quiero… pero los celos me envenenan.

Sorprendido, Jean Carlo se quedó mirando esos ojos que parecían arrepentidos y, entonces, comprendió que él no estaba enamorado. No había nada que rescatar por su parte.

―Lo siento Andreu, después de que rompieras me di cuenta que por mi parte no había un sentimiento profundo. Lamento ser así de sincero.

Hundido se despidió de Jean Carlo deseándole suerte y a continuación se marchó. Rafa que los había estado observando desde la barra regresó junto a su amigo.

―¿Qué pasó?

―Me dijo que me quería y me di cuenta de que yo a él no.

―Entonces se acabó definitivamente.

―Sí, se cerró ese capítulo de mi vida.

A pesar del mal sabor de boca Jean Carlo se sintió al fin liberado. Fue ante todo honesto consigo mismo. Y como decía su amigo, si el amor estaba por ahí rondando, ya llegaría.

―Pues brindemos por un nuevo comienzo ―propuso Rafa.

―Brindemos.

Chocaron las copas y bebieron mirando la vida pasar frente a ellos, trepidante de energía y de cuerpos en movimiento que vibraban mientras se dejaban llevar por el ritmo de la música.

 

El sábado llegó y pasó en un abrir y cerrar de ojos. La fiesta había empezado hacía solo una hora y la gente parecía estar pasándolo muy bien, pero Paula solo podía mirar la puerta esperando ver llegar a Marcelo. Desde ese beso no habían vuelto a encontrarse, pero él seguía invadiendo los sueños de ella y cada vez eran unos sueños más y más húmedos. Para completar, sentía un cosquilleó raro siempre que esos ojos se clavaban en los suyos. Llevaba todo el día preguntándose si vendría o no vendría.

―¿Qué te pasa? Llevas rara todo el día. ―Paula se giró y miró a su amiga―. ¿Acaso esperas a alguien en especial? ―preguntó Valeria con picardía.

Ana que estaba cerca de la puerta escuchó el timbre y abrió, en la misma estaba un hombre que la dejó impactada, y no era precisamente el que Paula esperaba. Con los ojos abiertos como platos se giró a mirar a sus compañeras preguntándose quién era ese bombón. Valeria no atinaba a reaccionar, lo miraba sin poder creer que estuviera ahí.

―¿Valeria, quién es ese Adonis? ―indagó Paula impresionada.

―Es el vecino con el que choqué, Jean Carlo. Lo que no entiendo es quién lo invitó.

Ana después de cruzar un par de palabras con él se acercó a Valeria.

―¡¡Madre mía!! Val, ese es el vecino buenorro.

―El mismo. ¿Lo invitaste tú?, confiesa que te conozco.

―¡¡No!! Qué dices, las invitaciones las repartiste tú. ―Se giraron a devorarlo con la mirada―. Pero la verdad es que no me importa cómo llegó hasta aquí. Esta para hincarle el diente por todas partes ―aseveró Ana.

Contemplaron como el susodicho se dirigió hacia ellas, las miró a las tres. «Eran todas hermosas, pero muy distintas», afirmó para sí.

Se acercó y saludó:

―Buenas noches, chicas. Valeria, quería agradecerte la invitación que me dejaste en el buzón.

Paula y Ana la miraron y sonrieron, la muy perra pretendía engañarlas. Por qué no lo confesó y ya, pensaron las dos.

―Perdona, pero yo no te deje ninguna invitación ―respondió indignada por las risillas de sus amigas.

―Pues alguna de ustedes la dejó ―afirmó al mismo tiempo que sacaba la tarjeta del bolsillo de su pantalón.

Las tres se miraron confundidas porque la que se encargó de las invitaciones fue Valeria y, por la cara que había puesto, al parecer, era verdad que no había sido ella.

―No lo entiendo, pero aun así, la verdad es que me alegro que hayas venido ―le dijo coqueta. Ambos se sonrieron―. Lo primero es presentarte a Paula, y bueno, a Ana ya la has conocido.

Las dos devolvieron los saludos y mientras Paula fue a buscarle una copa, Valeria y Ana coqueteaban con descaro delante del vecino cañón. Valeria se sentía rara y nerviosa cada vez que él le clavaba la mirada.

En la cocina, Paula pensaba que sus amigas estaban un poco locas y, por otra parte, se alegraba de que pusieran sus miras en Jean Carlo y no en Marcelo, lo que no entendía era el por qué de ese sentimiento de posesividad.

―Hola, Paula. ―La voz de él la dejó paralizada, estaba justo detrás de ella y podía sentir el calor de su cuerpo abrazando el suyo.

Con las manos aún temblorosas se giró dejando la copa a medio hacer.

―Hola. No pensé que vinieras ―soltó sin más.

Los ojos ámbar de Marcelo la miraban con intensidad, no había dejado de pensar en ese beso y estaba muy confundido. Entre el coqueteo con Nadine y ahora la atracción que había despertado de manera violenta por su vecina, Marcelo sentía una mezcla rara de sentimientos que parecían estar metidos en una coctelera, de la cual no sabía lo que iba a salir.

―Sentí un impulso ―confesó dando un paso más hacia ella―. Algo más fuerte que yo, no sé, creo que fueron las ganas de volver a verte. ―Agachó su rostro hasta estar a milímetros de la boca entreabierta de Paula.

―Me gustan tus impulsos ―susurró sobre sus labios, acariciando con su aliento esa piel sensible y suave que deseaba volver a saborear.

―¿Solo mis impulsos, o te gusta algo más? ―Sin esperar la respuesta se dejó llevar de nuevo por lo que su cuerpo sentía y la besó aprisionándola entre la mesa y él.

Sus bocas hambrientas se devoraban y sus lenguas sedientas bebían una de la otra. No sabían cómo había surgido, pero era más fuerte que sus propias voluntades, era como un tornado arrasando con todo a su paso.

―Paula y esa co… ¡Ay, perdón! ―exclamó Ana al interrumpir el momento.

Ambos se separaron algo aturdidos, se miraron y, disculpándose, Marcelo tomó una cerveza y se dirigió al salón.

―¡Vaya, vaya con la pantera! ―soltó Ana nada más quedarse las dos solas―, un poco más y te devora entera. ―Empezó a reír al ver la cara de Paula.

―Déjate de cachondeo, esto que está pasando es algo que no consigo controlar. Estoy loca por ese tío, vale ―confesó al fin.

Su amiga la miró a los ojos y comprendió que era verdad, Paula sentía algo muy fuerte por ese hombre. «Menos mal que Valeria y ella habían decidido ir a por Jean Carlo», pensó.

―Una pregunta, ¿te gusta tanto que no lo compartirías?

―Sí. Por eso estoy muerta de miedo, porque si no puedo pensar en compartirlo con otra, es que la cosa es más fuerte y seria que una simple atracción.

―Pues tía, a por él. Esta buenísimo y, quién sabe, a lo mejor es tu medio pomelo.

―Será media naranja ―corrigió Paula.

―Para mí es pomelo, me gusta más. ―Le guiño un ojo con picardía―. Pero dejemos de hablar y entremos en acción. ―Prepararon la copa de Jean Carlo y ambas se fueron al salón.

Las horas pasaron y a partir de las doce la música bajó a un sonido muy suave para no molestar a los vecinos. Con unas baladas de soul lo que permitía una charla tranquila, los invitados se fueron sentando en pequeños grupos. Ya quedaban pocas personas, solo un par de amigos y algunas compañeras de trabajo de Ana y Valeria. De los vecinos se habían marchado todos menos Marcelo, Jean Carlo, Juanjo y Paco.

Había un grupo que se estaba divirtiendo con los chistes de Juanjo, sus risas demostraban que lo estaban pasando muy bien. Pero Paco, de vez en cuando, le lanzaba miradas asesinas a Jean Carlo que se reía divertido.

―¿De qué te ríes? ―preguntó Valeria que apenas se había separado de él en toda la noche.

―De Paco, si las miradas mataran estarías asistiendo a mi velatorio.

―Por qué, pero si es un cielo de hombre.

―Ya, pero como su chico y yo hemos estado coqueteando descaradamente, pues no le caigo muy bien que digamos.

―¡Eres gay! ―exclamó incrédula.

―No, soy bisexual. Me gustan tanto los hombres como las mujeres… me gusta disfrutar del sexo libre.

Valeria lo miró cada vez más fascinada por lo que descubría de ese hombre, solo por imaginárselo con otro y ella observando, su respiración se alteró y su cuerpo comenzó a excitarse. Jean Carlo la miró y adivinó enseguida la reacción que sus palabras habían tenido en ella. Ambos se sentían muy atraídos y había un halo intenso que los rodeaba. Para ser más claros, se había sentido sexualmente atraído por Valeria y por Ana, pero con Valeria había algo que no sabía explicar, notaba una intensidad distinta.

―Veo que no te disgusta la idea ―murmuró de manera sensual acercándose a su boca. Llevaba toda la noche deseando besarla.

―Al contrario, me excita mucho ―afirmó insinuante―. Jean Carlo, ¿a qué esperas para besarme? ―le lanzó sin más.

La miró y le gustó lo que veía, una mujer decidida que iba a por lo que quería. Decidió que no la haría esperar más. Se abalanzó sobre ella y empezó a devorar su boca como un loco, Valeria rodeó con sus brazos su cuello y se entregó a ese beso. No les importaba si los demás los veían, llevaban toda la noche con ese coqueteo y ambos lo deseaban. Se soltaron porque se ahogaban y necesitaban recuperar el aliento. Valeria, desatada, lo cogió de la mano y se lo llevó a su cuarto, «a la mierda la fiesta», pensó. Ella se montaría la suya privada.

En la pequeña terraza estaban charlando Paula y Marcelo, habían estado compartiendo con los demás, pero hacía un rato decidieron tácitamente salir a tomar un poco de aire. Desde dentro se podía escuchar la suavidad de la voz de Noora Noor y su canción Forget what I said. La noche tranquila acompañaba la melodía, la brisa suave mecía los cabellos negros de Paula, un movimiento que tenía hipnotizado a Marcelo. Este, sin contener el impulso de su mano, cogió un suave rizo ondulado y lo acercó a su nariz. Inspiró con profundidad y acarició entre sus dedos esa suavidad. Sus ojos se encontraron y de nuevo ese fuego ardió entre ambos.

―Algo nos pasa cuando estamos juntos ―dijo suavemente.

―Lo he notado ―contestó nerviosa sin dejar de mirarlo.

―No sé que es, solo sé que es muy intenso.

―Yo tampoco lo sé ―murmuró Paula mojándose el labio inferior con la punta de la lengua. De pronto sintió que se le había secado la garganta.

Marcelo soltó su cabello y se giró con la silla hasta quedar frente a ella, abrió sus piernas y arrastró la silla de Paula para pegarla a la de él. Ella estaba sentada con las piernas cruzadas a lo indio. Fue como crear una burbuja que los alejaba de todo. Él apoyó sus brazos en cada uno de los apoyabrazos de la silla de ella, apresándola entre su cuerpo. Sus miradas atrapadas parecían hablar un idioma propio.

―¿Y qué vamos a hacer al respecto? ―preguntó él.

―Dejarnos llevar o… ―propuso sin dejar de mirar sus ojos―, dejarlo pasar.

―Voto por la primera opción, dejarnos llevar sin compromisos. Ver a donde nos lleva esta atracción. ¿Qué me dices? ―indagó mientras su boca se acercaba peligrosamente a su objetivo.

―Sin compromisos… dejémonos llevar.

Sus bocas volvieron a unirse y de nuevo esa explosión los abrazó a ambos. Marcelo antes de perder el poco control que tenía le pidió:

―Pasa la noche conmigo, vamos a mi apartamento. Te quiero solo para mí.

Sin decir más ambos se levantaron, al entrar al salón notaron que apenas quedaban Juanjo y Paco charlando con Ana. Les desearon buenas noches y se fueron. Ana le guiñó un ojo a Paula y sonrió encantada, no podía negar que un poco de envidia tenía; sus amigas se lo estaban montando cada una de fábula con dos pedazos de monumentos.

―Vecina, me parece que te han dejado sola esta noche, aunque aquí entre nos… las entiendo. Chica es que esos dos tíos están para comérselos ―dijo Juanjo riendo.

―No empieces, Juanjo ―espetó Paco.

―Ay que sieso eres mi amor, menos mal que en la cama eres un tigre, si no, ya te hubiese cambiado por otro ―confesó dándole un pico a su chico.

Ana estalló en carcajadas, le encantaba el desparpajo de Juanjo, era un tío genial y la seriedad de Paco era el complemento perfecto para su locura.

―Chicos que les parece si seguimos la fiesta en la discoteca donde trabaja nuestro chico de mantenimiento, Hysteria se llama. Dicen que está muy bien y yo aún tengo ganas de fiesta.

―¡Sí! Es la misma donde trabaja Jean Carlo, él nos dio una tarjeta hace una semana ―contestó Juanjo.

―No lo sabía, a nosotras nos dio la tarjeta Oscar ―explicó Ana―. Yo tengo muchas ganas de conocer ese lugar. ¿Vamos?

―Por mi sí, ¿qué dices amor? ―Juanjo miró a Paco con una sonrisa.

―Vale, vamos a seguir divirtiéndonos, pero espero que te comportes.

Los tres se rieron y Juanjo puso los ojos en blanco. Después de tantos años juntos no entendía cómo Paco no se daba cuenta de que él era así. Solo era diversión, nada serio.

―No encuentro la tarjeta con la dirección, ¿la recuerdan? ―preguntó Ana.

― Yo sí, sobre todo porque me pareció curioso que estuviera también en el número 13 como este edificio ―explicó Paco mientras salían―. Está en la calle Tuset 13.

― ¡Qué coincidencia! ―exclamó divertida―. Entonces, ¿llamamos un taxi, chicos?

―Adelante hermosa dama ―dijo Juanjo haciendo una venia exagerada que los hizo reír.

Luego mientras bajaban en el ascensor cuchicheaban sobre algunos de sus vecinos más raros. Salieron al portal y se llevaron un susto al ver abrirse la puerta de la señora Paulina, la cotilla más grande de todas.

―De fiestita, no ―comentó seria. Llevaba los rulos y una bata de guatiné―. Por cierto, vecinos, a ustedes dos quería pillar. A ver si se dejan de besuqueos en las áreas comunes que la gente no tiene por que aguantarlo.

―Pues que no miren ―espetó Juanjo molesto.

―No se preocupe Paulina, intentaremos no molestar la sensibilidad de ciertas personas ―contestó Paco llevándose a un Juanjo indignado―. Buenas noches.

―Buenas noches, eres un encanto mi niño. Lástima que seas rarito. ―Le sonrió la vecina mientras los veía marcharse―. ¡Ay! ―suspiró―. Juventud, divino tesoro ―murmuró para sí al mismo tiempo que entraba en su casa.


 6

Nada más entrar en el apartamento Marcelo se abalanzó sobre Paula y, un enredo de manos y bocas los llevó al traspié hasta un enorme sofá donde cayeron. Medio vestidos, se comían a besos y se tocaban con desesperación. Pero lo que más deseaban era sentir el calor de sus cuerpos fundirse. Las ropas terminaron desperdigadas por el salón, no veían ni oían nada, solo sentían ese fuego que los devoraba desde dentro, que amenazaba con incendiar todo a su alrededor.

Cuando estuvieron desnudos cuerpo con cuerpo, observaron maravillados la diferencia entre sus dos pieles, una tan blanca y otra tan oscura, era excitante ver ese contraste. Y como una marea que baja dejando el mar en calma, ambos se dedicaron a descubrirse. Caricia tras caricia, beso tras beso, fueron descubriendo lo que más los excitaba, regalándose placer mutuamente.

Paula observó al detalle la maravillosa erección que tenía frente a sí. Era perfecta, larga, gruesa y sedosa al tacto. Se besaron entregándose a esa pasión que no lograban entender, pero que no podían controlar.

Después de deleitarse en preliminares, Marcelo decidió continuar la fiesta en la habitación, se incorporó y la cogió por las nalgas haciendo que Paula envolviera sus piernas alrededor de esa masculina cintura. Sin dejar de besarse y saborearse llegaron a un cuarto donde predominaba una enorme cama. Marcelo se dejó caer de espaldas y Paula quedó a horcajadas sobre él.

―En la mesita hay preservativos. Quiero que me lo pongas tú, deseo sentir tus manos deslizándolo por mi polla ―susurró mordiéndole los labios.

Ella siguió sus instrucciones encantada, lo deseaba y ya no quería esperar más. Gemidos y jadeos se entremezclaban con besos y caricias, Paula se incorporó y mirándolo a los ojos tomó su pene y fue introduciéndolo despacio en su vagina, era grande, pero sabía que se acoplaría a la perfección. Así sucedió, ambos bailaron sincronizados ese delicioso baile, el más antiguo de la humanidad. El baile de las sensaciones, de la pasión, el placer, y por qué no, el baile de la magia, porque lo que ambos sentían era sublime.

Unidos más allá de sus carnes se dejaron absorber por esa onda expansiva que iba creciendo a cada roce, a cada embestida, a cada vaivén de sus cuerpos. Y de esa forma, ambos explotaron gritando y aferrándose el uno al otro para compartir el placer de la experiencia vivida.

Extenuados se dejaron caer y se acurrucaron compartiendo el calor que sus cuerpos habían generado. Fue en ese instante en el que los dos comprendieron la diferencia entre follar y hacer el amor, y eso los dejó aún más confundidos que antes. Solo que el cansancio venció y los arropó llevándolos a un sueño placentero.

Mientras la pareja disfrutaba de un descanso, al otro lado de la pared, no muy lejos. Valeria estaba mirando a un dormido Jean Carlo y se preguntaba qué coño había pasado. Se levantó despacio, se puso una camiseta y salió a la terraza para respirar un poco de aire fresco, eran las 2:30 de la mañana y la noche estaba preciosa. Miraba el cielo y volvía a preguntarse qué era eso que había sentido con ese bombón. A parte de ser un experto en la cama, no había sido solo sexo del bueno, no sabría explicarlo, pero había sido algo más.

De pronto sintió una manos de dedos largos y expertos rodearle la cintura, luego un cuerpo cálido pegarse a su espalda.

―¿No puedes dormir, preciosa?

―No, menos aún con un tío tan bueno como tú en mi cama ―contestó sonriendo.

La risa ronca y cálida de Jean Carlo la hizo temblar y él la abrazó más fuerte contra su cuerpo.

―Pues este tío tiene ganas de jugar otra vez. ―La hizo girar entre sus brazos hasta tenerla de frente―. Creo que me voy a hacer adicto a ti, Valeria ―murmuró sobre su boca.

―Yo también a ti.

Ambos se entregaron a ese abrazo y se comieron a besos sin reparo, a la vista de cualquier noctámbulo que se dedicara a espiar por las ventanas.

―Me encantaría hacer un trío contigo y otra persona, me gusta la variedad en el sexo, los juegos, las fantasías ―le dijo mientras la desnudaba.

Cogiéndola por las nalgas se sentó en una de las sillas de la terraza, estaba muy excitado y no quería esperar. A pesar de la brisa que acariciaba su espalda Valeria sentía mucho calor, todo su cuerpo ardía.

―¡Pretendes que follemos aquí! ―Lo miró entre espantada y excitada.

―¿Por qué no? No te parece morboso imaginar que nos están mirando.

―¡Oh, sí! ―jadeó al sentir la lengua de Jean Carlo rodear uno de sus pezones y su boca succionar con fuerza―. ¡Dios! Que lengua tienes, no pares… Jean el preserva… ¡Ah, sí! ―gimió de gozo.

―En la mesa, cógelo, amore.

Se dejaron llevar, la pasión y el morbo del momento los hizo alcanzar un orgasmo épico. De esos que no se olvidan con facilidad, hasta los ángeles escucharon sus gritos.

 

Marcelo desayunaba como todas las mañanas en su cocina, pero ese día estaba ensimismado pensando en dos mujeres. En Nadine, porque aparte de intrigarle esa mujer, después de darle vueltas al asunto de la tarjeta extraviada había pensado que quizás ella la encontró aquel día en el ascensor. Y luego estaba Paula, esa pequeña fiera que lo tenía subido a una montaña rusa de sensaciones que solo conseguían confundirlo más.

Pero lo primero era subir a casa de Nadine y hablar con ella de frente, además, así aprovechaba y la conocía un poco más, era una mujer un tanto misteriosa.

Terminó de desayunar y subió al apartamento de ella; frente a su puerta y a punto de tocar el timbre la misma se abrió y ante él apareció Nadine, tan efímera como su nombre.

―¡Qué casualidad!, iba a buscarte, pasa ―dijo con una sonrisa aflorando a sus labios.

Sin más comentarios y atraído por esa misteriosa sonrisa Marcelo entró sin recordar en ese momento a qué había subido ahí.

Dos plantas más abajo Paula hablaba por teléfono con Sammy, una chica simpática que vivía en el séptimo piso. Le caía muy bien, era muy espontánea y alegre.

―A ver Sammy, por qué no viniste el sábado pasado a la fiesta. Nos quedamos esperando.

―Lo siento Paula, pero no me he encontrado bien. Por eso te llamo, tengo anemia y me han recetado unas inyecciones de hierro. ¿Podrías ponérmelas tú todos los días?

―Por supuesto, cuenta conmigo. Debes cuidarte, creo que no te alimentas correctamente.

―Ya me leyó la cartilla el médico. Tú solo dime a qué hora puedes subir.

―En media hora más o menos, ahora estoy con las mechas que me acaba de poner Valeria.

―Muy bien, te espero entonces. ―El silencio se hizo al otro lado de la línea―. ¡Joder con la vecina! Se está montando una fiesta salvaje bien temprano ―comentó riendo.

―Pero Sammy, ¿es qué hay hora para un buen polvo? ―indagó muerta de risa Paula.

―Tienes razón, para eso cualquier hora es buena. Nos vemos en un rato, chau.

Paula colgó sonriendo, con lo delgadas que eran esas paredes ya se podía imaginar el concierto que estaba escuchando Sammy en esos momentos.

―¿De qué te ríes golfa?

―De Sammy, tiene concierto de sexo con la vecina de al lado.

―Si es que es el mejor deporte ―afirmó con picardía Valeria.

Se sentaron en el salón a tomarse un café mientras esperaban que pasara el tiempo del tinte.

―Por cierto, estamos a mitad de semana y no me has contado qué tal te fue con la pantera.

―No tengo palabras para describirlo y eso me tiene acojonada.

―¡Hostias! Te has pillado por ese tío ―gritó Valeria.

―No sé Val, pero si no estoy pillada estoy a punto de estarlo.

―Joder nena todo un flechazo.

―¿Y tú con el Adonis? ―preguntó Paula.

―Pues estoy pilladísima, para qué voy a negarlo.

―Pues la cosa va de flechazos y nosotras que nos reíamos de eso de Cupido y sus flechas; hala, toma, a las dos y en pleno centro del corazón. ―Paula cerró los ojos e inspiró fuerte―. La diferencia es que Jean Carlo te llama y viene todas las noches a verte, se nota que está loco por ti. En cambio, Marcelo parece que se asustó y echó el freno.

―Dale tiempo, cada persona es distinta. Marcelo se ve que no es un hombre de impulsos aunque contigo los haya tenido, pero yo lo veo de esos que estudia y analiza todos los pro y los contra.

―Bueno, no quiero comerme la cabeza pensando. Él dijo sin compromisos la otra noche y así fue.

―Venga, vamos a quitarte el tinte y a dejarte guapa esa melena.

 

Le describió con todos los detalles a su amigo lo maravillosa que era su vecinita Valeria.

―Por lo que me cuentas estás encoñado, Jean Carlo. ―Rafa lo miraba con cara de guasa.

―Puede ser, pero es que esa mujer me tiene loco. Es tan desinhibida y le gusta la aventura tanto como a mí. Estoy loco por hacer un trío con ella, me pongo burro solo de pensarlo.

―Pues me alegro tío, de verdad. Parece que esa noche de sábado había algo fluyendo por el aire.

―¿Por qué dices eso?

―Porque yo también conocí a toda una hembra y desde esa noche nos vemos todos los días. Tengo ganas de presentártela, me gustaría que jugáramos con ella, pero ahora que estas con Valeria no sé si vas a querer.

―Me gustaría hablarlo con ella, es que… me pasó algo anoche y aunque fue muy excitante, después me sentí mal.

―¿Qué pasó?

―A ver, me hicieron una proposición de lo más curiosa por decirlo de alguna manera, pero como soy así y no sé decir que no y, además, era algo muy atrevido, me lancé de cabeza.

―¡Joder, cuenta!

―En el segundo vive una pareja que a primera vista es muy normalita, pero la mujer tenía una fantasía recurrente que su marido quiso satisfacer.

―Y cual era esa fantasía, ¿qué la follara otro mientras su marido la miraba?

―No, ella deseaba ser violada.

―¡No me jodas! ―gritó Rafa―. Y lo hiciste.

―A ver, yo solo tenía que entrar con un pasamontañas y hacer toda la pantomima de la violación, pero al final quien la penetró fue su marido. Participé y los vi follar además de llevarme una gratificación.

―Jean a ti te pasan unas cosas que yo lo flipo, tío.

―Lo sé. Será mi encanto natural que los atrae ―dijo riendo a carcajadas.

―Ya, pero luego te sentiste mal por hacerlo sin Valeria ―afirmó Rafa.

―¡Exacto!, esa fue mi sorpresa, sentir que debí hacerlo con ella allí, participando o por lo menos compartiendo el momento. ―Miró a Rafa serio―. Y eso nunca me había pasado.

―Pues quiero conocer a ese monumento de mujer.

―La conocerás, pasado mañana irá a la discoteca con unas amigas.

―¡Perfecto! Así también conoces a mi muñeca.

―Me parece que nos tienen amarrados.

―Pues me gusta ese amarre ―afirmó Rafa―. Ahora déjate de rollos e invítame a algo que vaya anfitrión estás hecho.

 

Paula se despidió de Sammy hasta mañana por la tarde, habían tomado algo después de inyectarla. Y está la puso al día sobre el concierto sexual de la vecina. Según ella, aparte de follar, había estado viendo pelis porno hasta hace poco, lo cual dedujo por los ruidos y las voces que se escuchaban. Le dijo que parecían estar comentándolas, cosa que les hizo mucha gracia.

Mientras esperaba a que el ascensor subiera escuchó abrirse una puerta y por inercia se giró, cuando vio quien salía se quedó lívida por la sorpresa. No podía creer que el del concierto con la vecina hubiese sido Marcelo. Los vio despedirse con una sonrisa y a ella cerrar la puerta.

Al girarse y empezar a caminar hacia el ascensor Marcelo se quedó mirando los ojos oscuros de Paula y, algo dentro de él se revolvió haciéndolo sentir un miserable. Siguió caminando y llegó a su lado, no sabía qué decirle, no estaba acostumbrado a esto. Además, sabía que lo de Nadine solo había sexo, salvaje, pero solo sexo.

―Hola, Paula.

―Hola ―contestó sin poder mirarlo a los ojos.

Se sentía tan mal que solo deseaba desaparecer en ese momento, desintegrarse en el aire a ser posible. Que ilusa había sido, pensaba que ambos habían sentido lo mismo, pero no, como él había dicho, solo sexo sin compromiso.

―Paula, por favor, mírame ―suplicó.

―Para qué quieres que te mire.

―Quisiera explicarte lo que pasó con Nadine.

―A mi no tienes nada que explicarme, no somos nada más que vecinos que se han enrollado en una noche de copas ―espetó muy seria aunque temblaba por dentro.

El ascensor abrió sus puertas y Paula supo que no podría bajar con él en ese espacio tan reducido.

―Espera Paula, esto no es así de simple.

―Ahórrate las palabras, me voy ―dijo y se dirigió hacia las escaleras.

―Baja conmigo ―pidió Marcelo sujetándola por un brazo.

Ella se revolvió furiosa al sentir el contacto de su piel y se enfrentó a él con los ojos brillantes de rabia y lágrimas a partes iguales.

―¡Suéltame!, olvídate de todo, solo fue un rollo, vale. Sigue con tu vida, pero sobre todo aléjate de mí.

Se fue corriendo por las escaleras como alma que lleva el diablo, Marcelo se pasó las manos por el cabello despeinándose. Se sentía frustrado y, sobre todo, sentía que de alguna manera le había fallado.

«¿Es que se estaría volviendo loco?», se preguntó entrando en el ascensor. «¿Se puede uno enamorar en un instante perdido en el tiempo?» Esas y otras preguntas se hizo en el corto trayecto que tardó en llegar a su casa.

Paula entró dando un portazo y corrió a su habitación donde se lanzó sobre la cama a llorar como una idiota. Agradecía que en ese instante no estuvieran ni Valeria ni Ana. No quería hablar con nadie.

Se puso boca arriba mirando el techo mientras las lágrimas seguían rodando traicioneras por su rostro.

―Esto tiene que ser una epidemia, una enfermedad, nadie puede enamorarse en un instante ―se dijo en voz alta.

Pero su corazón latía alocado y al mismo tiempo sufría al recordar la imagen de Marcelo saliendo de ese apartamento. Paula creía que se había hecho falsas ilusiones y lo peor era que vivían puerta con puerta, no sabía cómo lo soportaría.

Entonces decidió que se iría el resto de la semana al pueblo a ver a sus padres. Necesitaba tranquilizarse y asimilar que lo de Marcelo y ella solo fue un lío de una noche. Llamó al hospital y dijo que por una emergencia familiar tenía que ir a casa de sus padres. Recogió todo lo necesario para cuatro días en un troley y se marchó dejándoles una nota a las chicas.


 7

El sábado Ana y Valeria se fueron juntas a la discoteca, habían quedado con Jean Carlo, además de que Ana lo había pasado genial la otra noche. Llegaron a la entrada y se encontraron con Oscar que al verlas las saludó y las dejó entrar, a lo que siguieron protestas de todos los que estaban en la larga cola.

―¡Es una pasada, Ana!

―Te dije que te iba a encantar.

Se adentraron en el local y caminaron buscando a Jean Carlo. Después de unos minutos lo localizaron en la barra charlando con otro hombre igual de atractivo.

―Hola, guapo ―saludó Valeria acercándose a él de manera insinuante.

Este nada más verla la tomó por la cintura y se la comió a besos.

―¡Ana, cariño! ¿Conoces a Valeria? ―preguntó Rafa abrazándola.

Amabas se miraron entre sí y luego volvieron a mirarlos a ellos.

―Ana, ¿este es tu hombre?

―Sí, pero por lo que veo ellos ya se conocen.

―Dios los cría y ellos se juntan ―afirmó mirando a esos ejemplares divinos que tenían ante sí.

―A ver, recapitulemos chicas ―interrumpió Jean Carlo sin salir de su asombro―. Me estáis diciendo que el chico de Ana es mi mejor amigo y del que te hablé para hacer un trío o intercambio de parejas.

Ambas asintieron risueñas, pero Jean Carlo se quedó espantado pensando que ahora no podría hacer nada porque Val no lo aceptaría.

―¿Qué te pasa Jean, no te parece una coincidencia maravillosa? ―preguntó preocupada.

―Esto, sí, claro… solo que.

Las dos empezaron a reír al comprender el motivo de su cara.

―Amor, nosotras hemos compartido parejas, hecho tríos, intercambio y todo lo que nos ha apetecido. Lo único que tenemos claro es que los juegos son consensuados y que fuera de ellos cada una con su chico ―explicó Valeria besándolo.

Después de eso el ambiente se relajó y los cuatro empezaron a divertirse de verdad. Jean Carlo y Rafa se miraron y se guiñaron un ojo mutuamente, estaban convencidos de que habían encontrado a su pareja ideal, pero solo el tiempo les daría la razón.

En un momento de la noche las chicas fueron al baño. Estaban encantadas con las atenciones de sus chicos, eran la envidia de todas las lagartas que les lanzaban miradas asesinas y eso las tenía en una nube.

―¿Has sabido algo de Paula?

―Nada más que regresa mañana por la tarde ―contestó Valeria.

―Estoy segura de que algo pasó con Marcelo ―afirmó Ana.

―Sí, pero el capullo no quiso soltar prenda. Solo que era algo entre ellos, me dijo.

―Tiene parte de razón, será mejor esperar y ver si pueden solucionarlo. Se nota que le dio fuerte a nuestra pequeña ―dijo Ana.

Regresaron con los chicos y Valeria vio a Jean Carlo hablar con su vecina Mabel, sus ojos se incendiaron por el ataque de celos que la asaltó de pronto. La mujer se le estaba insinuando descaradamente, algo que ella no iba a permitir.

Caminó segura hacia su chico y se plantó frente a ellos.

―Buenas noches, vecina. ¿Qué casualidad…? ―comentó agarrando el brazo de Jean Carlo.

―Ah, hola niña, qué tal. Divirtiéndote. ―Mabel la miró de arriba abajo y no dejo escapar el detalle de cómo se aferraba al hombre del que ella se había encaprichado.

―Pues sí, divirtiéndome mucho con unos amigos y mi chico. ¿Y tú, buscando a alguien?

Con una sonrisa petulante no dejó ver que la habían derrotado. Jean Carlo estaba embobado mirando a la mujer y Mabel comprendió que no tenía nada que hacer.

―Sí, buscaba a alguien, pero no ha venido. Sigan pasándolo bien, adiós vecinos.

Se marchó sin esperar respuesta, Valeria se giró para mirar a Jean Carlo que aguantaba como podía la risa.

―¿Te ha hecho gracia? ―inquirió molesta.

―Vamos, nena. No te enfades, es que disfruté mucho de tus celos y tu territorialidad. Y puedo decirte que es la primera vez que disfruto de ello. ―La tomó de la cintura y la besó apasionadamente.

Se entregaron a ese beso a pesar de la música y de la gente que los rodeaba. Cuando estaban juntos todo lo demás desaparecía.

 

Entró en su apartamento y soltó la maleta, se dirigió al sofá y se dejó caer. El silencio la recibió en una casa vacía. Algo que la sorprendió siendo un domingo por la mañana. Paula se quitó los zapatos e hizo un esfuerzo por levantarse y caminar hasta su cama que la esperaba con ansias. En la orilla del colchón se dejó caer cuan larga era y cerró los ojos. «Hogar, dulce hogar», pensó antes de quedarse dormida.

Marcelo como era su costumbre se levantó temprano, estaba desesperado por hablar con Paula. Había sido un tonto por no obligarla a que lo escuchara, pero no descansaría hasta que hablaran. De pronto sintió ruidos provenientes de la habitación de ella.

―Por fin has regresado. Ahora solo me queda buscar la manera de acercarme a ti ―habló en voz alta mientras pensaba.

Una sonrisa genuina apareció en su boca por primera vez en días, caminó decidido hacía su mesita de noche.

Paula se removía en sueños aunque estaba muy cansada. En el pueblo tuvo que ayudar a detener una epidemia de gripe y eso la tuvo trabajando horas y horas durante esos días.

Un chirrido incesante la hizo despertar dando un respingo, era el sonido atronador del despertador de ese capullo. Se levantó echa una furia, no podía creer que ese imbécil volviera a usar ese aparato del demonio. Es que acaso pensaba torturarla o vengarse de ella por pasar de él, se dijo mientras caminaba decidida a cantarle las cuarenta a la pantera. Ya podría ser como una de las panteras de D.W. Nichols, la escritora que había descubierto por casualidad y que la tenía atrapada con sus historias.

Salió dando un portazo que resonó en todo el edificio, llegó a la puerta de Marcelo y apoyó el dedo en el timbre con todo su peso volcado en él. Esperaba que se quedara medio sordo.

Al momento la puerta se abrió y delante de ella estaba el hombre que continuaba invadiendo sus sueños noche tras noche. Lo miró con toda la rabia, el deseo y el amor que él le inspiraba.

―¿Se puede saber qué te pasa? ―preguntó muy tranquilo, pero deseando abrazarla. Esos días sin poder verla lo habían hecho admitir lo que aún le costaba creer. Se había enamorado de ella, así, sin anestesia.

―¡Me preguntas qué me pasa!, ¿tienes la osadía de preguntarme qué me pasa? Me pasas tú, tu maldito despertador, tus ojos, tu nada de compromisos, eso es lo que me pasa. Quiero poder vivir tranquila otra vez y para eso tengo que sacarte de mi cabeza ―soltó sin pesar, dejó salir todo lo que llevaba dentro y luego abrió los ojos espantada al darse cuenta de lo que había hecho.

Marcelo sonrió al escuchar toda esa diatriba dirigida hacia él, sabía que estaba dolida y celosa, pero se encargaría de hacerla entender que a partir de ese momento y hasta que los astros y la tierra quisieran, ella sería la única.

―Mejor entras y hablamos sin curiosos. Que en este edificio hay muchos cotillas.

―No tengo nada que hablar contigo solo advertirte que dejes de usar ese maldito despertador. ―Se giró y al llegar a su puerta resopló, luego y se dio de cabezazos contra la misma.

―¿Se puede saber que haces? ―preguntó Marcelo que la había seguido.

―Me dejé las llaves dentro por tu culpa ―contestó sin fuerzas―. Ahora tendré que quedarme aquí esperando a que lleguen las chicas, si es que llegan.

―Paula, por favor, ven a mi casa. Tenemos que hablar. ―Ella se giró y lo miró a los ojos―. ¿Es que no merezco la oportunidad de explicarme?

Sin fuerzas para resistirse ella asintió, se sentía vacía después de soltar lo que llevaba dentro. Marcelo la tomó de la mano y tiró de ella, ambos entraron en silencio y una vez que cerró la puerta solo atinó a estrecharla entre sus brazos.

Eso la sorprendió con la guardia baja y de sus ojos escaparon lágrimas que arrastraban una mezcla de sentimientos que no sabía explicar.

Se encaminaron al salón y una vez sentados Marcelo habló:

―Paula, cuando pasó lo de Nadine, yo aún no había podido asimilar lo que sucedió entre tú y yo. Llevaba intrigado por esa mujer días y habíamos tenido unos encuentros fortuitos con mucha tensión sexual. ―Se masajeó la nuca nervioso―. Cuando subí a su piso no era con la idea de acostarme con ella. Solo quería saber si había encontrado una micro tarjeta SD que había perdido, y como recordé que nos habíamos cruzado en el ascensor el mismo día que la perdí, pensé que quizás ella la tenía.

―¿Y la tenía? ―preguntó Paula serena.

―Sí, y había visto su contenido y… eso fue lo que no sé cómo, nos llevo a acostarnos juntos. Estoy seguro que ella tampoco lo tenía tan claro. A lo mejor fue la excitación de lo que se encontró y la imaginación voló libre excitando nuestros sentidos.

―¿Qué tiene la tarjeta? ―indagó con curiosidad.

―Videos sexuales caseros, la mayoría, en algunos salgo yo. ―Observó como los ojos de Paula se abrían asombrados―. Me gusta mirar, grabar mientras mantienen sexo y luego ver las películas, me pone mucho más que una porno artificial.

―¡Joder, Marcelo! Nunca lo hubiese imaginado de ti ―soltó, incrédula.

―Lo sé, parezco un tío aburrido y serio, pero como verás las apariencias engañan.

―Ya, y claro, ella estaría caliente y la cosa se fue de madre. Lo entiendo, son cosas que pasan ―dijo tratando de quitarle hierro al asunto.

―No voy a negar que pasó, pero tampoco voy a decirte que fue igual de intenso que lo que compartimos. Fue solo sexo y con ello esa tensión se desvaneció. ―Se levantó y se acuclilló frente a ella―. Paula no puedo prometerte nada, no me gusta prometer lo que no sé si puedo cumplir. Pero lo que siento cuando estoy contigo es tan fuerte que quiero vivirlo, no quiero dejar pasar esto. ¿Lo intentamos?, ¿nos dejamos llevar por estos sentimientos?

Ella miró esos ojos ámbar que poblaban sus sueños y sus deseos, sintió la fuerza de su pasión envolviéndola y supo que no podía dejar pasar la oportunidad de amar intensamente.

Se lanzó a sus brazos haciéndolo perder el equilibrio, ambos cayeron al suelo entre un amasijo de piernas y brazos. Besos desesperados, caricias intensas y la pasión que siempre los encendía prendió y, solo pudieron dejarse llevar por ella.

Un par de horas más tarde, tumbados en la cama y saciados, se acariciaban lánguidamente disfrutando de esa sensación de plenitud que llegaba después de hacer el amor.

―Marcelo.

―Dime.

―¿Puedo pedirte algo?

―¿El qué?

―Ver esas películas porno que tienes grabadas.

Marcelo se incorporó un poco para mirarla a los ojos y se encontró con esos dos pozos negros que brillaban picaros y su sonrisa lo desarmó.

―Solo de pensar en verlos contigo me estoy poniendo cachondo.

―Pues aprovechemos el momento ―dijo abrazándolo y besándolo con pasión y mucho amor.

 

Tres meses después…

El alboroto en portal hizo que Paulina se asomara a la mirilla, al reconocer a las personas que hablaban y reían abrió la puerta y salió a saludar. Vestía su desgastada bata de guatiné y sus eternos rulos.

―Hola parejitas, qué, ¿se van de fiesta?

―Hola doña Paulina ―contestó Paula―. ¿Qué hace aún despierta a estas horas?

―Ay niña, con la edad el sueño se aleja y la noche se hace eterna.

―Pues tómese un vaso de leche templada con miel y acuéstese.

―Eres la más encantadora de este edificio, sí señor. ―afirmó la anciana emocionada―. Gracias preciosa, ve y disfruta de tu salida y, sobre todo, cuida a ese chico guapo.

Los demás la saludaron y se marcharon riendo abrazados, tres parejas que en poco tiempo habían unido sus vidas, ojalá que fuera para siempre. Paulina como buena romántica adoraba los finales felices.

De repente una sombra la sobresaltó.

―¿Quién anda ahí? ―preguntó con voz trémula.

―Soy yo, Oscar, doña Paulina.

―¡Muchacho!, casi me matas de un susto ―lo regañó llevándose una mano al pecho―. Ven, acercarte, hoy no trabajas en esa discoteca.

―Hoy es mi día de descanso.

―Muy bien, pero por qué no sales con alguien a divertirte, eres joven y solo te veo trabajar. ¿Es que no te diviertes, hijo?

―Yo me divierto de otras maneras, señora ―susurró con una mirada enigmática.

―Que chico más raro eres. Por cierto, no has notado que parece como si tuviéramos una epidemia en el edificio.

―¿Epidemia?

―Sí, en estos meses ha brotado el amor como si de la primavera se tratara. Fíjate en los que se acaban de marchar. Las tres chicas del 5º; ahora, la enfermera vive con el mulato, y las otras dos comparten el piso con esos dos chicos guapos de los que no se separan. Y a saber que más comparten, que esta juventud de hoy en día está muy pervertida ―cuchicheó Paulina.

―Pues que mejor epidemia que esa, ¿no cree?

―Sí, hijo, mejor esa que otra. Solo que a esta vieja le cuesta aceptar ciertas cosas. En mi época todo era diferente.

―Cada época tiene su encanto particular, señora ―afirmó Oscar.

―Por cierto, aquí entre nos, aunque muchos piensen que estoy tarumba, yo siento que este edificio está envuelto por un ente misterioso. Hay algo extraño rondándonos. ¿Tú no has sentido nada raro?

―Puede ser, pero quizás sea algo bueno… ¿no cree? ―sonrió Oscar enigmático―. Buenas noches doña Paulina, descanse tranquila que todo está bajo control ―dijo y se marchó guiñándole un ojo.

La anciana abrió los ojos de manera desorbitada al ver asomar unas alas por la espalda del chico de mantenimiento, después, como en trance entró en su piso, cerró la puerta y al meterse en su cama ya había olvidado lo que había visto.

En su habitación, Oscar pensaba que aún le quedaba algún que otro trabajo para poder emprender viaje hacía otros horizontes… ¿A quién le tocaría esta vez? Sus ojos brillaron en la oscuridad de la noche mientras elegía a sus próximas víctimas.







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